El amante infernal (libro 2)

La iniciación del cazador

La mano de Lucia se posó nuevamente sobre Laila, pero esta vez la sujetó del brazo y

la sacudió poniéndola de pie y clavándole una mirada llena de ira y la empujó con

fuerza.

—¡Si por mi fuera ya te abría golpeado hasta que aprendieras la lección! Que esa

bofetada te sirva de escarmiento para que no vuelvas a husmear tras las puertas de tus

patrones, recuerda que gracias a nosotras tienes un techo donde refugiarte, si no fuera

por mi madre ya te habría matado tu antigua jefa, te abría corrido y seguramente

estarías trabajando en un burdel o pidiendo limosna para sobrevivir.

Lucia estaba realmente molesta, no soportaba la idea de que alguien inferior a ella

hubiera escuchado la reprensión que le había dado su madre y tratándose de Laila que

no era santo de su devoción se sentía aún más furiosa.

—¡Perdóneme por favor! Ustedes han sido muy generosas conmigo, me han salvado la

vida como usted lo ha dicho, créame cuando le digo que no fui chismosa a propósito,

venía a traerles sus toallas para que tomaran un baño y a llevarles el recado que me

habían anunciado, pero no quise interrumpirlas, jamás le volveré a dar motivos para

que piense mal de mí, le agradezco que no me haya castigado de otras formas, estoy

arrepentida, se lo juro. —Laila se puso a llorar, no era la forma en la que quería

empezar su servicio hacia Lucia, quería tratarla como una princesa y vivir el resto de

sus días trabajando con diligencia para esa familia, así que lo que había pasado la

puso muy triste.

—Ya deja de llorar y prepárame el baño, tampoco creas que gastare mis energías

contigo, ya déjalo así.

—Lo siento… enseguida la llamo.— exclamó Laila mientras levantaba las toallas.

Por otro lado, Ginebra se encontraba en su habitación, estaba triste por la forma en la

que se había dado la plática, nunca pensó que sus caminos se juntarían de nuevo, era

como si la vida planeara que los Landes y los Borgues siguieran unidos por el hilo del

destino.

—No cabe duda de que esa joven es idéntica a su hermano, tienen los mismos ojos, el

mismo tono de cabello, David volvió a nacer en Lucia… ¿Por qué me siento tan triste?

Que horrible es la añoranza.

Ese día Ginebra no dejó de pensar en David, no es que lo siguiera amando, pero de

pronto lo extrañó, extrañó a Valle de cobre, a su padre y los tiempos donde tenía a

Alejandro solo para ella, donde se sentía segura de su amor y de que su corazón le

pertenecía, ni siquiera el día que apareció Esmeralda, la vampiresa de Galia se sintió

insegura y eso que esa mujer era bellísima, pero por alguna razón, Dafne le parecía

 

una competencia, esa mujer rubia de habilidades deslumbrantes que acompañaba a su

esposo a muchas de sus misiones la hacía sentirse celosa, era evidente que Dafne

amaba a su esposo y aun que no rebasaba los límites de subordinada, todo lo que

hacía estando cerca de su esposo le molestaba, la forma en la que sonreía, la forma en

que lo veía, sus manos mientras las llevaba a su cabello y hasta su propia existencia le

parecían aborrecibles a Ginebra.

—¿Desde cuándo te siento tan ajeno esposo mío? ¿Realmente sigues siendo mío?

La tarde seguía avanzando, hasta que por fin llegó la noche, las luces de cantoya

iluminaban todo a su alrededor, el hogar de los cazadores era fascinante, durante todos

estos años se habían esforzado en construir un lugar tan cálido al cual pudieran llamar

hogar y lo habían conseguido.

—¿Qué es todo esto? —se preguntaban asombradas Selene y Lucia al ver el camino

de antorchas que conducía hacia la ceremonia.

—Jamás vi algo así… — sobre ese andador caminaba Reinar llevaba el cabello suelto

como su padre y usaba un traje blanco con una capa con costuras y detalles dorados y

aperlados, parecía un príncipe, en las mejillas llevaba tinta azul que le recorría también

parte de la nariz, como si de un símbolo de guerra se tratara, caminaba erguido, con la

elegancia propia de un caballero.

Todos estaban alrededor de la plaza que a su vez la rodeaban las cabezas de los

goblins que habían caído en las manos de aquel aspirante, Mirten no podía sentirse

más orgulloso de su pupilo pues él solo había decapitado a más de treinta enemigos

ese día, Laila contemplaba fascinada toda esa iniciación que no era menos digna que

la que se hace con la realeza y pensó que al fin y al cabo Reinar era hijo de un antiguo

rey.

Los sobrevivientes vestían ropas rojas a excepción de Ginebra quien al igual que

Reinar llevaba ropas blancas, tenía un vestido largo de ceda que brillaban con el reflejo

de la luz, estaba adornada con piedras preciosas y un peinado recogido entre

pequeñas incrustaciones de perlas, la esposa del señor de los cazadores parecía una

reina.

—¿Cómo es que luce tan joven? De hecho, todos aquí parece que no rebasan los

treinta años. —se preguntaba Lucia al ver que ninguno de ellos era viejo o feo.

Y cayó en cuenta que al ser ex vampiros todos esos sobrevivientes eran así de

hermosos por su origen sobrenatural y de pronto, los sonidos de trompetas

comenzaron a sonar una vez que Reinar se acercaba cada vez más a la plaza y una

vez que se encontró ahí se puso de rodillas ante su madre la cual le sonrió llena de

orgullo y entonces, de entre la multitud se abrió paso al hombre que todos admiraban y

respetaban con fervor, Alejandro también vestía un traje blanco de gala, pero él tenía

unas hombreras rojas que lo hacían destacar, llevaba el cabello suelto, hilos brillantes y

dorados tenía por cabellos y sus preciosos ojos azules que se iluminaban como el




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