El amanecer llegó cubierto de un gris metálico. El sonido de los noticieros se mezclaba con el murmullo del viento. La lluvia no había cesado desde la noche anterior, como si el cielo también lamentara lo que estaba por venir.
Álex bajó las escaleras lentamente, envuelto en una manta. El olor del café recién hecho llenaba la cocina, pero el ambiente era denso, casi irrespirable. Orfeo estaba de pie frente a la mesa, con el teléfono en la mano y los ojos clavados en la pantalla.
—¿Qué sucede? —preguntó Álex, apenas un susurro.
Orfeo levantó la mirada. Sus ojos, normalmente tan serenos, ahora eran océanos de furia contenida.
—Está en todos los periódicos. —Le tendió uno de los diarios— Nos están destruyendo.
La portada mostraba una fotografía de la fachada de la Casa Archer, acompañada de un titular en letras negras:
Escándalo financiero en la aristocracia: la chocolatería más antigua de la ciudad bajo sospecha.
Debajo, una segunda línea en cursiva:
Fuentes cercanas aseguran que Orfeo Archer mantenía un romance con un joven empleado que desapareció misteriosamente hace meses.
Álex sintió un vacío en el estómago.
—Usó todo. —dijo con voz rota— Lo que vivimos… lo que sufrimos.
Orfeo apretó el periódico con fuerza.
—Damián quiere que perdamos la calma. Quiere que nos avergoncemos.
—¿Y qué vas a hacer?
Orfeo lo miró con determinación.
—Lo que siempre hago: defender lo que amo.
La aristocracia da la espaldaLas llamadas de los socios no tardaron en llegar. Algunos hablaban con tono diplomático, otros apenas disimulaban el desprecio.
—La junta directiva se reunirá mañana, Orfeo —dijo uno de los mayores accionistas — Será mejor que tengas una explicación convincente.
Explicación. Como si el amor necesitara justificarse. Orfeo se mantuvo sereno, pero en su interior algo ardía. Sabía que el verdadero objetivo no era el dinero ni la reputación: era Álex. Damián quería aislarlo otra vez, quebrarlo. Cuando colgó el teléfono, Álex estaba detrás de él, observándolo en silencio.
—No quiero que te hundas por mí —dijo con firmeza.
Orfeo se giró.
—No vuelvas a decir eso. —Su voz fue suave pero cortante— Si me quitan el apellido, la empresa, o todo lo demás, seguirás siendo lo único que me importa.
Álex sonrió con tristeza.
—Y yo solo quiero verte libre de ese monstruo.
Los cuchillos de la prensaAl día siguiente, las cámaras rodearon la mansión. Periodistas, fotógrafos, reporteros de escándalos. Todos esperaban una imagen, una palabra, una grieta. Orfeo bajó junto a Álex de la limusina negra con paso firme. El ruido de los flashes fue ensordecedor.
—¿Es cierto que su relación comenzó cuando él era su empleado?
—¿Planean casarse o fue solo una aventura?
—¿Qué opina su familia sobre esta acusación, señor Archer?
Orfeo no respondió. Tomó a Álex de la mano y lo condujo hacia el interior del edificio donde se celebraría la reunión con los inversionistas.
El gesto fue simple, pero devastador para la prensa: no se escondía. Álex, sin soltarlo, levantó la vista y sonrió apenas. Aquel gesto de amor, tan pequeño, incendió las redes sociales. Mientras algunos lo condenaban, miles comenzaron a defenderlos.
Amar no es un delito. Si el escándalo es amor verdadero, que me acusen también.
La opinión pública, por primera vez, se dividía.
La reuniónEl salón de la junta estaba repleto. Hombres y mujeres con trajes oscuros y miradas severas. El rumor de las acusaciones flotaba en el aire como un perfume caro y venenoso.
El presidente del consejo habló primero.
—Orfeo Archer, su empresa es un emblema de la tradición. Pero últimamente ha estado en el centro de demasiadas controversias.
Orfeo mantuvo la calma.
—Si me acusa de amar, sí, soy culpable. Pero si me acusa de robar, entonces demuéstrelo.
Un murmullo recorrió la sala. Álex lo observaba desde la puerta. Su corazón latía tan fuerte que apenas podía respirar.
Un hombre mayor, de cabello blanco, se levantó.
—Yo conozco a Orfeo desde que era un niño. Puede que su relación sea poco convencional, pero jamás pondría en peligro su empresa.
La tensión se rompió. Algunos asintieron, otros guardaron silencio. La votación fue cerrada, pero el resultado final los mantuvo a salvo: Orfeo conservaba su puesto. Cuando salieron del edificio, la prensa los aguardaba. El bullicio era ensordecedor. Orfeo se inclinó y susurró a Álex:
—Vamos a casa.
La calma del amorEsa noche, la mansión parecía un refugio del mundo. Las luces eran suaves, el aire olía a cacao y madera. Orfeo preparó chocolate caliente, como hacía en los días en que Álex apenas lo conocía. Ambos bebieron en silencio junto a la chimenea.
—Nunca pensé que podría resistir algo así —dijo Álex.
—Yo tampoco —respondió Orfeo con una sonrisa cansada— Pero cuando te miro, todo lo demás se vuelve irrelevante.
Álex apoyó la cabeza en su hombro.
—¿Y si vuelven a atacarnos?
—Entonces que lo hagan. —Orfeo besó su frente— Esta vez, no pienso huir de nada.
El silencio los envolvió. Fuera, la lluvia golpeaba las ventanas como un aplauso lento y constante. En ese instante, Álex comprendió que el amor verdadero no siempre era dulce, a veces era resistencia, cicatriz, un acto de fe.
Mientras tanto...Damián observaba las noticias desde su despacho. Su copa de vino descansaba a medio llenar sobre el escritorio. La sonrisa en su rostro era una mezcla de ironía y frustración.
—Aún siguen juntos —murmuró.
Su asistente, de pie a unos metros, bajó la mirada.
—Han ganado apoyo, señor. El público empieza a simpatizar con ellos.
Damián se giró lentamente. Sus ojos azules parecían dos fragmentos de hielo.
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Editado: 28.10.2025