El amante infernal (libro 2)

El que acecha los bosques

 

Nuestros amigos estaban alarmados con la idea de enfrentarse al Wendigo, eran

conscientes de que podían morir en la batalla pues ya no eran inmortales, el Wendigo

estaba furioso, completamente enloquecido de rabia al haber perdido un ojo en manos

de aquella humana detractora, una traidora de los seres sobrenaturales.

—Malditas escorias…morirán desmembrados en manos de mis hijos. —la criatura se

paró a las orillas del pueblo de Birdt, cobijado y oculto en la oscuridad, sus ojos

brillantes y abominables eran lo único que resaltaba entre las sombras que lo

cobijaban.

Aquel demonio perverso estiró sus manos huesudas y largas, liberando una neblina de

color verde brillante que recorrió el suelo y cada rincón del barrio más pobre de Birdt,

aquel humo diabólico envolvió los rígidos y desnutridos cuerpos de los indigentes que

se arropaban con viejos y delgados trozos de tela apestosa, hambrientos y cansados

fueron poseídos por la maldad de aquella niebla, enloquecidos por el hambre y el odio

comenzaron a devorarse entre ellos y de inmediato aquellos seis desafortunados

vagabundos fueron consumidos por la ira profunda que fue sembrada en sus

corazones por aquel ser maligno, al instante sus cuerpos se transformaron en criaturas

delgadas y horribles, Wendigos hambrientos de venganza y carne humana, como el

Wendigo ya ha escogido a sus presas, dejaron intacto el pueblo de Birdt y se escabulleron

entre las ramas y las copas de los árboles, iban en busca de sus víctimas.

—¡Ahgr! —los hombres convertidos por el Wendigo adoptaban el nombre de quebranta

huesos, estas criaturas enardecidas gritaban enloquecidos, asustando a todo ser vivo

que pudiera oírlos.

Mientras tanto…

—¿Están listos para salir? —les pregunta Alejandro quien lleva consigo una espada.

—Sí. —Alejandro ha decidido sumergirse nuevamente al bosque, para evitar que el

Wendigo y los quebranta huesos entren al pueblo que ellos han fundado.

—Por suerte esa criatura es rencorosa y solo busca vengarse de nosotros, Dafne, tú

también vas a acompañarnos. —Le dice Alejandro con autoridad.

—Sí amo. —responde Dafne de inmediato.

—necesitaremos tu habilidad con el arco, además de que tu vista es buena.

—¡Sí señor! —Dafne se ruborizó, se sintió feliz de que Alejandro solicitara su presencia

en una misión tan importante, además de que era la única mujer que iría con ellos a la

batalla.

Blander, Mirten, Levy y Dafne eran quienes acompañarían a Alejandro, por otro lado,

Ginebra se sintió extraña, quería ayudar a sus amigos y a Alejandro, Dafne estaba

siendo el apoyo que ella siempre deseo ser para su esposo y el corazón le dolió

profundamente.

—Muy bien, entonces nos vamos, Yubel, Sifri, protejan a Ginebra, a Víctor y al bebé,

cuento con ustedes. —les dice Alejandro confiándoles lo más preciado que tiene.

—Sí señor, no se preocupe por nada, sabemos que regresaran con bien.

Alejandro mira a su esposa quien está más callada de lo habitual.

—¿No vas a decir nada? —Alejandro le acaricia el rostro con ternura.

—Regresen sanos y salvos por favor…—le dice Ginebra decaída.

—No te preocupes por nosotros, no tenemos pensado perder contra esas bestias,

además, quiero regresar lo antes posible para recibir mi recompensa.

—¿Qué recompensa? —le pregunta Ginebra con seriedad.

—Un beso tuyo amada mía.

Ginebra se abalanza a los brazos de Alejandro y lo besa con ternura.

—Tendrás más de estos si llegas antes de que el sol salga por completo.

Alejandro le sonríe y entonces se van.

—No te preocupes por ellos, son muy buenos peleadores, aunque no lo parezcan, son

difíciles de matar, además el amo va con ellos, por orgullo no morirán, todos quieren

probar su Valía ante él. —le dice Yubel con una sonrisa.

—Yo confió en ellos, sé que son fuertes, es solo que me siento mal por no ser capaz de

ayudarlos en algo, por mi culpa ustedes están aquí, se bien que querían acompañarlos.

—expresa Ginebra entre lágrimas.

—No llores…—Sifri la abraza para consolarla.

—¿Me dan un momento a solas? Me gustaría elevar unas plegarias por ellos, espero

que por lo menos mi fe pueda serles de utilidad. —expresa Ginebra con seriedad.

—Ah, sí, claro, estaremos en la habitación de Reinar. —le dicen Sifri y Yubel dejándola

sola.

Ginebra se escabulle a su habitación, había logrado conservar la mitad de la perla que

la sirena madre le había obsequiado hace varios años, su mente había planeado algo

 

para que dejara de ser una carga, así que agarro su capa y se fue al rio llevando la

perla consigo, mientras corría, recordaba aquella inocente platica que había tenido con

Beatriz tres años atrás.

—¿Crees que si me como lo que queda de la perla pueda obtener los poderes

curativos que esta posee? —le preguntó Ginebra a la bruja con curiosidad.

—¿Quieres comerte esa cosa? Hahaha qué tal si es vomito fosilizado de la sirena roja

haha.

—Ya sé que es una pregunta tonta, pero… ¿Al menos hay una posibilidad de que

funcione?

Beatriz se quede pensando un momento y después le respondió.

—Bueno, si la comieras con algún brebaje encantado…solo uno muy potente, entonces

creo que si funcionaria.

—¡¿De verdad?! —el rostro de Ginebra se ilumina esperanzado.

—¿No estarás pensando en comerte esa porquería o sí?

—Lo he estado pensando desde que la sirena madre me la dio, si algún día se

necesitara, lo haría, esta perla no durará para siempre, pero si alguien se convirtiera en

la perla…entonces su poder sería más eficaz, así podría ayudarlos a ustedes, y a




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