El amante infernal (libro 2)

Una mejor danza para el rey

 

El corazón de Lía golpeaba su pecho de lo rápido que le latía, y no pudo decir ni una palabra, al verlo tan dispuesto a verla en acción.

—¡Bruja acércate! El rey te llama a su presencia. —manifestó Cristia quien le susurró inmediatamente al oído.

—Ni se te ocurra contradecirlo a menos que quieras que nos asesine a todos.

—Pero no se bailar…tampoco cantar o recitar poemas…¿Qué puedo hacer para entretenerlo? —le preguntó Lía aterrada.

—Ingéniatelas, más te vale satisfacer sus expectativas, no te ha quitado la mirada de encima en toda la noche, algo tienes que le interesa, úsalo para salvarnos el pellejo a todos. —insistió Cristia poniéndole esa carga en los hombros.

Lía le hizo una reverencia a Valeska y al levantar la mirada sus ojos se cruzaron nuevamente y no supo que más hacer y le sonrió, se veía tan bonita que no le disgustó al rey aquel gesto.

—¿Qué puedo hacer por usted mi rey? —le preguntó Lía con respeto.

—Estoy aburrido, haz que me divierta un poco. —le ordenó Valeska para hacerla enojar.

Su hermosa sonrisa coqueta le molestó a la bruja, pensando que ella no era ningún payaso, tenia los nervios de punta porque no sabia que hacer para que el rey dejara de estar aburrido, miró a su alrededor y vio todas las luces, pensó rápidamente en lo que ella hacia en el inframundo para aquietar su alma, cuando sentía que tanta oscuridad la volvería loca, así que respiró profundamente y apago todas las luces dejándolos a todos en una profunda oscuridad.

Un viento sutil recorrió la sala, apagando cada vela, ante el desconcierto de todos, el rey se mantenía a la expectativa de lo que aquella pelirroja pudiera hacer.

—¿Por qué ha apagado todas las luces? —los guardias inmediatamente intentaron rodear a Valeska, pero este se los impidió.

De pronto, varias luces azules comenzaron a aparecer, como si fueran delicadas almas que iluminaban por donde quiera que pasaban, eran mágicas y pacificas, la figura de Lía se encendía pues de ella emanaba toda esa energía, los ojos de Valeska se abrieron asombrados ante tal espectáculo.

Esta no era una danza cualquiera, era un ritual de luz, los movimientos delicados de Lía lo dejaban simplemente hipnotizado, al igual que a los condes y los sirvientes que la observaban, de repente, aquellas luces misteriosas comenzaron a tomar formas de ciervos, conejos y aves y corrían y revoloteaban en el gran salón como si fuera su bosque.

Era la primera vez que aquel tenebroso y frio castillo se sentía tan cálido y lleno de paz, las blancas y cálidas manos de Lía hacían movimientos lentos y elegantes, su figura y su feminidad eran atrapantes , los ojos del rey estaban puestos en ella, de repente puso las manos en el piso y las luces siguieron el camino hasta los pies de Valeska y en una sola línea brillante, llegaron a iluminar su muñeca, donde se encontraba la marca de luna que ella le hizo cuando era un niño, justo el día que se despidieron.

Valeska sintió como la calidez le arropaba la mano, sorprendiéndose por aquella extraña sensación y entonces, los recuerdos de cuando eran pequeños se proyectaron en el techo del gran salón como si se tratara de una película, Lía no podía explicárselo, pero sintió tanta nostalgia de verlos que fue en ese momento cuando terminó su acto, regresando la luz a todo el lugar.

Un gran silenció se apoderó de todo, lo que habían visto era tan majestuoso que se habían quedado sin palabras.

—Que hermoso…exclamó Cristia embelesada.

Ella fue quien comenzó a aplaudir y todos la siguieron al instante, llenando el salón de aplausos inesperados.

Mientras Freya y las otras concubinas llegaban a la puerta del gran salón se sorprendieron al escuchar el bullicio.

—¿A que se deben esos aplausos? —preguntaron algunas concubinas confundidas.

—Se trata de la bruja de cabellos rojos. —dijo uno de los guardias y añadió. —parece que ha cautivado a los condes con su presentación de magia.

—¿Qué? Háganse aun lado, las concubinas del rey quieren el paso. —dijo uno de los eunucos que las escoltaban.

—No pueden pasar, el rey ordenó que no se presentaran esta noche.

—¿Cómo se atreve a mentir de esta manera? Ellas son las mujeres preferidas del rey, además la favorita de nuestro dios esta esperando ¿se atreven a dejarla afuera? —lo cuestionó el eunuco indignado.

—Lo lamento, son órdenes directas del rey.

—¿Cómo es eso posible? La señorita Freya esta aquí, el rey la adora, si le dice que esta afuera seguro que cambiará de parecer.

 —Lo dudo, se encuentra bastante entretenido con la humana, por favor regrese a las concubinas a sus aposentos.

Freya apretaba los dientes furiosa, no podía concebir que aquella humana estuviera interponiéndose de nuevo en su camino, no iba a permitir que nadie le robara la atención de su rey.

—Abra las puertas, dígale a mi señor que estoy aquí para complacerlo, que las otras concubinas regresen a sus aposentos, yo no regresaré hasta que mi rey me de la cara. —manifestó Freya conteniendo su rabia.

—Lo sentimos, pero…—en ese mismo momento, Cristia salió al escuchar aquel lio.

—¿Qué está sucediendo aquí afuera? ¿Cuál es el alboroto?  —preguntó Cristia y al ver a Freya y a todas las concubinas se sorprendió.

—Les dije a los sirvientes que les anunciaran que esta noche no se presentarían ante el rey, excelencia, el rey tampoco la convocó esta noche, le dijo Cristia a Freya con incomodidad al verla arreglada.

—¿Por qué el rey ha dado esa orden?

—Por que tiene la autoridad de hacerlo, es el señor de todo, ahora mismo no quiere ser molestado, las presentaciones terminaron por esta noche.

—¿Qué? ¿pero por qué? —preguntaron las concubinas sorprendidas.

Al asomarse a la puerta, todas vieron como el rey tenía los ojos sobre Lía, ambos se miraban fijamente, Valeska se puso de pie y caminó hacia donde se encontraba Lía, ella agachó la cabeza y la mirada y el levanto su rostro agarrándole la barbilla.




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