El amante infernal (libro 2)

El dolor de la despedida

El tiempo corría con demasiada prisa, aquellos príncipes estaban por cumplir los cinco

años, sus personalidades ya eran evidentes, Valeska el primogénito era un niño

misterioso y reservado, su mirada era profunda y jamás mostraba sus emociones por

otro lado, Emir sonreía mucho y parecía disfrutar de todo a su alrededor, Alejandro se

inclinaba más por Valeska, era su orgullo y siempre lo alentaba a ser el mejor en todo,

mientras que Ginebra sentía más conexión con Emir, su niño de cabellos dorados, el

corazón de Ginebra estaba lleno de tristeza, pensar en que tenía que dejarlos ir le

partía el corazón, si bien trató de preparar su mente para aquel fatídico día, ella no

podía dejar de sentir que se moría.

—Ven aquí, déjame abrazarte. —Alejandro toma a Ginebra entre sus brazos para

consolarla.

—Mañana nuestros hijos cumplen cinco años… —expone Ginebra con pesar.

—Lo sé… —Alejandro la abraza con más fuerza.

—Mi mente entiende el por qué de todo… pero mi corazón se niega a convencerse de

que así son las cosas. —Ginebra se recarga en el pecho de Alejandro.

—Lamento que tengas que pasar por esto… —le dice Alejandro lleno de culpa, él no le

demostraba a Ginebra su sufrimiento, pero cada día se lamentaba en secreto, el

también amaba a sus hijos y estaba tan aterrado como ella.

—¿Por qué las cosas tienen que ser así? —le pregunta su esposa mientras le estruja la

ropa.

—Nuestros hijos no son ordinarios… tienen un futuro más grande, no podemos

retenerlos e impedirles que cumplan con su destino, tengo la esperanza de que ellos

reinen mejor de lo que yo lo hice.

—¿Leonardo cuidará bien de ellos verdad? —pregunta Ginebra entre lágrimas.

—Y no solo él, yo me encargaré de hacerles saber cómo están, vendré cada año para

contarles todo sobre sus hijos, les llevaré sus recados y les diré lo mucho que sus

padres los aman.

Lía los interrumpe, la pequeña bruja ahora tiene diez años, en ningún momento se

despegó de ellos, los príncipes habían ocupado un lugar especial en su corazón y los

amaba profundamente.

—Lía, ¿estas disfrutando tus últimos días en el mundo de los vivos? —le pregunta

Alejandro con cariño.

—Sí, mañana comenzaré mi entrenamiento en el mundo espiritual. —expresa Lía con

un poco de tristeza, Beatriz le había advertido de lo difícil que sería su entrenamiento y

estaba asustada.

Ginebra no estaba de acuerdo en que Beatriz sometiera a Lía en algo tan extremo y

menos que mantuviera a su propia hija encerrada en ese plano durante tantos años,

esto era algo que Leonardo ignoraba por completo, desde que se convirtió en regente

no pasaba mucho tiempo con ellos, pero cada que podía veía a sus queridos amigos y

a su amada niña pelirroja.

—No tienes que ir si no quieres, hablare de nuevo con Beatriz, puedes quedarte con

nosotros hasta que mis hijos cumplan la mayoría de edad… —expresa Ginebra con

desesperación mientras la agarra de los hombros.

—No… está bien, les prometí que me prepararía para poder ser capaz de proteger a

los príncipes, estoy dispuesta hacer lo necesario para capacitarme, además mi mamá y

Lilith estarán conmigo todo este tiempo. —expone Lía con una ligera sonrisa.

—Lía… —Ginebra la abraza con tristeza, pues se da cuenta que Lía está sacrificando

sus mejores años por el bien de sus hijos, esa niña siempre tuvo una lealtad de acero.

—Estamos seguros de que nadie podría cuidar de nuestros hijos mejor que tú. —le

dice Alejandro con confianza.

—Me esforzaré.

Lía ha dejado solos a Ginebra y a Alejandro y se dirige al bosque a caminar y comienza

a llorar en el camino, tiene miedo de pasar tantos años en el mundo de los muertos,

pero no puede permitirse defraudar a los príncipes ni a su madre.

—Te juro que me encargaré de que el mundo tiemble de miedo con tan solo escuchar

nuestros nombres, haremos temblar incluso a la gran bruja Bitchancy, nadie se

atreverá a lastimarte. —este fue el juramento que Beatriz le hizo a Lía hace cinco años

y no dejaba de repetirlo en su cabeza.

—Mamá… —Lía se recarga en un árbol viejo su mente está inquieta y entonces el

hombre que más quiere la sorprende.

—Princesa. —Leonardo la intercepta sorprendiéndola con una flor.

—¡Leonardo! —Lía salta a sus brazos emocionada.

—¿Por qué estas llorando? —le pregunta el vampiro mientras le limpia la cara.

—No es nada, solo estaba pensando que hoy es mi último día antes de irme al

mundo… —Lía se tapa la boca de inmediato.

—¿Qué? ¿Por qué hoy es tu ultimo día en este plano? —le pregunta Leonardo

confundido.

—Bueno es que… no puedo decirlo… —responde Lía nerviosa.

—¿Por qué no? ¿Desde cuándo me escondes cosas?

 

—Prométeme que no le dirás a mi mamá… se suponía que ella te lo diría.

—¿Qué cosa?

—Mañana me iré a entrenar al mundo espiritual, tengo que prepararme, hacerme más

fuerte, debo fortalecer mis habilidades hasta que los príncipes cumplan la mayoría de

edad.

—¿Qué? ¿Beatriz piensa mantenerte encerrada ahí durante quince años? ¡es una

locura! ¡no puedo aceptarlo! —expone Leonardo indignado.

—Tú no tienes que aceptar nada. —una voz firme se escucha de repente.

—¡Mamá! —lía se impresiona de ver a su madre.

—¿Por qué no me lo habías dicho? ¿No puedes entrenar a Lía en este mundo? ¿por

qué llevarla tan lejos de mí?

—Ve a la casa Lía, tengo que hablar con Leonardo. —le dice Beatriz con seriedad.

—Sí mamá… —Lía se va mirando a Leonardo confundido.

—¡No puedes llevarte a Lía al mundo espiritual es solo una niña! — expone Leonardo




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