Desperté con la sensación extraña de estar vivo cuando ya me había entregado a la muerte. Las mantas ásperas me envolvían como un capullo, y el calor de una estufa de hierro mantenía a raya el hielo que aún ardía en mis huesos.
El hombre de barba canosa estaba frente a mí, sentado en una silla de madera, mirándome con una intensidad que me incomodaba.
—Así que eres tú… —dijo, sin rodeos.
—¿Yo? —murmuré con la voz ronca, apenas logrando incorporarme.
—El chico que Orfeo Archer dejó en la calle.
El corazón se me apretó de golpe. Sentí el nombre como una herida abierta.
—No fue… así —intenté decir, pero mi voz se quebró.
El hombre sonrió con amargura.
—Claro que fue así. A los Archer no les tiembla la mano para deshacerse de lo que ya no les sirve.
Me quedé en silencio, tragando lágrimas. Quería defender a Orfeo, gritar que me amaba, que todo había sido una mentira impuesta. Pero la imagen de él diciéndome:
No te amo, Álex. Nunca lo hice
Me asfixió.
Los días siguientes fueron lentos, un ir y venir de silencios, sopa caliente y noches en las que apenas podía dormir. El hombre me dejaba descansar, pero cada tanto hablaba, como si de a poco me diera piezas de un rompecabezas oscuro.
—Yo trabajé para ellos hace muchos años —me confesó una noche, con la mirada perdida en el fuego de la estufa—. Creía en su legado, en su imperio de chocolate. Pero detrás del brillo y el lujo, solo encontré podredumbre. Traiciones, ambiciones sin escrúpulos.
Lo observé en silencio. Mi corazón quería rechazar esas palabras, pero mi mente recordaba a Damián, su poder, su amenaza.
—Orfeo no es como ellos —dije con firmeza— Él es… diferente.
El hombre me miró con una compasión extraña.
—Quizás lo sea. Pero nadie escapa del apellido Archer. Y menos cuando los Leclair están detrás moviendo los hilos.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Hubo noches en que no aguantaba más y rompía en llanto, escondiendo la cara entre las manos.
—Lo amo… —murmuraba, una y otra vez—. Lo amo más que a mi propia vida. ¿Por qué me hizo esto?
El hombre nunca me daba respuestas, solo me ponía una mano en el hombro. Su gesto era torpe, casi brusco, pero sincero.
—No lo sé, muchacho. Solo sé que el amor no siempre basta cuando las cadenas son más fuertes.
Lo miré, y por primera vez noté en su mirada un dolor antiguo, como si él mismo hubiera amado y perdido, como si su compasión hacia mí naciera de una herida que jamás cicatrizó.
Poco a poco, empecé a sentirme más fuerte. Comía mejor, dormía bajo techo, ya no temblaba hasta el delirio. Pero mi corazón seguía siendo un campo de ruinas.
No pasaba un solo día sin pensar en Orfeo. En su voz, en su calor, en la forma en que sus manos se posaban sobre las mías. Me repetía que debía odiarlo. Que debía arrancarlo de mi corazón. Pero era imposible.
Lo que más deseaba era volver a verlo, aunque fuera de lejos. Una tarde, el hombre me sorprendió con una frase que me heló la sangre.
—Si quieres volver a verlo… debes saber que no será fácil.
Lo miré con los ojos muy abiertos.
—¿Qué quieres decir?
—Los Leclair no dejan escapar lo que consideran suyo. Y si Orfeo está bajo su control… tú serás lo primero que intentarán borrar de su memoria.
Sentí que me faltaba el aire.
—¿Quieres decir que…?
Él me sostuvo la mirada, con la seriedad de quien carga verdades demasiado pesadas.
—Quiero decir que no lo has perdido aún. Pero si no luchas… lo perderás para siempre.
Esa noche, mientras intentaba dormir, escuché al hombre murmurar para sí mismo, creyendo que yo ya estaba dormido.
—No dejaré que los Archer le hagan lo mismo que me hicieron a mí.
Me incorporé con un escalofrío. ¿Qué le habían hecho? ¿Quién era realmente aquel hombre?
Y, sobre todo, ¿qué sabía que yo aún no sabía?