El Amargo Secreto

Huida entre Sombras

La medianoche cayó sobre la prisión como una condena silenciosa. El aire olía a hierro y desesperanza. Orfeo Archer se sentaba en la litera de su celda, los codos apoyados sobre las rodillas, la mirada fija en el suelo. Cada segundo que pasaba sin saber de Álex era una tortura. El sobre que había recibido, con aquella nota cruel , Él ya sabe quién sos”, lo perseguía como un eco venenoso.

Sabía que era mentira. Sabía que Damián buscaba quebrarlo. Pero también sabía que el monstruo era capaz de cualquier cosa.

La sombra en el pasillo

El reloj marcó la una y media de la madrugada cuando oyó un leve roce metálico. Una sombra cruzó el pasillo. Orfeo se levantó, tenso. La puerta se abrió sin ruido. El guardia que la había custodiado los últimos días lo observó en silencio, con la linterna apagada.

—Levántese, señor Archer —murmuró— Es hora de irse.

Orfeo lo miró sin comprender.

—¿Qué estás haciendo?

El hombre metió una llave maestra en el cinturón y le arrojó una chaqueta.

—No hay tiempo. Si quiere volver con él, camine.

—¿Quién te envía?

—Alguien que cree que el amor vale más que las leyes.

La voz sonó rasposa, sincera. Por un instante, Orfeo vio en él algo familiar: la misma expresión que Álex tenía cuando juraba protegerlo. Sin pensarlo, asintió. Y juntos caminaron hacia el pasillo central.

La fuga

Todo estaba calculado. Las cámaras del ala norte estaban apagadas por mantenimiento. Los guardias del turno nocturno habían recibido órdenes falsas. Y el camión de suministro que esperaba en la salida trasera tenía los papeles firmados por un nombre falso: Howard Black.

El corazón de Orfeo latía tan fuerte que sentía que los muros lo oían. Mientras avanzaba entre los corredores, cada paso lo acercaba más a la libertad y a él. Cuando llegaron a la puerta de emergencia, el guardia se detuvo.

—De aquí en adelante está solo.

—¿Por qué me ayudas? —preguntó Orfeo.

El hombre encendió un cigarrillo y lo miró con una media sonrisa.

—Porque alguna vez también amé a alguien que el poder me prohibió amar.

Orfeo no necesitó más palabras. Asintió con un brillo de gratitud en los ojos y se lanzó a la noche.

El reencuentro con el peligro

Corrió bajo la lluvia helada hasta alcanzar la carretera. No tenía dinero, ni abrigo, ni destino. Solo un nombre ardía en su mente: Álex. Caminó por horas, guiado por la intuición. Sabía que Álex era demasiado terco para huir. Sabía que se quedaría cerca de la mansión.

Cuando la primera luz del amanecer tiñó el cielo de gris, Orfeo llegó al bosque que rodeaba la propiedad Leclair. El aire olía a humo y tierra mojada. Y allí, entre los árboles, divisó el resplandor de una linterna. Se acercó con cautela, y su corazón dio un salto: era Howard.

—¡Por Dios! —exclamó el abogado al verlo empapado y exhausto— ¡Orfeo! ¿Cómo saliste?

—No tengo tiempo para explicarlo. ¿Dónde está Álex?

Howard lo miró con una mezcla de sorpresa y miedo.

—Está en el pueblo, buscando pruebas para hundir a Damián. Pero… no deberías moverte todavía. Si te descubren, todo estará perdido.

Orfeo negó con firmeza.

—No puedo quedarme escondido mientras él se enfrenta solo al infierno.

Las sombras del enemigo

Mientras tanto, en su despacho de mármol negro, Damián observaba la pantalla del televisor. Una alerta roja parpadeaba:

FUGA CONFIRMADA — ORFEO ARCHER ESCAPÓ DEL PENAL CENTRAL.

Sonrió. Un gesto frío, elegante, casi satisfecho.

—Así que el amante decidió correr hacia su ruina —murmuró mientras llenaba su copa de vino.

En la mesa, una carpeta nueva reposaba abierta. Dentro, un documento con el sello de la Fiscalía: orden de arresto para Álex Leclair por complicidad en la fuga.

—Si no puedo destruir su amor, al menos destruiré su esperanza —susurró antes de llamar a sus hombres— Quiero que me traigan a Álex antes de que el sol caiga.
Vivo.

La casa en ruinas

Horas más tarde, Orfeo logró llegar al antiguo taller de chocolate, el lugar donde Álex solía refugiarse. Las persianas estaban bajas, el interior desordenado. Pero sobre la mesa había algo: una taza de porcelana rota y una nota escrita a mano.

Si lees esto, significa que volviste.
Damián está más cerca que nunca.
No me busques… aún.
Debo terminar lo que empecé.
—Á.

Orfeo apretó el papel contra el pecho. El aroma del cacao aún flotaba en el aire. Su garganta ardía.

—No, amor. No esta vez.

Se dio media vuelta dispuesto a seguir su rastro, cuando escuchó un ruido detrás.
El reflejo del metal lo cegó un instante. Un disparo. Un grito ahogado. Y todo se volvió confuso.

Cuando recuperó el sentido, la luz de la tarde se filtraba entre las rendijas del techo.bOrfeo estaba tirado en el suelo, con el hombro ardiendo por la herida. La sangre manchaba su camisa, y el eco de unos pasos se acercaba. Intentó levantarse, pero una voz suave lo detuvo:

—No te muevas, o la próxima bala será en el corazón.

Reconocería esa voz en cualquier parte. Su cuerpo entero se estremeció.

—No puede ser…

Del otro lado del cuarto, envuelta en sombras, Lucía Archer apareció. El rostro sereno, los ojos fríos. Apuntaba directamente a su pecho con una pistola plateada.

—Tenías que quedarte lejos, Orfeo.
No entiendes aún quién es el verdadero enemigo.

El aire se congeló. Orfeo no supo si lo que temía más era la pistola… o la verdad que ella estaba a punto de revelar.

Y el amor que había sobrevivido a la prisión, al odio y a la traición… estaba a punto de enfrentarse a su mayor prueba.




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