Valle de cobre había sido uno de los pueblos más pacíficos de la región, tanto que
parecía aburrido, pero sus días de paz habían llegado a su fin con el despertar del rey
de los vampiros, si bien, el regreso de Alejandro de Romaní había traído consigo un
sinfín de criaturas sobrenaturales, la llegada de aquel héroe terminaría por revelarle al
mundo la existencia de seres mágicos he inmortales que habían permanecido ocultos
bajo las sombras, pero aquel fatídico día, Fernando de la cruz le revelaría a la
humanidad la verdad y con su muerte un terror incontrolable se apoderaría de la raza
humana, corriéndose la voz de la existencia de todo tipo de demonios, haciendo
consiente a la humanidad que no estaban solos.
Habían pasado tres meses desde la batalla entre el partido simpatizante a la
inmortalidad y el rey de los vampiros, Alejandro se había reunido en el castillo principal
ubicado en las montañas de Cronther para comunicarle a la gran asamblea vampírica
acerca de su renuncia al trono, los nobles de cada especie sobrenatural también
quedaron atónitos pues nadie en su sano juicio renunciaría a tanto poder, pero
Alejandro había escogido el amor de Ginebra antes que a su inmortalidad.
—¿Por qué un rey de su magnitud renunciaría a todo su poder por una simple
humana? —preguntó aquel vampiro ancestral, uno de los seis sabios y añadió. —¿No
sería más fácil convertir a esa mujer en una de nosotros?
—No espero su comprensión o su aprobación en esta decisión, oh gran sabio, mi
esposa es humana, nos une el vínculo que más respeta nuestra especie, durante miles
de años hemos honrado esta extraña bendición, pero la hipocresía de algunos me ha
llevado a proteger la vida de mi mujer debido a los ataques y amenazas en su contra,
desgraciadamente mi propio pueblo se levantó contra mí, reviviendo una raza que ya
estaba aniquilada por el bien de nuestra gente, como el rey de todo honré el vinculo
que me fue dado con esta humana y lo he defendido con uñas y dientes de mis
enemigos, tan fuerte es la unión que comparto con ella que esta humana a la que
algunos nombran con tanto desprecio, les ha dado a luz a los príncipes herederos de
sangre pura, uno de ellos es un dios y ni siquiera ahora pueden comprender lo que este
vinculo nos ha regalado, comprendo que los príncipes no nos pertenecen, nacieron
para guiar a los vampiros hacía la evolución y la victoria, les parece extraño que quiera
renunciar, pero ¿acaso no es a lo que me han orillado? Sé que jamás aceptaran que
una humana los gobierne y sugerirme hacer a mi esposa una amante me ofende, pues
ninguna Vampiresa le llega a los talones a mi amada, así que, debido a esto, me veo
orillado a tomar esta drástica decisión.
Alejandro mantuvo su postura aun en presencia de los seis sabios y uno de ellos tomó
la palabra, Perion Blanckesien.
—A diferencia de algunos de nuestros hermanos yo creo en la voluntad del vínculo y lo
respeto, aunque no entienda por qué se haya dado entre una humana y un vampiro,
repruebo completamente el afán de destruir algo tan sagrado, que como bien dijo su
majestad, nos ha traído a los príncipes elegidos, pero concuerdo en que una humana
no debe convertirse en emperatriz, así como entiendo su razón al no convertirla en una
de nosotros.
—Majestad ¿Por qué renunciar a su inmortalidad? ¿Quién ocupará su lugar en lo que
los príncipes cumplen la mayoría de edad? ¿Por qué nos abandona ahora que los
humanos saben de nuestra existencia? ¿De la de todas las criaturas sobre naturales?
Expone uno de los presentes angustiado.
—¡Silencio! ¡Los únicos que tiene permitido hablar son el rey y los seis sabios!
—manifiesta Verónia miembro del consejo.
—Señor, someterse a la abstinencia es un suicidio, el hambre lo hará perder la cordura
y se volverá como un animal feroz y desquiciado por el deseo de beber sangre, matará
y destruirá todo a su paso, el hambre terminará matándolo, la posibilidad de volverse
humano es…—Alejandro interrumpe a uno de los sabios.
—Mínima, lo sé, pero he recuperado parte de mi humanidad gracias al vínculo y
muchos lo han hecho conmigo, incluyendo al consejo, las emociones son lo primero
que recuperamos, tengo la esperanza de recuperar mi humanidad gracias a esa unión
y arriesgarme es mi única forma de saber si tengo razón.
—En otra circunstancia diríamos que nos ha traicionado al querer regresar a su forma
inferior, pero quiero creer que todos los presentes honramos el vínculo y que, si ese es
el destino que a su majestad le ha sido mostrado, debemos aceptarlo, pues usted es la
máxima representación de respeto ante nuestra ley más sagrada y debemos
resignarnos en paz, así que déjeme preguntarle de nuevo para que quede evidencia
delante de los vampiros de alto nivel cuál es su voluntad. Señor de todo y rey de los
vampiros ¿Cuál es su buena voluntad y petición real?
—Yo, Alejandro de Romaní, rey de los vampiros, deseo renunciar a mi trono y a mi
inmortalidad, para vivir al lado de mi esposa Ginebra de Romaní.
—¿Y quién de todos los honorables vampiros aquí presentes será su sucesor, el
regente que dirigirá a la raza vampírica hasta la maduración de los príncipes
herederos?
Algunos vampiros codiciosos esperan como perros hambrientos escuchar sus nombres
y un silencio ensordecedor yace impaciente a escuchar la respuesta de Alejandro.
—El único digno de sentarse en mi trono es Leonardo Divarone, mi mano derecha, fue
mi fiel mayordomo por miles de años y ahora es un vampiro libre de su mayordomía, un