La madrugada después de la gala nos encontró exhaustos. El sobre con la amenaza descansaba sobre la mesa como un animal dormido, pero lo que más me helaba no era la advertencia escrita, sino la fotografía. Aquella imagen de nosotros sosteniendo el molde de Luna Azul tenía algo siniestro: alguien había estado demasiado cerca, demasiado adentro de nuestra intimidad. Orfeo, de pie junto a la ventana, no había dormido un minuto.
—Esto ya no es solo Damian —dijo, sin apartar la mirada del cielo ennegrecido—. Aquí hay alguien más moviendo piezas.
Lo miré, abrazando mi cuaderno contra el pecho. Una idea me daba vueltas desde la llamada misteriosa en la chocolatería, esa voz que había pronunciado la palabra mamá.
—Orfeo… —mi voz se quebró—. ¿Y si lo que buscan no es la casa? ¿Y si lo que buscan… soy yo?
Él giró lentamente, con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres decir?
—Nunca supe nada de mi madre. En el orfanato apenas había un registro, un nombre incompleto. Y ahora… aparecen llamadas, fotos, amenazas escritas como si alguien conociera secretos que yo mismo desconozco.
Orfeo se acercó, arrodillándose frente a mí. Me tomó las manos con firmeza.
—Entonces vamos a buscar la verdad. Juntos.
La mañana siguiente fue un torbellino de inspección en Casa Archer. Funcionarios revisando papeles, inventarios, cámaras frigoríficas. Karin y Nico se movían con rapidez, mostrando registros impecables. Orfeo, erguido, respondía cada pregunta con una calma que envidiaba.
Pero Damian no había terminado. Lo vi llegar al mediodía, impecable en su abrigo largo, con una sonrisa venenosa.
—Qué sorpresa verte aquí —ironizó Orfeo, interceptándolo antes de que entrara al obrador.
—No tanto —respondió Damian, mostrando un sobre de documentos — Digamos que vengo a colaborar con la inspección. Sería una pena que se encontraran irregularidades, ¿verdad?
—Lo que sería una pena es que confundieras obsesión con justicia —replicó Orfeo.
Damian arqueó una ceja y me miró con descaro.
—Al final, siempre se trata de ti, Orfeo. De lo que eliges. ¿De verdad vas a arruinar tu nombre, tu negocio, por un huérfano que ni siquiera sabe de dónde viene?
Sus palabras me golpearon en el estómago, pero Orfeo no vaciló.
—Álex es mi presente y mi futuro. Tú solo eres un eco ruidoso del pasado.
Damian sonrió, pero esta vez con rabia en los ojos.
—Ya veremos cuánto dura esa lealtad cuando aparezca la verdad sobre su madre.
Se dio la vuelta y se marchó, dejándonos con el silencio lleno de agujas.
Aquella tarde, incapaz de contener la inquietud, volví al orfanato. La directora Granell ya no estaba; en su lugar me atendió una secretaria joven que, tras revisar archivos polvorientos, me tendió una carpeta.
—Este es todo el expediente que tenemos de ti, Álex.
Mis manos temblaron al abrirlo. Allí estaba mi nombre incompleto, una foto de bebé con una manta azul, y una nota en tinta corrida:
Hijo de Lucía Archer.
El corazón me dio un vuelco. Archer. Me quedé sin aliento. El apellido coincidía con el de Orfeo.
Cuando regresé a Casa Archer, la carpeta aún bajo mi abrigo, Orfeo me esperaba. Al ver mi expresión, supo que algo había cambiado para siempre.
—¿Qué encontraste? —preguntó con voz tensa.
Abrí la carpeta sobre la mesa. La nota estaba allí, en letras desvaídas. Orfeo la leyó, y su rostro palideció.
—Lucía Archer… —susurró—. Era el nombre de mi madre.
El silencio nos sepultó como un alud. Yo no podía moverme, apenas respirar. Si aquello era cierto, si los registros no mentían… ¿qué significaba?
Orfeo alzó la vista hacia mí, con un torbellino de emociones en los ojos: desconcierto, miedo, negación… y un amor obstinado que se negaba a derrumbarse.
—No… — dijo con firmeza, como si su palabra pudiera cambiar la realidad — No me importa lo que digan los papeles. No me importa lo que intente Damian. Tú eres Álex, el hombre que amo. Y nada va a borrar eso.
Su voz me estremeció. Pero la verdad ardía demasiado cerca. Esa noche, mientras intentaba conciliar el sueño en sus brazos, un mensaje llegó a mi teléfono. Un número desconocido. Una sola frase:
Tu madre no murió. Y yo puedo probarlo.