El Amargo Secreto

El eco de un nombre prohibido

La nieve caía silenciosa sobre los jardines de la mansión Archer, cubriendo los setos con un manto helado. El mayordomo observaba el sobre negro sobre el escritorio de Orfeo, la cera aún intacta, brillando bajo la luz del candelabro. El sello no tenía ornamentos, solo una palabra manuscrita en letras afiladas que parecían talladas con un cuchillo:

Lucía.

Orfeo lo miraba con el rostro desencajado. Sentía un nudo en la garganta, porque ese nombre pertenecía al pasado más oculto de Álex, a aquello que él mismo jamás había querido indagar demasiado. Álex, al entrar, vio el sobre. Por un instante, su corazón pareció detenerse.

—¿Por qué está ese nombre ahí? —preguntó, con la voz temblorosa.

Orfeo no respondió. No podía. La vergüenza, la rabia y el miedo lo invadían al mismo tiempo.

La herida de un secreto

Álex se acercó con pasos lentos, como si el sobre fuera una serpiente a punto de morderlo. Lo tomó entre las manos, pero no lo abrió. Solo acarició la palabra escrita.

—Lucía… —murmuró, y sus ojos dorados se humedecieron.

Orfeo quiso hablar, decirle que tal vez era una mentira de Damián, otra trampa, otra daga envenenada. Pero las palabras no le salieron. Porque algo en su interior sabía que no era una casualidad. Álex cerró los ojos y apretó el sobre contra su pecho.

—Si lo que hay aquí puede separarnos, no quiero verlo. No me importa lo que signifique. Solo sé que a ti te amo, Orfeo.

Orfeo sintió un dolor punzante en el pecho.
Ese muchacho, que ya había sufrido tanto, estaba dispuesto a renunciar a saber la verdad sobre su propia madre, solo por él.

El veneno de la aristocracia

Al día siguiente, en las reuniones de sociedad, el rumor del nuevo sobre se había extendido como fuego en la pradera. Nadie sabía qué contenía, pero todos tenían algo que decir.

—Lucía… ¿Quién será? —preguntaban algunos, con sonrisas venenosas.
—Quizá un amor secreto de Orfeo.
—O peor… un pasado sucio de ese joven que ahora se pasea a su lado.

Los Archer, acostumbrados a la grandeza, se veían arrastrados al barro del escándalo. Algunos miembros de la familia exigían que Orfeo se deshiciera de Álex antes de que el apellido cayera más bajo.

—Ya has arruinado suficiente nuestra reputación —le dijo un primo lejano en tono altivo durante un consejo familiar—. Si insistes en mantener a ese joven, perderás el apoyo de la aristocracia.

Orfeo lo miró con un brillo helado en los ojos.

—Prefiero perderlos a ustedes antes que perderlo a él.

La fractura invisible

Esa noche, Orfeo estaba junto a Álex en la biblioteca. La chimenea ardía, pero la tensión en el aire era más fría que el hielo.
Álex permanecía en silencio, con el sobre aún sin abrir sobre la mesa.

—Si esto te hace sufrir… —murmuró Álex—. Lo quemo ahora mismo.

Pero Orfeo, con el corazón dividido, le sostuvo la muñeca.

—No. —Su voz era apenas un susurro—. Si lo destruyes, él ganará. Quiere vernos temer a ese nombre. Quiere que huyamos.

Los ojos de Álex se llenaron de lágrimas.

—Tengo miedo, Orfeo… No de lo que pueda decir, sino de que me pierdas si resulta cierto.

Orfeo lo abrazó con desesperación.

—Jamás. —Su voz temblaba, pero era firme— Jamás perderás mi amor. Ni aunque ese sobre contenga la peor de las verdades.

Álex escondió el rostro en su pecho, sintiendo que el calor de ese abrazo era lo único que lo mantenía en pie.

El cazador en las sombras

Mientras tanto, en un salón oculto de la mansión Leclair, Damián observaba desde la penumbra el reflejo del sobre negro en su mesa. Su sonrisa era oscura, deliciosa en su crueldad.

—Todavía no saben nada —murmuró, girando la copa de vino en sus dedos—. Todavía creen que el amor puede salvarlos.

Se inclinó hacia adelante, apoyando el sobre gemelo sobre el mantel de seda. No estaba vacío. No era una mera amenaza. Dentro había documentos, fotografías, piezas de un pasado que nadie había contado.

—Pronto —susurró con los ojos brillando de triunfo — Pronto, Álex conocerás el verdadero infierno.

Esa noche, mientras Álex dormía profundamente en los brazos de Orfeo, un golpe resonó en la puerta principal de la mansión.

El mayordomo abrió, y no encontró a nadie salvo una caja pequeña envuelta en terciopelo negro. Dentro, un espejo roto y una nota:

La verdad siempre se refleja, aunque intentes evitarla




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