El amanecer llegó sin luz. Solo un cielo gris, pesado, que presagiaba tormenta. La mansión Archer estaba en silencio, cubierta por una calma artificial. Pero bajo esa aparente quietud, se gestaba una tragedia.
Orfeo despertó antes del alba. No había dormido bien. La orden de citación judicial descansaba sobre la mesa, como una sentencia silenciosa. La ley, corrompida por el poder de Damián, ya estaba en marcha.
Álex dormía a su lado, el rostro sereno, ajeno al infierno que se acercaba. Orfeo lo observó con ternura, con miedo, con amor. Le acarició el cabello y susurró casi sin voz:
—Pase lo que pase hoy… no me odies.
El arrestoA las siete de la mañana, el sonido de los motores rompió el silencio. Vehículos negros se detuvieron frente al portón. Uniformes, insignias, rostros implacables. El timbre sonó una sola vez. Después, los golpes retumbaron en la puerta. Álex despertó sobresaltado.
—¿Qué pasa?
Orfeo se vistió sin responder. La mirada serena, el alma en guerra.
—Vinieron por mí.
Álex corrió hacia la puerta antes de que él pudiera detenerlo. Al abrir, se encontró con tres oficiales y un hombre de traje gris.
—Orfeo Archer —dijo el hombre— queda detenido por los cargos de manipulación financiera y corrupción empresarial.
—¡Eso es mentira! —gritó Álex, interponiéndose— ¡No pueden llevárselo!
El fiscal mostró un documento sellado.
—Tiene derecho a un abogado, pero debe acompañarnos.
Orfeo colocó una mano sobre el hombro de Álex. Su gesto fue calmo, pero su mirada estaba rota.
—Déjalo, amor —dijo con una sonrisa triste— No te enfrentes a ellos.
—¡No voy a dejarte solo! —replicó Álex, con lágrimas en los ojos.
Los oficiales esposaron a Orfeo frente a él.
El sonido del metal cerrándose fue un disparo seco en el corazón de ambos.
Cuando lo sacaron de la mansión, la prensa ya estaba esperándolos. Flashes, gritos, micrófonos, acusaciones. Orfeo bajó la mirada, decidido a no darles el placer de verlo caer.
Pero Álex… Álex no se escondió. Cruzó la verja, enfrentó las cámaras y gritó con la voz desgarrada:
—¡Es inocente! ¡Todo esto es obra de Damián Leclair!
El fiscal ordenó que lo apartaran. Orfeo, al subir al auto policial, lo miró por última vez. Esa mirada decía todo lo que las palabras no podían:
Te amo. Esperame.
Soledad y furiaLa mansión quedó vacía. El eco de los pasos de los oficiales se desvaneció entre las paredes. Álex cayó de rodillas en medio del vestíbulo, con las manos en el rostro.
El silencio dolía. El aire parecía más frío, más denso, como si la casa misma llorara la ausencia de su dueño. Se levantó con esfuerzo y se dirigió al despacho. Tomó el sobre negro, los documentos, el contrato, la memoria USB. Los extendió sobre la mesa como si fuera un mapa de guerra.
—Si la justicia está ciega —murmuró— yo le abriré los ojos.
Llamó a los pocos amigos leales que aún les quedaban. Contactó abogados, periodistas, incluso ex empleados de la chocolatería. La mayoría temía involucrarse. Solo unos pocos aceptaron ayudarlo.
Entre ellos, Lara, la abogada más joven del bufete Archer & Co., quien había admirado a Orfeo desde que era pasante.
—Álex, lo que están haciendo es ilegal —le dijo por teléfono— Pero Damián tiene influencias en la fiscalía. Si querés ganar, necesitás pruebas. Reales.
—Entonces las encontraré —respondió él con firmeza— Aunque tenga que entrar al infierno para hacerlo.
Las horas en la celdaMientras tanto, Orfeo estaba encerrado en una celda fría, sin ventanas. Las paredes olían a humedad y olvido. Llevaba el mismo traje con el que había sido arrestado. No pidió favores. No habló.
Solo pensaba en Álex. En cómo lo había dejado llorando en el portón. En su voz temblando al gritar su inocencia. En sus manos, suaves y cálidas, que no volvería a sentir por un tiempo. Cerró los ojos y repitió mentalmente su nombre, una y otra vez, como un rezo.
Las piezas del rompecabezasDos días después, Álex logró colarse en los archivos digitales de la empresa. Lara había conseguido acceso a una copia de seguridad antigua, donde, según ella, Damián podría haber manipulado documentos. Horas frente a la pantalla. Códigos, correos, firmas. Y entonces lo vio: una transferencia realizada desde una cuenta de Damián a una offshore inexistente, firmada con el nombre de Orfeo.
—Ahí estás, maldito —susurró.
Pero antes de poder copiar la evidencia, un mensaje apareció en la pantalla:
Acceso denegado. Sistema bloqueado.
Y segundos después, su teléfono vibró. Era un número desconocido. Respondió sin pensar.
—Te estás metiendo donde no debés, hermanito. —La voz de Damián sonó tranquila, burlona — ¿De verdad creés que podés salvarlo?
—No voy a detenerme.
—Entonces vas a aprender lo que es perderlo todo.
La llamada se cortó. El silencio pesó como plomo. Álex apretó los puños con rabia, sintiendo por primera vez que el miedo se transformaba en fuerza.
El encuentroEsa misma noche, Lara consiguió autorización para que Álex visitara a Orfeo en la cárcel. El trayecto fue largo, bajo una lluvia helada. Cuando por fin lo vio, el corazón le tembló. Orfeo estaba pálido, con ojeras marcadas, pero su mirada seguía intacta. Al verlo entrar, una chispa de vida cruzó sus ojos.
—Sabía que vendrías —dijo él con una sonrisa leve.
Álex se sentó frente a él, las manos apoyadas sobre la mesa de metal.
—Encontré una prueba. Damián transfirió dinero desde su cuenta usando tu nombre.
Orfeo entrecerró los ojos.
—Entonces ya no se trata solo de venganza. Es poder. Quiere todo lo que soy.
—No se lo voy a permitir.
El guardia anunció que les quedaban cinco minutos. Álex alargó la mano y rozó los dedos de Orfeo por debajo de la mesa.
Ese contacto mínimo fue suficiente para devolverles la fuerza.
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Editado: 28.10.2025