La noche se había detenido. El reloj marcaba las once y el silencio en la mansión Archer era tan denso que podía oírse el crujir del fuego en la chimenea.
Orfeo sostenía el sobre rojo entre las manos.
No lo había abierto todavía. Lo observaba con el mismo recelo con el que se observa a una serpiente dormida: sabiendo que un solo movimiento podría despertarla. Álex permanecía a su lado, descalzo, con los brazos cruzados y el rostro tenso.
—No tenés que hacerlo ahora —dijo, con voz baja— Tal vez sea mejor esperar.
—No —respondió Orfeo sin apartar la mirada del sobre— El miedo solo le da poder a Damián.
Rasgó el borde con decisión. Un silencio brutal llenó el aire. Dentro había varias hojas, firmadas por un notario, y una memoria USB. El encabezado del documento era claro:
CONTRATO DE CESIÓN TEMPORAL DE BIENES Y PROPIEDADES — ORFEO ARCHER”
Orfeo frunció el ceño y leyó con atención.
A medida que avanzaba, su expresión se volvía más fría. Álex, temblando, intentó leer por encima de su hombro.
—¿Qué es eso?
Orfeo no respondió enseguida. Cuando finalmente habló, su voz fue un hilo de acero:
—Damián registró una supuesta cesión firmada por mí hace tres años. Según este documento, todos mis bienes, incluyendo la chocolatería y la mansión, pasarían temporalmente a su administración… si mi salud mental era declarada inestable.
Álex abrió los ojos, horrorizado.
—¿Cómo pudo conseguir eso?
—Con falsificación. Con contactos. Con poder. —Orfeo apretó los dientes— Está intentando hacerme pasar por un hombre desequilibrado.
Las sombras se muevenEsa misma noche, mientras Orfeo y Álex analizaban los papeles, los teléfonos de varios socios y accionistas comenzaron a sonar. Correos anónimos, supuestas pruebas, diagnósticos médicos falsos, fotografías alteradas: todo formaba parte del nuevo ataque de Damián.
En menos de 24 horas, la reputación de Orfeo se tambaleaba otra vez. Se decía que había perdido el control, que Álex lo manipulaba, que su relación inapropiada lo había arrastrado a la locura. Los medios, hambrientos de escándalo, volvieron a desplegar titulares crueles:
De magnate a prisionero del amor: Orfeo Archer en el borde de la ruina.
Orfeo, sin dormir, se encerró en su despacho. Papeles, llamadas, abogados, todo parecía insuficiente. Álex lo observaba desde la puerta, impotente. Cada minuto que pasaba, el hombre que amaba se desangraba lentamente bajo el peso de la calumnia.
El quiebreAl tercer día, el banco suspendió temporalmente las cuentas de la Casa Archer. Los trabajadores comenzaron a inquietarse. El personal de la mansión disminuyó; algunos renunciaron por miedo a verse involucrados. Álex insistía en quedarse a su lado, pero Orfeo empezaba a cerrarse sobre sí mismo. El cansancio, la rabia y la humillación lo carcomían.
—No quiero que veas esto —le dijo una noche, mientras revisaba documentos—
No quiero que me veas así, derrotado.
Álex se acercó despacio y le tomó el rostro con las manos.
—No estás derrotado. Te están empujando al abismo, pero no pienso soltarte.
Orfeo intentó sonreír, pero la voz le temblaba.
—A veces siento que Damián no quiere solo destruirme… sino convertirme en lo que él es.
Álex le acarició la mejilla.
—Y jamás podrá hacerlo. Porque vos amás. Y él no sabe lo que eso significa.
El silencio que siguió fue puro y doloroso..Se abrazaron con fuerza, sabiendo que cada beso podía ser el último antes del caos.
El planA la mañana siguiente, Orfeo decidió contraatacar. Con la ayuda de su abogado y de un periodista de confianza, organizó una conferencia privada para presentar las pruebas de su inocencia. Pero cuando revisaron la memoria USB que Damián había incluido en el sobre, encontraron algo peor que las mentiras legales.
El archivo contenía un video. Orfeo lo abrió, y de inmediato sintió el golpe: eran imágenes de él y Álex juntos, tomadas con cámaras ocultas dentro de la mansión, sin su consentimiento. Besos, abrazos, risas momentos íntimos robados y convertidos en arma.
Álex se cubrió la boca, horrorizado.
—Nos estaba espiando… todo este tiempo.
Orfeo cerró el portátil con violencia.
—Esto ya no es una guerra mediática —dijo con los ojos llenos de furia—. Es una cacería.
El colapsoAl anochecer, un nuevo titular estalló en la televisión nacional:
Video comprometedor confirma la relación entre Orfeo Archer y su antiguo protegido.
Las imágenes editadas mostraban solo fragmentos manipulados, suficientes para que la opinión pública se volviera en su contra. Los socios retiraron sus inversiones. La chocolatería cerró temporalmente sus puertas. La prensa acampó frente a la mansión día y noche. Orfeo se sentó en silencio, con la mirada perdida. Álex se arrodilló frente a él.
—Orfeo… mírame.
El hombre levantó la vista, con los ojos vidriosos.
—Nos quitó todo, Álex. Todo lo que construí.
—No todo —susurró él, apoyando la frente contra la suya—. No pudo quitarnos esto.
Orfeo cerró los ojos. Una lágrima resbaló por su mejilla. Y en medio de ese dolor, lo besó.
Fue un beso de supervivencia, desesperado, lleno de amor y rabia.
Horas más tarde, mientras dormían agotados, el sonido del timbre resonó en la casa vacía. El mayordomo ya no estaba. Solo el viento respondió. Una figura cruzó el portón principal y dejó un sobre bajo la puerta. Era negro esta vez, sellado con cera dorada. Por la mañana, cuando Álex lo encontró, sus manos temblaron al leer el remitente:
Remitente: Fiscalía General de la Ciudad.
Asunto: Citación judicial. Causa: Delito de manipulación financiera y abuso de poder.
Orfeo tomó el sobre, lo abrió con lentitud y lo leyó en silencio. Su rostro perdió el color.
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Editado: 28.10.2025