El Amargo Secreto

Donde el amor recuerda por nosotros

La mañana amaneció envuelta en una niebla espesa. El jardín de la mansión Archer parecía flotar sobre un mar blanco, y el silencio era tan profundo que se escuchaban los latidos del tiempo.

Álex despertó con esa sensación que se tiene antes de un cambio: una mezcla de calma y vértigo. Durante días había soñado con fragmentos de una vida que no comprendía del todo. Ahora, los recuerdos se deslizaban entre sus dedos como trozos de un cristal roto.

Caminó descalzo hasta el ventanal y apoyó la frente contra el vidrio. El frío lo hizo estremecerse. Dentro de sí, algo reclamaba respuestas. Pero también sabía que, más allá de todo, amaba a Orfeo. Lo amaba incluso si no recordaba el porqué.

El retrato

En el estudio, el fuego crepitaba con suavidad. Orfeo estaba de pie frente a un cuadro cubierto por una sábana. Cuando escuchó los pasos de Álex, se giró con una sonrisa que apenas ocultaba la tensión de su mirada.

—No podés dormir —dijo Álex con dulzura.

—Y vos tampoco —respondió Orfeo, intentando sonar ligero.

Álex se acercó, observando el cuadro cubierto.

—¿Qué hay ahí?

Orfeo dudó unos segundos antes de hablar.

—Un retrato. Lo pinté hace un año. No pude terminarlo.

Álex frunció el ceño.
—¿Puedo verlo?

El hombre asintió lentamente y levantó la tela. Debajo, el rostro de Álex emergió del lienzo. Sus ojos dorados, su sonrisa leve, la luz cayendo sobre su cabello rubio como si el sol lo hubiera elegido solo a él. El aire se volvió denso. Álex dio un paso atrás, con el corazón acelerado.

—Yo… —susurró—. Recuerdo esto.

Orfeo lo miró, sorprendido.

—¿Recordás?

—Estaba lloviendo —continuó Álex, tocando el borde del cuadro—Dijiste que querías pintar cómo me mira el mundo cuando me mirás vos.

Orfeo sonrió, con lágrimas contenidas.

—Y lo hice.

La dulzura de la verdad

Se quedaron en silencio. El reloj marcaba el paso de los segundos, y cada uno parecía traer de regreso una imagen perdida. Lucía, el aroma del cacao derramado, la voz de Damián repitiendo mentiras al oído.vTodo volvía como una corriente cálida. Álex respiró hondo, intentando no derrumbarse.

—Orfeo… necesito saber todo. No quiero seguir viviendo entre sombras.

Orfeo bajó la mirada. Temía ese momento, pero sabía que debía enfrentarlo.

—Te oculté cosas porque quise protegerte —dijo con voz firme— Damián te drogó, te separó de mí, te llenó la cabeza de miedo.
Quería que creyeras que yo era como él.

Álex lo observaba con los ojos húmedos.
No había enojo en su expresión, sino compasión.

—Y Lucía… —continuó Orfeo— Ella sabía la verdad, pero calló. Pensó que así te protegería de tu hermano. Pero solo logró alejarte más.

El silencio volvió. El fuego crepitó con un sonido tenue, como un latido. Álex se acercó y tomó las manos de Orfeo.

—No necesito que te castigues por eso —dijo con suavidad— Todo lo que quiero es seguir adelante contigo.

Orfeo levantó la vista. Sus ojos azules estaban llenos de emoción.

—¿No estás enojado conmigo?

Álex sonrió apenas.

—No puedo enojarme con quien me enseñó lo que es el amor.

La memoria

El contacto de sus manos fue suficiente.
Las imágenes volvieron como un torrente.
El aroma del chocolate derritiéndose, las risas en la cocina, la primera vez que se besaron, la voz de Orfeo susurrando su nombre entre sueños.

Álex cerró los ojos. Las lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera detenerlas. El pasado entero se desplegó ante él: el amor, el dolor, el secuestro, la pérdida.

—Lo recuerdo todo… —murmuró con la voz temblorosa— Damián. La droga. El castillo. Vos… buscándome.

Orfeo lo abrazó con fuerza, hundiendo el rostro en su cuello.

—Ya pasó, amor. Ya estás conmigo.

Pero Álex se separó apenas para mirarlo a los ojos.

—Nunca me fui, Orfeo. Ni cuando no recordaba quién eras… mi corazón seguía sabiendo dónde estaba su casa.

Orfeo lo besó entonces, lento, profundo, con lágrimas en los ojos. Y entre sus labios, la amargura de todo lo perdido se disolvió como chocolate caliente en invierno.

La calma antes del vendaval

Horas después, la tormenta había pasado.
Ambos estaban recostados junto al fuego, envueltos en una manta. Álex acariciaba el pecho de Orfeo con la yema de los dedos, en silencio. El amor era una herida curándose.

—Te amo —susurró él.

—Y yo te amo más —respondió Orfeo, cerrando los ojos.

Por primera vez en mucho tiempo, la paz parecía posible. El pasado, al fin, estaba completo. La oscuridad, derrotada. O eso creyeron.

Cuando Álex se levantó para apagar las luces del estudio, vio un sobre deslizarse por debajo de la puerta. Su nombre estaba escrito con una caligrafía elegante, firme.

Lo tomó con cuidado. Dentro solo había una hoja, y una fotografía antigua: Damián, Lucía… y Orfeo, mucho más joven, en un evento de gala. Los tres juntos, sonriendo. Debajo, una frase escrita en tinta negra:

¿Seguro de que ahora recordás todo, Álex?

El sobre cayó al suelo. Y el fuego, antes cálido, pareció volverse más rojo que nunca.




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