La presión de Ginebra había subido, por eso se sentía mareada, lo que había
presenciado la tenía con mil afirmaciones en la cabeza, le dolía el alma al pensar que
Alejandro hubiese pasado la noche con Dafne, estaba segura de que había una
explicación para eso, se reusaba a pensar que su querido Alejandro la estuviera
traicionando o que ella misma con sus celos lo haya orillado a eso.
—No, me reusó a creer que Alejandro me haya sido infiel… ¿pero cómo me saco esta
duda del corazón? Estamos peleados como para pedirle una explicación, creerá que lo
estoy espiando y entonces sí se fracturará nuestra confianza ¿Dios mío qué hago?...
Como pudo Ginebra caminó hasta uno de los jardines y se sentó de golpe, a lo lejos
Dafne pasaba por ahí y la vio.
—¿Qué está haciendo? No se ve muy bien… —Dafne estaba indecisa de acercarse,
pues ellas no se llevaban bien, pero como Ginebra la había curado decidió ofrecerle su
ayuda.
Ginebra tenía la cara entre sus rodillas y estaba llorando.
—¿Ginebra? Digo… señora Ginebra ¿Por qué está llorando? ¿Le pasa algo?
—preguntó Dafne con timidez.
—Dafne… —Ginebra levantó el rostro y la vio con recelo.
—¿Qué haces aquí? Déjame en paz.
—Vine porque te vi llorando, eso es todo. —le respondió Dafne molesta.
—¿Por qué mi esposo salía de tu casa esta mañana? Él… ¿Durmió contigo anoche?
—¿Qué? ¿Cómo puedes pensar eso?
—¡Anoche discutimos por tu culpa! No dormimos juntos y lo vi saliendo de tu
residencia.
—¿Por mi culpa? —preguntó Dafne confundida.
—¡Ya deja de mentirme y dime la verdad! ¡estoy segura de que estás enamorada de
mi esposo! se te nota a leguas. —le dijo Ginebra alzándole la voz.
—¡Pue sí! ¡sí estoy enamorada de Alejandro!
—¡Lo sabía y ya Deja de tutearlo! ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?
—Ya te dije que a él no le molesta que lo haga y ya te respondí una de tus preguntas,
lo amo y lo he amado desde hace mucho tiempo… —Ginebra le dio una bofetada tan
fuerte que le volteo la cara.
—Pégame todo lo que quieras, yo no voy a levantarte la mano, a partir de ahora no te
lo voy a negar, sí estoy enamorada de tu esposo y no es un amor pasajero o frágil, lo
amo igual o incluso más que tú. —Ginebra estaba a punto de darle otra bofetada, pero
Dafne le paró la mano en seco y se la sujeto con fuerza.
—¡Suéltame! ¿Cómo te atreves a defenderte después de lo que me has dicho? —le
preguntó enardecida.
—¡Cállate y escúchame! Que voy a responderte tu segunda pregunta, no entiendo
como puedes tener a tu esposo en un concepto tan equivocado, Alejandro no ha hecho
más que amarte y respetarte, no sé si es consciente de lo que siento por él, pero te
aseguro que jamás me ha puesto un dedo encima, no piensa en nadie más que en ti y
nunca vi a un hombre amar tanto a una mujer como lo hace él contigo y no sabes la
envidia que me da… —Dafne comenzó a llorar en esos momentos y añadió —No
mereces su amor… he visto como lo tratas y como lo lastimas con tus celos y tu
indiferencia, es por mucho el esposo que todas quisiéramos tener y tú lo estas alejando
de tu lado con tus tonterías.
—¿Qué?
—De mi parte jamás me le he insinuado para que se acueste conmigo, mientras que
este casado contigo no intervendré entre ustedes, no puedes obligarme a que deje de
amarlo así que vivirás con eso por el resto de tu vida, pero algo si te digo, si sigues así
vas a alejarlo de ti y entonces sí, lucharé por él y haré lo imposible para que se
enamore de mí, que quede claro que son tus acciones la que me están dando una
oportunidad.
Dafne le soltó la mano y se la aventó con rudeza dejándola sin palabras.
Ya habían pasado un par de horas y Ginebra seguía en ese lugar, estaba aliviada por
lo que Dafne le había dicho y al mismo tiempo se seguía sintiendo celosa, era evidente
que tenía una rival en el amor, Sasha había visto todo, pero no se animó a interferir,
después de ver que Ginebra seguía en el jardín a pesar del sol ardiente, fue a avisarle
a Alejandro.
—Señor, que bueno que lo encuentro, pasaba por el jardín que está cerca del muro
principal y noté que su esposa estaba muy pensativa, quizá quiera hablar con usted.
—le dijo Sasha mientras le entregaba un jarro de agua fresca pues hacía mucho calor.
—Gracias por avisarme, enseguida iré con ella. —Alejandro se dirigió hacia Ginebra y
se sentó a un lado de ella.
—¿Quieres desmayarte por insolación?
—La verdad no me importa. —le respondo con tristeza.
—Tienes los hombros rojos, te arderán si no nos vamos de aquí. —le dijo Alejandro con
dulzura.
—¡Alejandro! —Ginebra se echó a llorar en sus brazos y lo abrazó con fuerza y se
desahogó con él.
—Deja de llorar. —le decía mientras le acariciaba la espalda.
—Realmente me siento como una estúpida, sé que mi comportamiento es irracional y
que te juzgue sin motivos, pero realmente me siento celosa de ella, tengo miedo de que
termines enamorándote de Dafne por convivir tanto tiempo juntos, me da miedo pensar
que termines haciéndola tu mujer como cuando tenías a miles de concubinas a tu
disposición, perdóname por tratarte de esa forma tan cruel y por todas las cosas
horribles que te dije.
Alejandro tomó el rostro de Ginebra con sus manos y la miró fijamente y le dijo.
—Yo jamás amaré a otra mujer que no seas tú, el vínculo que nos une sigue vigente y
así hasta el fin de nuestros días, Dafne no ocupa mi corazón, tú sí, tú eres mi dueña,
entiéndelo de una vez.