Aquel día el viento soplaba con intensidad, los aires fríos podían sentirse, provenían de
los cuatro puntos cardinales, aquella ventisca le trajo a Ginebra esa vieja leyenda, la
historia con la que conoció a Alejandro, aquel monstruo del pantano ahora era su
esposo y era el padre del precioso niño que estaba cargando entre sus brazos, su
amado Reinar.
—Mira nada más que bello, eres igual de elegante que tu abuelo y tan parecido a
tu padre, cuando crezcas serás tan hermoso como él. —le dice Ginebra a su bebé
mientras lo llena de besos.
—Deja a mi nieto respirar jaja, que no ves que terminarás comiéndotelo a besos.
—Víctor carga a Reinar y hace lo mismo, el niño era muy amado por todos, en especial
por su padre.
—¿Cómo está Alejandro? Lo he visto trabajar sin descanso, él y sus amigos se han
empeñado en construir este lugar, pero ya está terminado, no sé por qué sigue
presionándose tanto.
—Tiene un buen motivo para hacerlo, desde que Alejandro practicó la abstinencia y
recuperó su humanidad, varios Vampiros lo han intentado, hasta hace poco sabíamos
que solo Blander y los otros lo habían conseguido, pero se han unido más al sueño
humano, papá, los chicos estiman una migración de por lo menos cien sobrevivientes
más.
—¿De verdad? Eso Increíble… esto es una gran noticia hija. —Víctor sonríe
emocionado.
—Sí papá, un pueblo donde Alejandro pueda sentirse en casa, es lo menos que se
merece.
En efecto, Alejandro y sus hermanos estaban trabajando duro para recibir a los
sobrevivientes de la abstinencia, Osmar, Tairen y Sasha habían partido hacia el punto
de encuentro donde guiarían a aquellos valientes a su nuevo hogar.
—No puedo creer que dentro de unos días el lugar que hemos construido con tanto
empeño por fin parecerá un pueblo de verdad. —expresa Dafne con ilusión.
—Todos nos merecemos un lugar al cual podamos llamar hogar. —le dice Alejandro
mientras carga un siervo en su espalda.
—Sí…
Dafne solía sufrir en silencio por la atracción que sentía en su corazón, un amor
imposible pero no por eso menos intenso, sus ojos se llenaban con la imagen de
Alejandro, ella hasta ahora se había mantenido distante, casi imperceptible, se había
enamorado de él durante estos seis años de convivencia, Dafne Hapther era una de las
amantes del rey anterior y cuando Alejandro tomó el trono ella se hizo a un lado, estaba
agradecida de que hubiese asesinado a ese tirano y se sometió a su reinado como
todo vampiro, ella pensaba que quizás estaba enamorada de la idea más no del
vampiro, pero cuando escuchó que Alejandro se había sometido a la abstinencia y que
había sobrevivido ella decidió hacer lo mismo, pues dentro de su corazón también
anhelaba su humanidad.
Alejandro la mira, se ha dado cuenta de que no dejaba de observarlo.
—¿Tienes algo que decir? — pregunta Alejandro con seriedad.
—¿Yo? Ah, sí, me preguntaba si no querías llevarle estos hongos a Ginebra, se sabe
que son buenos para las mujeres que están amamantando. —dice Dafne con una
sonrisa nerviosa.
—Sí, gracias, ponlas en la sesta.
—Claro… —Dafne borra su sonrisa y su mirada se entristece mientras todos siguen su
camino.
—¿Hasta cuándo piensas seguir con esto? Me molesta verte decaída. —le dice
Blander con un sentimiento de pena.
—Como si pudiera hacer algo al respecto, además no pienso interponerme entre ellos.
—Eres una masoquista Dafne Hapther.
—Y tú un entrometido.
Balnder se va cargando la canastilla mientras menea la cabeza y Dafne lanza un
suspiro de pesadez, ella era rubia y de una figura elegante, una excelente arquera,
inteligente y sí, ella era una masoquista, era adicta a un amor no correspondido, y no
es que fuera irresponsable, sabía perfectamente que Alejandro jamás seria suyo,
intentaba cada día reprimir sus sentimientos y en lo profundo de su corazón sabía que
haberse mudado al mismo lugar que él era un error y aun que se había convertido en
una experta de la disimulación, corría el riesgo de que como hoy su amor fuera más
fuerte que ella.
Alejandro junto a Blander y Dafne habían pasado casi todo el día y parte de la tarde en
el bosque, cazando y recolectando madera y otros suministros para tener todo listo
para cuando sus hermanos llegaran a su nuevo hogar, ya eran como las seis de la
tarde cuando la temperatura comenzó a bajar de golpe.
—Vaya, sí que está helado aquí. —expresa Dafne frotándose los brazos.
—Toma ponte esto. —Alejandro le da su abrigo mientras mira a todos lados.
—Ah, gracias amo.
—No se preocupe señor, yo le daré el mío, puede agarrar un resfriado.
—Silencio… —Alejandro tiene el rostro sombrío, ha adoptado una pose de defensa.
—¿Qué pasa señor? —pregunta Blander confundido.
—Hay algo en el bosque… nos está mirando… —susurra Dafne concentrada.
Blander pone atención y efectivamente puede sentir sus instintos de supervivencia en
alerta, si bien ya no tenían su súper instinto, sus cuerpos mortales sabían muy bien que
estaban en peligro.
Un viento extraño sacude la copa de los arboles haciéndolos silbar de manera
escalofriante, un depredador ha fijado sus ojos en ellos y no se irá con las manos
vacías.
Por otro lado, Ginebra se encuentra afuera de su residencia, estaba terminando de
colgar los pañales de Reinar cuando el sonido de los arboles le erizo la piel.
—Vaya, sí que están agitados, este no parece un viento común. —Ginebra da unos
pasos cuando de repente sintió una presencia, curiosa gira su cabeza y se dispone a