El amante del pantano de Nil (libro 1)

Cena con el enemigo.

A Ginebra, se le sale una mueca acompañada de un escalofrió, el té que acaba de beber es demasiado amargo.

—Es muy intenso el sabor.

—Es una infusión medicinal.

Ginebra está desesperada por persuadir a Fernando de abandonar sus planes de venganza contra Alejandro y en su impaciencia decide no guardar silencio.

—Fernando… —Ginebra respira hondo y se arma de valor. —¡Por favor! ¡desiste en tu deseo de perseguir a Alejandro! Él no es el monstruo que tú crees, ha salvado a este pueblo de las garras de terribles criaturas ¡él es su rey! Con una sola orden puede detenerlos, así que por favor abandona tus resentimientos ¡si trabajamos juntos podremos proteger a Valle de cobre! Entonces todo…

—¿Quieres que ignore sus crímenes? ¿Que pase por alto sus faltas? ¿Qué hay de la justicia? Los asesinos como él deben recibir su castigo.

—Fernando…

—Soy el jefe de la policía y mi deber es cuidar de mi pueblo en unos días serán las elecciones para elegir al nuevo alcalde, un líder que sea capaz de proteger a su gente, el pueblo mismo me ha postulado y si ellos quieren entonces me convertiré en el nuevo alcalde de Valle de cobre y entonces le diré al pueblo la verdad.

—¿Qué? ¿A qué te refieres con eso? —pregunta Ginebra temerosa.

—Ha llegado el momento de abrirle los ojos al mundo y mostrarles a sus verdaderos enemigos.

—Tú no puedes hacer eso…

—Claro que puedo y lo hare, no descansare hasta terminar con todas esas criaturas abominables,

voy a casarlas una por una hasta extinguirlas, comenzando por su miserable rey.

—Has dejado que el odio te domine, te has corrompido por completo, Bety tenía razón…

elegiste el camino de la oscuridad.

—Elegí el camino de la justicia.

Ginebra está en shock ¿Qué clase de monstruo tiene frente a ella? Su corazón comienza a palpitar, las palpitaciones invaden su pecho y su cuerpo comienza a transpirar sin razón.

—¡No dejaré que lastimes a Alejandro! ¡antes tendrás que pasar sobre mí! ¡Voy a defenderlo con mi vida! ¿escuchaste?

—Si tanto lo quieres hay una manera de impedir que lo mate.

—¿Qué?

—¿Qué tan grande es tu amor Ginebra? ¿Qué tanto estas dispuesta a sacrificar por él?

—Fernando se le acerca y ella retrocede.

—Mi amor por él es más grande de lo que crees.

—Entonces cásate conmigo, si te conviertes en mi mujer le perdonare la vida a él y a esas horribles criaturas a cambio de que abandone Valle de cobre para siempre.

—¿Qué estás diciendo? Yo no te amo…

Fernando, toma el brazo de Ginebra y lo aprieta con fuerza mientras la mira fijamente.

—¡Entonces te obligaré a que me ames! es la única oportunidad que te daré de salvar a tu ser amado, ni la bruja ni el mayordomo se salvaran de su castigo, si no aceptas veras con tus propios ojos el infierno que voy a desatar.

—¡Suéltame! ¿Cómo puedes decir esas cosas? El vino se te subió a la cabeza, hablas como un demente.

—Ya lo sabes, si quieres que desista con mis planes, tendrás que convertirte en mi esposa.

—Me voy a casa, no quiero seguir escuchándote. —Ginebra se suelta y se da la vuelta.

—¿Acaso crees que tienes la opción de negarte?

Fernando toma del cabello a Ginebra y la sujeta por detrás, ella siente su cuerpo pesado, su vista comienza a nublarse.

—¿Qué me hiciste? ¿Por qué me siento así?

—Es una lástima, bebiste el té hasta el último sorbo, ya deberías estar inconsciente, disfrutaré de esto hasta el amanecer.

Fernando se lleva a rastras a Ginebra, la sujeta del cabello con fuerza como si llevara un costal

de arena y la lleva hasta su habitación, ella no puede defenderse apenas si puede gritar, por otro lado, Alejandro se encuentra solo en la espesura del bosque, el viento acaricia su piel pálida mientras la luna lo hace brillar con majestuosidad, ha terminado de devorar a sus víctimas, cinco hombres con el rostro demacrado y sin vida, los ojos del temible rey se desvían al sentir un olor familiar.

—Mi señor, poderoso rey de las sombras, alabado sea por la eternidad.

Unas voces resaltan en las penumbras, a lo lejos dos hombres con máscaras blancas y capas negras saludan al rey de los vampiros.

—Por fin damos con su presencia majestad.

—Aarón y Gabriel, los mellizos de katar ¿Qué hacen aquí? —Pregunta Alejandro con frialdad.

—Escuchamos que había despertado de un largo sueño y nuestro pueblo despertó con usted.

—¿A que han venido desde tan lejos?

—Los vampiros nos preguntamos cuándo volverá al castillo y en qué momento comenzaremos la guerra con los humanos, como sabe nuestros hermanos ya se han levantado y se han dado a conocer con los hombres. Hay muchas preguntas que quisiéramos hacerle.

—¿Y quiénes son ustedes para hostigarme mientras ceno?

—Solo somos los humildes hechiceros de su corte, como sabe, Aarón puede ver más allá de las paredes, el pasado, el presente y el futuro, no pudo evitar percatarse de la muerte de la señora Esmeralda, vampira igual que nosotros, es una lástima pensar que pudo ser nuestra emperatriz,

pero lo que más nos sorprendió fue saber que se ha vinculado con una humana. Seguramente es un error ¿o no su excelencia?

—¿Y qué si no lo es? —pregunta Alejandro desafiante.

—Entonces podríamos ayudarlo con eso.

Aarón y Gabriel se despiden de Alejandro mientras se desvanecen con el viento y una voz susurra al oído del rey.

—Ojalá pueda sentarse pronto en aquel frio trono…

De pronto Alejandro cae inconsciente en medio de aquel oscuro bosque.

Mientras tanto Ginebra es despojada de cada una de sus prendas, como si una bestia le desgarrara

la ropa, unos susurros inundan la mente de Fernando, susurros acompañados de un viento helado, Ginebra lucha con todas sus fuerzas pero es abofeteada una y otra vez por Fernando y no bastándole con eso, comienza a morderla sin piedad, marcando su cuerpo como si de ganado se tratara, con la única finalidad de que Alejandro la despreciara, ella grita de dolor pero es inútil, no puede zafarse y el que una vez llamamos héroe termina abusando salvajemente de Ginebra una y otra vez hasta el cansancio, ella solo piensa en su bebé y en su querido Alejandro, para esto ella ya había quedado inconsciente. Fernando la había drogado con el té y una vez que quedó satisfecho, se recuesta junto a Ginebra orgulloso de sus actos como si tuviera un trofeo al lado.




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