La noche era una mezcla de lluvia y silencio.
En el despacho iluminado por una única lámpara, Álex observaba los documentos que Howard le había enviado horas antes.
Sobre la mesa, reposaban tres carpetas. Una con su nombre, otra con el de su madre… y la última, con el de Damián Leclair.
Cada una parecía pesar más que su propio corazón. Howard, sentado frente a él, hablaba con voz grave:
—Antes de seguir, Álex, quiero que estés seguro. Si abrís estas carpetas, ya no hay vuelta atrás.
—No quiero más mentiras —respondió con firmeza— Quiero la verdad, toda.
El hombre asintió lentamente y deslizó la primera carpeta hacia él. El papel olía a humedad y años de silencio.
Álex abrió.
Fechas. Contratos. Fotografías.
Y una partida de nacimiento que lo dejó sin aire. Su nombre completo: Álex Leclair Archer. Hijo legítimo de Lucía Archer y Damián Leclair. El mismo apellido. La misma sangre. Álex apretó el borde del papel hasta arrugarlo.
—Entonces era verdad —susurró con rabia contenida— Mi madre me ocultó esto toda mi vida.
Howard lo observó en silencio.
—Lucía trató de protegerte, Álex. Damián la amenazó cuando supo que estaba embarazada. Quiso quedarse contigo, criar a su heredero en su mundo. Ella huyó a Londres antes de que él la encontrara.
El joven cerró los ojos. Por fin todo tenía sentido: su amnesia, las mentiras, la distancia entre su madre y él. Pero también comprendió que aquel odio entre hermanos nunca había existido. Era un odio de padre a hijo. Un deseo enfermizo de poseer lo que alguna vez perdió.
—Damián no me odia —dijo Álex con un tono helado— Me quiere destruir porque le recuerdo que no puede poseerlo todo. Ni a mi madre, ni a mí… ni a Orfeo.
Howard bajó la voz.
—Exacto. Y si no lo detenés pronto, usará su poder para acabar con los dos.
En prisiónMientras tanto, Orfeo permanecía en su celda, observando las luces parpadeantes del pasillo. La humedad le calaba los huesos, pero su mente estaba despierta. Pensaba en Álex. En su sonrisa. En su aroma a chocolate y lluvia. El guardia se acercó y deslizó un sobre bajo la reja.
—Llegó esto para usted, señor Archer.
Orfeo lo tomó con cautela. Dentro había una hoja doblada y una fotografía rota. Era la misma que había visto en su escritorio, solo que ahora tenía algo más escrito en el reverso:
Toda sangre tiene su precio. ¿Aún lo amarás cuando sepas que es hijo de tu enemigo?
Orfeo apretó la nota hasta arrugarla.
El corazón le dolía como si le clavaran un puñal. Pero en vez de odiarlo, se rió con amargura.
—Eres un monstruo, Damián —murmuró—
Pero subestimas al amor.
A la mañana siguiente, Álex y Howard viajaron al antiguo registro civil donde Damián había falsificado su primera identidad. El edificio era un museo de polvo y archivos perdidos. El aire olía a papel mojado y tinta vieja. Una anciana archivista los atendió con lentitud. Howard mostró una carta de autorización.
—Buscamos documentos de Lucía Archer y Damián Leclair, año 1998.
La mujer suspiró, desapareció entre las estanterías y volvió con una caja de madera.
Dentro había una foto aún más vieja: Lucía sosteniendo un bebé rubio de ojos dorados.
Y detrás, un hombre joven con el rostro parcialmente cubierto… Damián.
—Esta foto nunca fue registrada oficialmente —dijo la archivista— Pero fue hallada en los restos de una casa incendiada. La madre sobrevivió. El padre nadie lo volvió a ver.
Álex sintió un escalofrío recorrerle la piel. El incendio. La casa abandonada donde él había despertado sin memoria.
—Howard… —dijo con un hilo de voz Damián fingió su muerte. Y me dejó allí, inconsciente, como parte de su plan.
La conspiraciónEsa misma noche, mientras analizaban los archivos, Howard descubrió algo peor.
Un testamento modificado digitalmente.
El apellido “Leclair” aparecía en la herencia Archer.
—No solo quiere destruirte, Álex —dijo el abogado, horrorizado— Quiere robar tu identidad. Si logra probar que vos no sos hijo legítimo de Lucía, todo lo que ella posee pasará a su nombre.
Álex golpeó la mesa con fuerza.
—Entonces tendré que hacer lo que él no espera.
—¿Qué? —preguntó Howard.
—Regresar a la mansión. Y enfrentar a Damián en su propio terreno.
Mientras tanto, en la prisiónOrfeo fue despertado esa noche por un ruido extraño. Un guardia abrió la puerta de su celda sin decir palabra.
—Tiene cinco minutos.
—¿Cinco minutos para qué? —preguntó él, confuso.
El guardia se apartó, y detrás de él apareció una figura cubierta por una capa empapada de lluvia. Cuando la luz del pasillo tocó su rostro, Orfeo se quedó sin aliento.
—¿Álex…?
Él asintió con una sonrisa temblorosa.
—No podía esperar más.
Se abrazaron con fuerza, sin importar el lugar, el peligro ni el frío. El mundo desapareció durante esos segundos.
—Lo descubrí todo —susurró Álex, con los labios pegados a su oído— Lucía… Damián… todo era una mentira. Pero no voy a dejar que te destruyan.
—No deberías estar aquí —dijo Orfeo, con el corazón latiendo desbocado— Podrían atraparte.
Álex lo miró con dulzura.
—¿Y acaso importa? Lo único que no quiero perder… sos vos.
Sus labios se encontraron en un beso urgente, lleno de vida y desesperación. Era el beso de quienes sabían que quizás no habría otro. El guardia carraspeó.
—El tiempo se acabó.
Álex lo miró una última vez.
—Prometeme que vas a resistir.
—Solo si me prometés que vas a volver —respondió Orfeo.
A la salida, el guardia tomó del brazo a Álex y le susurró en voz baja:
—Le envía saludos su padre.
Álex se detuvo, paralizado.
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Editado: 28.10.2025