El amante del pantano de Nil (libro 1)

Euforia

El frío viento rosa los rostros de estos dos amantes, Alejandro y Ginebra están a unos cuantos

pasos de distancia, la urgencia de ver a su amada humana trajo al vampiro de lo profundo del

bosque, pero algo lo detiene a balancearse efusivamente hacia sus brazos, algo en él se estremeció tan solo con verla ¿Qué esconde Ginebra tras la sabana que la cobija? ¿Qué es esta energía? ¿Esta sensación que le recorre el cuerpo? Hay alguien más con ella y no se refiere a la presencia de Leonardo y Beatriz los cuales esperan dentro de la mansión, hay alguien más y lo está llamando con delicadeza.

—¡Alejandro, bienvenido a casa! —dice Ginebra, con nerviosismo y entusiasmo.

—¿Ginebra? —Alejandro está confundido, esta energía no es maligna, pero se siente extraña y

pasiva a la vez.

—No sé por dónde empezar… estuve…mejor dicho, estuvimos esperando tu regreso con mucha

impaciencia, por el aspecto de tu cara al parecer sientes que algo está raro y tienes razón.

—¿Qué sucede? —Alejandro pregunta extrañado.

Ginebra corre a los brazos de Alejandro y una vez que esta frente a él, deja caer la cobija dejando

al descubierto su vientre abultado, al sentir aquella anomalía Alejandro no sabe cómo reaccionar.

—Por favor no digas nada, solo pon tu mano sobre mí, este es nuestro regalo… el fruto de

nuestro amor.

Alejandro se encuentra conmocionado ¿Ginebra embarazada? ¿Cómo es esto posible? él es estéril, ningún vampiro puede procrear, pero… ¿Por qué su mujer tiene esa barriga? Algo en él se reúsa a creer lo que está viendo, Alejandro se convirtió en el rey de los vampiros cerca de cumplir los veintitrés años, jamás pensó en formar una familia y eso no significa que no deseara una, pero

en su condición siempre se quedaría estancado, ninguna de sus amantes podría darle un heredero

y aun si hubiera hecho a Esmeralda su emperatriz ella jamás lo habría convertido en padre, así

que menguo su deseo y lo enterró hasta creer que su destino era vivir solo por el resto de su

eternidad y de pronto conoció a Ginebra, la humana que llegó a él solo para suicidarse, jamás

imaginó que aquella mujer empapada en lluvia y lágrimas terminaría siendo el amor de su vida y

la mujer con quien se vincularía tan apasionadamente, esta misma humana que resulto ser su

salvación parece que ahora se convertiría en la madre de sus hijos.

—¿Puedes sentirlo? —pregunta Ginebra entre lágrimas.

Alejandro, coloca sus manos en el vientre de Ginebra y algo se mueve dentro de ella, en ese

mismo instante una descarga de energía inunda su todo su ser, las imágenes que la madre

fundadora le mostró a Ginebra, vienen a la mente de Alejandro y este cae de rodillas ante Ginebra

y ella se inclina hacia él sorprendida.

—¡Alejandro! ¿estás bien?

Alejandro, recarga su rostro sobre el pecho de Ginebra y ella preocupada lo toma del rostro y se

sorprende al ver a su amado derramando lágrimas, sus hermosos ojos escarlata se humedecen y

derraman lágrimas de felicidad, pues se convertirá en padre de dos hermosos príncipes, las luces

que Ginebra vio aquella vez eran nada más y nada menos que los corazones de sus bebés.

—Ginebra… ¿Cómo puede Dios bendecir a una criatura como yo? ¿Está bien que un monstruo

sea tan feliz?

—Alejandro… el amor siempre será bendecido por Dios, tú y yo seremos padres.

Ginebra y Alejandro se besan y abrazan sin parar mientras Leonardo y Beatriz observan desde la

ventana.

—No puedo creer que ese vampiro este llorando. —dice Beatriz la cual se queda impresionada al

ver que Alejandro, no es el único que derrama lágrimas de felicidad, Leonardo se conmueve

profundamente al ver a su amado rey ser tan feliz.

—No tienes idea de lo que esto significa, el impacto que tendrá la existencia de mis príncipes.

—Eres muy devoto a tu rey.

Leonardo sonríe y se dirige a Beatriz con estas palabras.

—Deberíamos dejarlos solos, un par de horas bastara.

—¿Y a dónde vamos?

—¿Te gustaría dar un paseo conmigo? —pregunta Leonardo con amabilidad.

—Sí… me encantaría. —responde Beatriz apenada.

Beatriz y Leonardo salen de la mansión y mientras caminan por el pantano el mayordomo toma a

la bruja entre sus brazos y se la lleva a un lugar más seguro.

—¿Qué haces? Peso como cien toneladas… —dice Beatriz avergonzada.

—Por si no lo has notado hay muchos lagartos por aquí, soy consciente de que eres humana, te

llevo a un lugar menos peligroso.

—¿Estás diciendo que no sé cuidarme sola?

—¿Tiene algo de malo que yo quiera protegerte?

—¿Qué?... no digas esas cosas me da vergüenza, además soy bastante fuerte, soy yo quien cuida

de Ginebra.

—Entonces yo cuidare de ti, la señorita Ginebra ya tiene quien la proteja.

—¿Por qué de repente me tratas así?

—¿Así como?

—¿Por qué eres tan amable? Si mal no recuerdo hace unos meses me tratabas como a un

enemigo, peor aún, ¡como a un perro!

—Bueno, es que hasta hace poco te ganaste mi respeto.

—¿Qué? Eres un tonto…

—Lamento haberte tratado así.

Beatriz, mira el hermoso rostro de Leonardo, parecen muy sinceras sus disculpas ¿Cómo es que

nunca lo notó? Leonardo es bellísimo, sus cabellos negros y semi largos, su piel pálida y perfecta

y esos ojos hechizantes, ni siquiera puede sostenerle la mirada por eso siempre evita mirarlo a la

cara cuando le habla.

—¿Por qué nunca me miras? ¿Sigues pensando que los vampiros somos repulsivos? ¿Tanto asco

te doy? —pregunta Leonardo mientras se inclina hacia ella.

—¿Cómo puede decir eso? ¿Que no te has visto en un espejo? —responde Beatriz temblorosa y

nerviosa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.