El Amargo Secreto

El precio de la sangre

La nieve no dejaba de caer sobre la ciudad.
El cielo estaba teñido de un gris que parecía eterno, y la mansión Archer se hundía en un silencio que dolía más que cualquier palabra.

Álex no recordaba cuándo había comenzado a temblar. Desde que Damián le mostró aquella fotografía, algo dentro de él se había roto, como el espejo. No sabía qué era más insoportable: el miedo a que fuera verdad… o la posibilidad de que todo fuera una mentira creada por un hombre que disfrutaba del sufrimiento ajeno.

Orfeo lo encontró en la habitación principal, con la foto entre las manos, sentado en el suelo frente a la ventana. Sus ojos dorados estaban apagados, como si la luz que los hacía brillar hubiera sido devorada por la duda.

—Álex… —susurró Orfeo, acercándose con cautela— No escuches nada de lo que diga Damián. Él manipula, inventa, distorsiona.

El joven levantó la mirada.

—¿Y si no lo hace? ¿Y si tiene razón? —preguntó con la voz partida—. ¿Y si todo esto fue un error desde el principio?

Orfeo cayó de rodillas frente a él. Sus manos temblaban al tocarle el rostro.

—Nada de lo que sentimos puede ser un error. —Su voz se quebró— Damián busca dividirnos porque sabe que juntos somos su ruina.

Álex se apartó, cubriéndose la cara con las manos.

—No puedo… —dijo entre sollozos—. No puedo vivir sin saber si esto es amor o pecado.

La grieta

Durante días, el silencio se apoderó de la casa. Álex evitaba a Orfeo, dormía en habitaciones separadas y pasaba horas caminando solo por los jardines helados. A veces creía escuchar el eco de una voz femenina llamándolo desde el bosque.
Lucía.

El viento le traía su nombre como un lamento.

En el despacho, Orfeo revisaba papeles, intentando probar lo imposible: que Álex no era hijo del linaje Archer. Pero cuanto más buscaba, más pruebas aparecían para sostener la mentira. Cartas, fechas, firmas. Todas apuntaban a la misma historia. Y aunque en su corazón sabía que era un montaje, el veneno del miedo comenzó a filtrarse.

El encuentro con Damián

Una tarde, Álex no volvió de su caminata.
El mayordomo informó a Orfeo que lo había visto cruzar el portón principal con el abrigo puesto y la mirada vacía.

Orfeo salió tras él, sin capa, sin pensar, corriendo bajo la nieve. El aire frío le cortaba los pulmones. Y entonces lo vio. Álex estaba de pie en el otro extremo de la calle, frente a la verja de hierro de la mansión Leclair. Damián lo esperaba. El aristócrata lo observó con esa sonrisa lenta y calculada.

—Sabía que vendrías, Álex. Tarde o temprano, todos los hijos buscan respuestas.

Álex apretó los puños.

—¿Por qué nos haces esto? ¿Por qué no puedes dejarnos en paz?

—Porque no puedo soportar ver cómo él destruye mi legado con tus manos.

—¿Tu legado? —Álex frunció el ceño.

—La aristocracia, querido —respondió Damián con una voz suave— Orfeo ensució su apellido por ti. Y cuando todos descubran la verdad, será tu culpa.

—No te creo.

Damián sonrió.

—Entonces ven conmigo. Te mostraré algo que él no te enseñaría jamás.

La traición del corazón

Cuando Orfeo llegó, jadeante, ya era demasiado tarde. Álex había cruzado las puertas de la mansión Leclair. Los sirvientes cerraron tras él, y el portón se selló con un sonido metálico que le heló el alma.

—¡ÁLEX! —gritó, golpeando la verja con desesperación— ¡No lo escuches! ¡Todo es mentira!

Pero su voz se perdió entre la nieve. Dentro, Damián caminaba junto a Álex por un pasillo iluminado por candelabros.bEn las paredes colgaban retratos antiguos de la familia Leclair. Al final del corredor, un cuadro diferente. No de un Leclair, sino de un Archer. Y a su lado… Lucía.

Álex sintió que el aire le faltaba. El retrato era idéntico al rostro que había visto en el espejo.

—Aquí comenzó todo —dijo Damián, colocándole una mano en el hombro— Mi padre y el tuyo compartían más que negocios. Compartían secretos.

—¿Mi… padre? —susurró Álex.

—Lucía fue su amante. Y tú… —le sonrió— tú eres la consecuencia que nadie quiso admitir.

Álex retrocedió, temblando.

—Estás mintiendo.

—¿Y si no? —Damián se acercó más—. ¿Y si por fin entiendes por qué Orfeo te ama con tanta desesperación? Porque en ti se ve a sí mismo. Porque su sangre te llama.

El chico se llevó las manos al rostro. Sus piernas flaquearon.

—No… no puede ser…

Damián lo sujetó con firmeza.

—Acepta la verdad, y te librarás de su condena. Yo puedo protegerte. Puedo darte una vida nueva, lejos de su pecado.

Los ojos de Álex se llenaron de lágrimas.

—¿Y si lo amo igual?

Damián sonrió con un destello de crueldad.

—Entonces amarás el infierno.

La caída

Esa noche, Orfeo no durmió. Permaneció en la biblioteca, rodeado de papeles que ya no significaban nada. Cada reloj de la casa marcaba el paso de las horas como un martillazo en su cabeza. Sabía que Damián lo tenía. Sabía que no descansaría hasta destruirlos.

Y, por primera vez, sintió miedo de su propio amor. Cuando por fin amaneció, la puerta de la mansión se abrió lentamente. Álex entró.
Tenía el rostro pálido, los labios morados, y la mirada perdida. Orfeo corrió hacia él, pero el joven lo detuvo con una sola palabra:

—No.

El silencio que siguió fue un puñal.

—¿Qué te hizo? —preguntó Orfeo, suplicante.

—Me mostró la verdad —respondió Álex con voz quebrada—. Me mostró lo que somos.

—No somos monstruos —gritó Orfeo—. Somos víctimas de su odio.

Álex lo miró con lágrimas contenidas.

—No sé qué somos, pero ya no puedo quedarme aquí.

Orfeo se aferró a su abrigo, desesperado.

—Si te vas, él gana.

—Si me quedo, tú te destruyes.

Y sin mirar atrás, Álex cruzó el umbral.
La nieve lo envolvió como un sudario blanco.

Orfeo cayó de rodillas, su grito se perdió en la inmensidad del salón.

Horas después, un sirviente entró con una carta sellada en negro.nEl emblema Leclair brillaba sobre la cera. Orfeo la abrió con manos temblorosas. Dentro, una única frase:




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