El Amargo Secreto

Donde el amor se defiende solo

La noticia se propagó como fuego sobre papel seco. En menos de veinticuatro horas, los titulares de las revistas europeas y los portales digitales ya lo repetían con morbosa precisión:

El magnate chocolatero Orfeo Archer, acusado de haber sido tutor de su actual pareja, Álex Leclair.

Las fotos eran crueles. Imágenes antiguas, sacadas de contexto. Un joven Álex en los pasillos del internado donde trabajaba Orfeo dando charlas de arte culinario; una mano en el hombro, una sonrisa capturada por el lente equivocado. Damián había logrado lo impensado: convertir el amor en sospecha.

El golpe

Álex se enteró por accidente. Estaba ordenando el despacho cuando el televisor encendido, en un canal internacional, soltó la bomba.

...y según fuentes cercanas, la relación entre ambos habría comenzado cuando el joven aún era menor de edad...

El control remoto cayó al suelo. Por un instante, el mundo se volvió un zumbido. Orfeo entró en ese momento. Al ver la expresión de Álex, entendió todo sin que hiciera falta una palabra. Caminó hacia el televisor, lo apagó con fuerza, y se quedó mirando el reflejo de ambos en la pantalla negra.

—Otra mentira —murmuró Orfeo, con la voz temblorosa— Otra daga de Damián.

Álex respiraba con dificultad.

—No importa lo que digan —susurró—. No puede destruir lo que somos.

Orfeo lo tomó del rostro. Sus dedos temblaban.

—No quiero que tengas que pasar por esto otra vez, Álex. Ya sufriste demasiado por mi culpa.

—No fue por tu culpa —respondió el rubio, clavando sus ojos dorados en los de él—
Fue por la maldad de quienes no soportan ver a otros amar libremente.

El silencio entre ellos fue denso, pero no vacío. Se entendían sin necesidad de más palabras.

El mundo contra ellos

Las horas siguientes fueron un torbellino. Los medios acampaban frente a la mansión.
Los periodistas exigían declaraciones, los drones sobrevolaban el jardín, y los teléfonos no dejaban de sonar.

—No respondas a nadie —ordenó Orfeo a su personal— Nadie entra, nadie sale.

Pero el aislamiento solo avivó la curiosidad.
En las redes sociales, los comentarios se multiplicaban. Algunos lo defendían, otros pedían su cabeza.

Si esto es verdad, debe ir a juicio. No creo en los rumores, pero el silencio lo hace sospechoso. El amor no necesita justificación.

La aristocracia, mientras tanto, se lavaba las manos. Aquellos que antes los invitaban a cenas o fiestas ahora fingían no conocerlos. Los socios de Orfeo comenzaron a dudar, los clientes a cancelar contratos. Era una caza disfrazada de moralidad.

El refugio

Álex encontró a Orfeo esa tarde en el taller, rodeado de cajas de bombones. Tenía las manos manchadas de chocolate y los ojos cansados. Estaba preparando una nueva receta: el Amargo Secreto. La mezcla entre cacao puro y una pizca de sal marina.

—¿Qué hacés? —preguntó Álex, acercándose.

—Cocinando mi defensa —respondió Orfeo con una leve sonrisa— Cuando el mundo se alimenta de mentiras, la única verdad que queda es lo que creamos con las manos.

Álex lo miró con ternura.

—No estás solo en esto.

Orfeo dejó la espátula, se limpió las manos y lo abrazó con fuerza.

—Tu amor es lo único que me mantiene en pie, Álex.

Él apoyó la cabeza en su pecho.

—Entonces no te caigas.

El abrazo duró largos minutos, y en ese silencio compartido, decidieron no esconderse más.

El comunicado

Dos días después, Orfeo convocó a una rueda de prensa. Contra todos los consejos, decidió hablar. La sala estaba repleta de periodistas, micrófonos y flashes. Álex, a su lado, vestía con sobriedad, la mirada serena y la cabeza en alto. Orfeo se aclaró la voz.

—Durante los últimos meses he sido víctima de una persecución personal y mediática.
Se me acusa de un delito que jamás existió.
Pero no estoy aquí para defender mi nombre. Estoy aquí para defender el amor.

Un murmullo recorrió la sala.

—Conocí a Álex siendo un joven trabajador, no un estudiante. —Continuó— Su talento y su bondad me devolvieron la fe en la vida. Y sí, lo amo. No lo niego. El amor no tiene apellido, ni edad, ni permiso. Solo tiene verdad. Y la nuestra está aquí, de pie, frente a ustedes.

Tomó la mano de Álex. El gesto provocó un silencio absoluto. Era la primera vez que se atrevían a mostrarse así ante el mundo. Una periodista se levantó.

—¿No teme perder su reputación?

Orfeo sonrió con serenidad.

—Prefiero perderlo todo antes que vivir ocultando lo que soy.

El aplauso fue espontáneo, sincero. No de todos, pero sí de muchos. Y en ese aplauso, el odio de Damián comenzó a resquebrajarse.

El contraataque

Esa misma noche, en su oficina, Damián arrojó un vaso contra la pared. El cristal se rompió en mil pedazos.

—¡No! —rugió—. ¡No puede ser! ¡No puede salir impune otra vez!

Su asistente intentó calmarlo, pero él la apartó. En el televisor, las imágenes de Orfeo y Álex tomados de la mano se repetían una y otra vez. El público los aplaudía.

—Lo van a convertir en mártir —escupió Damián— Y yo… no pienso permitirlo.

Abrió el cajón de su escritorio y sacó un sobre cerrado, mucho más grueso que los anteriores. Su sonrisa volvió, lenta y sin alma.

—Si el amor lo salva, será su amor lo que lo destruya.

Mientras tanto, en la mansión Archer, la calma volvía poco a poco. La lluvia había cesado, y la ciudad parecía, por fin, darles un respiro. Álex se acercó a la ventana y observó el jardín cubierto de nieve.
Orfeo, detrás de él, lo rodeó con sus brazos.

—¿Ves? —susurró—. Seguimos aquí.

—Juntos —respondió Álex con una sonrisa débil.

Pero antes de que pudiera decir algo más, el timbre de la mansión sonó. El mayordomo apareció con un sobre en la mano, pálido.




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