La música seguía sonando en la fiesta, pero la atención de todos ya no estaba en los violines ni en el vals. Era Orfeo el centro de las miradas, no por su porte, sino por la sombra que lo envolvía.
Damián lo mantenía de la mano, como si fuera un trofeo. Cada vez que alguien se acercaba a hablar con él, lo interrumpía, respondiendo por él, marcando la diferencia de poder con cada palabra.
—¿Así que recuerdan a Orfeo Archer, el orgulloso heredero? —dijo con una sonrisa cruel, alzando su copa—. Pues miren bien cómo los orgullosos también saben inclinar la cabeza.
Un murmullo incómodo recorrió el salón.
Orfeo sintió que el aire se le escapaba de los pulmones, pero no dijo nada. Su silencio era su único refugio. Lucien, uno de sus amigos más cercanos, ya no pudo soportarlo. Avanzó hasta ellos, el rostro enrojecido por la rabia.
—¡Basta, Damián! —exclamó, alzando la voz por encima de la música—. Lo que estás haciendo con él es una vergüenza.
Damián arqueó una ceja, divertido.
—¿Vergüenza? Oh, querido Lucien, lo único vergonzoso es que todavía creas que Orfeo puede decidir algo por sí mismo.
Lucien lo tomó del brazo, desesperado.
—Orfeo, mírame. ¡Dime que lo aceptas! Dime que esto es lo que quieres y me callaré.
Todos los ojos se clavaron en él. El silencio fue absoluto. Orfeo tragó saliva, con la garganta seca, y respondió con una voz apagada que desgarró a quienes lo escuchaban:
—Es lo que quiero.
La sala entera quedó helada. Algunos desviaron la mirada, otros cuchichearon, incapaces de creer que ese era el mismo Orfeo de siempre.
Damián sonrió satisfecho y, delante de todos, deslizó su mano por el cuello de Orfeo como quien acaricia a un animal domesticado.
La humillación no terminó allí. Damián, buscando mostrar su poder absoluto, levantó la copa y dijo en voz alta:
—Brindemos, damas y caballeros, porque el orgullo de la familia Archer finalmente ha encontrado su lugar… a mis pies.
Hubo murmullos, miradas incómodas, y algunas copas se alzaron con reticencia.
Orfeo sintió que el mundo se derrumbaba bajo él. Cada palabra era un clavo en su dignidad, cada risa un recordatorio de su prisión. Quiso gritar, quiso romper las cadenas… pero el recuerdo de Álex lo sostuvo.
Si resisto, él estará a salvo.
Pero la calma artificial de la fiesta se quebró de repente. Un fuerte golpe de cristal estalló cuando alguien arrojó su copa contra el suelo.
—¡Esto es una farsa! —gritó Lucien, con el rostro desencajado, interponiéndose entre Damián y Orfeo.
El silencio se rompió en gritos y exclamaciones. Damián lo observó con frialdad, mientras los guardias de la mansión se acercaban a toda prisa.
Orfeo, con el corazón acelerado, sintió que aquella noche no terminaría como las demás.
Los guardias rodearon a Lucien, mientras Damián reía con calma venenosa.
Pero en medio del alboroto, Orfeo se dio cuenta de algo: una silueta conocida se asomaba entre la multitud, ocultándose entre las máscaras y trajes. Un destello de manta azul. Su corazón se detuvo.
¿Era Álex… o un espejismo de su desesperación?