El amante infernal (libro 2)

Asfixia

Esa noche Alejandro no durmió con Ginebra, muy de mañana se dirigió a la residencia

de Dafne y cuando estaba justo en la puerta Yubel venia saliendo.

—¡Amo! Buenos días.

—¿Dafne esta despierta?

—Sí, gracias a la señora Ginebra, Dafne se recuperó por completo.

—¿A dónde vas? Le preguntó Alejandro con una voz rasposa.

—Iré por algo de fruta, tenemos entrenamiento con los recién nombrados así que nos

espera un día largo.

—Entiendo, compra también algo de pan y queso. —Alejandro le dio una bolsa con

dinero y Yubel la aceptó con agrado y se fue corriendo de ahí.

Alejandro tocó la puerta y a los segundos Dafne le abrió, tenía el cabello suelto y al

verlo sus ojos brillaron con intensidad.

—¡Alejandro! —pasa por favor, te serviré una taza de té.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó Alejandro con seriedad, se sentía apenado por lo

que había pasado con Ginebra.

—Pareciera que no me herí la mano, no me duele nada y tampoco tengo una cicatriz.

Alejandro sonrió aliviado y al verlo Dafne se ruborizó, él tomó su mano y la revisó.

—Lamento lo que pasó, a pesar de que Ginebra es nuestra sanadora la sangre le sigue

causando conflicto y se quedó petrificada.

—No te preocupes por eso, gracias a sus poderes estoy bien, hay mucho que hacer, no

podía darme el lujo de quedarme en cama o morir jaja.

Alejandro le acaricio la cabeza, le dio compasión verla tan alegre a pesar de lo que

había pasado anoche y al instante Dafne lo abrazó, efusivamente lo hizo.

Alejandro se sorprendió y no le correspondió el abrazo.

—Gracias por preocuparte por mí, me hace muy feliz saber que tengo un señor

compasivo.

—No hice nada extraordinario, tú y todos los cazadores están bajo mi responsabilidad,

aprecio sus vidas y no quiero perderlos.

—Gracias. —el corazón de Dafne rebosaba de felicidad, pero se apartó al sentir a

Alejandro incómodo.

—Me tengo que ir, las amigas de mi esposa se van en un momento, más tarde iré a

supervisar su entrenamiento, cuento con ustedes.

 

—Por supuesto, nos vemos en un rato.

Mientras esto ocurría, Lucia se mantenía al tanto de todo, le había ordenado a Laila

averiguar si Alejandro y Ginebra habían dormido juntos y al ver que no había sido así y

que Alejandro había ido a ver a Dafne mandó a Laila a que llamara a Ginebra para

decirle que era urgente y que quería entregarle algo y así lo hizo, Ginebra se puso una

cobija encima y salió a encontrarse con Lucia.

—¿Qué es lo que quiere darme tu ama? —le preguntó Ginebra temblando de frío.

—Creo que es un regalo, pero como el viaje se adelantó, no tardamos en regresar a

San Carlo.

—Qué raro, Selene no me dijo nada.

—Realmente fue de improviso la señora tiene asuntos que arreglar.

Laila se sentía muy culpable, no sabía porque Lucia la había mandado a vigilar a los

señores ni por qué mandaba llamar a Ginebra, seguramente pensaría mal de su

esposo si lo ve salir de la casa de otra mujer y justo cuando se había animado a

avisarle a Ginebra, Lucia apareció.

—¡Ginebra! Buenos días, espero hayas dormido bien.

—Hola Lucia, yo también deseo que hayas descansado ¿Para que querías verme a

esta hora?

—Quería disculparme por las cosas que dije el otro día, mi mamá habló conmigo y me

hizo ver mi imprudencia, solo quería decirte que agradezco tu hospitalidad y que

espero seamos bienvenidas en una próxima visita.

—Ah, sobre eso, no te preocupes, lamento que hayas tenido una idea equivocada de

mí, espero que puedas hacer una amistad con mi hijo y conmigo también, así como tu

madre.

—Eso espero… —Lucia desvió la mirada justo detrás de Ginebra y exclamó. —¿Ese

no es el señor Alejandro? —Ginebra volteo y el estómago le dolió al ver que salía de la

casa de Dafne, Alejandro se sacudía la ropa como si se la estuviera acomodando y él

siguió su camino sin siquiera notarla pues no estaban muy cerca de ahí.

—Alejandro… —Ginebra se desplomo y Laila la agarró de la cintura.

—¡Señora!

—¿Te encuentras bien? De repente te pusiste pálida. —le dijo Lucia mirándola con

pena.

—No… no es nada… me maree, eso es todo. —Ginebra no dejaba de tocarse el

estómago, sentía que quería salir corriendo de ahí pero justo entonces Selene llegaba

a su encuentro junto con Reinar y Mirten.

 

—¡Ginebra!

— ¿Estás bien mamá?

—Selene…hijo…

—De repente se sintió mareada.

—Ven mamá, vamos a sentarnos. —le dijo Reinar preocupado al verla tan pálida.

—No se preocupen, estoy bien enserio. —les dijo con una sonrisa fingida.

—Mi querida amiga, por alguna razón siento que nuestra visita fue inoportuna.

—Claro que no, me ha hecho muy feliz verlas, me siento un poco cansada, eso todo

me comento Laila que ya se van.

—Sí, tengo que atender unos asuntos en el pueblo, además no queremos abusar de su

hospitalidad.

—No digas eso, lamento si mi esposo parece intimidante, es solo que está muy

ocupado, pero… —en ese momento Alejandro apareció justo detrás de Ginebra y se

acercó a ellos.

—Padre, buenos días.

—Alejandro, quería darle las gracias por su hospitalidad, mi hija y yo tenemos que

regresar, pero nos vamos muy agradecidas por su generosidad, espero nos permita

regresar pronto.

—Las acompañaremos a fuera. —les dijo Alejandro con seriedad y añadió. —si mi

esposa lo desea pueden venir a visitarla cuando quieran.

—Muchas gracias. —respondieron llenas de alegría.

—Una vez que llegaron a los muros los centinelas revisaron que el área estuviera




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