El amante infernal (libro 2)

Aires de esperanza

Ginebra estaba atravesando un duelo profundo en su corazón, el mundo parecía

solitario, desolado, sus amados hijos, su amada amiga, la pequeña Lía y su confidente

y amigo Leonardo ya no estaban, parecía que nunca habían existido y ese sentimiento

de añoranza la ahogaba con crueldad, si no fuera por aquel bebé que lleva dentro, ya

se hubiera consumido por la tristeza.

—Me esforzaré por mantenerme en pie… mamá no va a abandonarte, seré fuerte por

ti. —Dice Ginebra mientras se acaricia el vientre.

Ginebra estaba esperando el momento oportuno para poder contarle a su esposo que

estaban esperando un hijo, ella sabía que Alejandro no estaba bien, pues desde que el

sabio se llevó a sus hijos, parecía que él se esforzaba por mantenerse ocupado, salía a

cazar con frecuencia, cortaba leña desde muy temprano y buscaba a toda costa

distraer su mente para no caer en depresión, todo le recordaba a sus hijos y aunque

se mostraba fuerte, por dentro estaba roto.

—No es necesario que se cargue de trabajo, entre todos podemos dividirnos las tareas.

—expone Levy preocupado.

—No me hables de usted, ya no soy tu rey, eres libre, no me debes respeto. —dice

Alejandro mientras corta madera.

—Usted seguirá siendo nuestro señor hasta que la muerte venga por nosotros, le

hemos jurado lealtad Aun después de dejar su trono, usted nos mostró otro camino y

los diez sobrevivientes a la abstinencia sabemos que nuestra libertad se la debemos a

usted y a su esposa, gracias a su vínculo somos humanos otra vez. —manifiesta

Blander con convicción.

Alejandro se detiene y suspira para poder responderle.

—¿Por qué se empeñan en querer someterse a un amo? ¿No es mejor ser libres?

Pueden vivir aquí sin necesidad de ser gobernados.

—Somos libres con usted como nuestro líder, estas tierras que le fueron otorgadas son

perfectas para renovar nuestras vidas y empezar de cero, con su favor nos permitió

quedarnos y fundar un pueblo nuevo, hay un rio que nos abastece, tierras fértiles para

sembrar y cosechar en abundancia, el bosque que nos da a sus animales y sobre todo

hermanos que entienden mejor que nadie lo que es la soledad, creemos que lo mejor

es protegernos entre todos. Insiste Blander mirándolo a los ojos.

—Veo que ya están decididos. —suspira Alejandro resignado.

—Así es, no pensamos cambiar de opinión. —dice Levy con una sonrisa.

 

Ninguno de los sobrevivientes se atrevía a tocar el tema de sus hijos con Alejandro, no

sabían que decir, ni como consolarlo, así que trataban de acompañarlo a todos lados

para que no estuviera solo.

—Vamos, ya terminamos de cortar la madera, Falcon y Mirten ya debieron haber

terminado de arar la tierra y Tairen y Osmar deben estar cuidando todo al día la

entrada, hay que relevarlos.

—¡Sí, señor!

Por otro lado, Ginebra está sentada al aire libre, ella junto a Sasha y Sifri, terminaron

de cocinar la cena.

—No puedo creer que estemos aquí disfrutando del sol como si nada, parecía

imposible que volviéramos a vivir esta experiencia. —dice Sasha con una sonrisa

serena.

—Tampoco pensé que estaría hablando con una humana sin deseos de comérmela

jaja. —recita Sifri con una risa de alegría.

—Gracias al cielo que ahora somos iguales y ya no desean beber sangre, bueno,

ustedes aún tienen una fuerza descomunal y siguen siendo agiles. —expone Ginebra

asombrada.

—Supongo que eso fue lo único bueno que nos dejó nuestro pasado sangriento.

—expresa Sifri mientras se mira las manos.

—Y no solo eso, también conservamos nuestra juventud y belleza. —añade Sasha

gustosa, pero al ver la expresión incomoda de Ginebra guarda silencio.

—Supongo que eso les envidio… ustedes conservan la edad en la que se convirtieron

en vampiros, ninguno de ustedes es mayor de treinta años, incluyendo a Alejandro, yo

por mi parte sigo envejeciendo… —expone Ginebra con tristeza.

—¡No! ¡para nada! No te vez mayor, aparentan la misma edad, eso es bueno. —dice

Sasha apenada.

Mientras ellas platican, Yubel y Dafne regresan del rio con agua fresca y se sorprender

de verlas juntas como si nada.

—Mírala, la pobre se ve muy triste, me da mucha pena verla a sí. —expresa Yubel con

pena.

—No es para menos, hace dos meses que se llevaron a sus hijos, debe sentirse

devastada, el amo debe estar igual. —expone Dafne con un sentimiento de pesar.

—Deberíamos consolarla de alguna forma, ya no somos Vampiras, no debería existir

rechazo de nuestra parte hacia ella, además es la esposa del amo. —dice Yubel sin

quitarle la vista de encima.

 

—Lo sé, solo nos tenemos nosotras. —manifiesta Dafne convencida.

—Trajimos agua fresca, aquí tienen un poco, en unos meses podremos beber vino,

celebraremos las cosechas como se debe.

Yubel y Dafne les sirven en unos cantaros para que puedan refrescarse.

—¡Gracias! ¡Que fresca está! es deliciosa.

—¿A dónde van? Quédense un rato con nosotras, la cena ya está lista, solo estamos

esperando a los hombres, además esta sería la primera vez que nos sentamos todas

con Ginebra.

—Enseguida regresamos, solo les llevaremos un poco de agua a Tairen y Osamar,

deben estarse muriendo de calor.

—No se preocupen, las esperamos. —dice Ginebra con una sonrisa tímida.

A decir verdad, esta era la primera vez que todas interactuaban con Ginebra, por

alguna razón Ginebra se sentía insegura de acercarse a ellas por la mala experiencia

que había tenido con una vampiresa en el pasado, creía que ellas serian igual de




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