El amanecer llegó gris y pesado sobre las montañas. La lluvia persistía, cayendo sobre el techo de chapa del viejo molino donde Álex y Orfeo se refugiaban desde hacía tres días.bEl aire olía a humedad y a desesperación.
El fuego en la chimenea apenas lograba templar la habitación. Orfeo dormía sobre un sillón cubierto por una manta, el hombro vendado, su respiración entrecortada. Álex lo observaba en silencio desde el otro extremo, con los ojos enrojecidos. No había pegado un ojo.
El dolor de perder a Lucía lo había roto en mil pedazos, pero más aún lo carcomía la culpa.
Si tan solo hubiera llegado antes. Si tan solo hubiera escuchado a Howard.bSi tan solo hubiera entendido antes lo que Damián planeaba. Pero no lo hizo. Y ahora solo quedaban dos cosas: el amor y la guerra.
—Deberías dormir —murmuró Orfeo, con los ojos aún cerrados.
Álex sonrió débilmente.
—No puedo.
—Seguir despierto no traerá a tu madre de vuelta —dijo él, incorporándose con dificultad.
—Lo sé. Pero tampoco puedo cerrar los ojos sabiendo que él sigue allá afuera.
Orfeo se levantó despacio, tambaleante, y caminó hasta él. Sus dedos rozaron su mejilla con una ternura que dolía.
—Si te consumís en odio, Damián habrá ganado.
—¿Y si ya ganó? —preguntó Álex, con la voz quebrada— Mirá lo que nos hizo. Lo que nos quitó.
Orfeo lo tomó por los hombros.
—No. Aún no ganó. Nos tiene miedo, Álex. Por eso ataca. Porque el amor que tenemos no se destruye con fuego ni con mentiras.
Las lágrimas se deslizaron por el rostro de Álex.
—Te juro que no sé cómo seguir sin ella.
—Entonces seguí por mí. —Orfeo apoyó su frente contra la suya— Por nosotros.
Y fue ahí, en ese silencio compartido, donde los dos se aferraron el uno al otro como si el mundo estuviera a punto de desaparecer.
La caceríaA kilómetros de distancia, en la mansión Leclair, Damián estudiaba un mapa con una copa de vino en la mano. Tres puntos rojos marcaban las últimas rutas posibles de los fugitivos.
—Han estado moviéndose hacia el norte —informó uno de sus hombres— Según los registros, la última compra con dinero falso fue en un pueblo a 40 kilómetros.
Damián sonrió con una calma que helaba.
—Perfecto. El zorro siempre vuelve al bosque donde se sintió a salvo.
Dejó la copa sobre la mesa y se acercó a la ventana. La lluvia golpeaba los cristales con furia.
—Encuéntrenlos. No quiero cadáveres. Quiero que me los traigan vivos. Especialmente a él. —Su voz bajó un tono—
Quiero ver el momento exacto en el que Álex me suplica que lo perdone.
Esa tarde, mientras Orfeo descansaba, Álex revisaba los pocos objetos que habían logrado sacar del taller antes del incendio.
Entre ellos, un reloj antiguo con la tapa abollada.nEra de su madre.nLo abrió distraído, y un papel diminuto cayó al suelo. Lo desplegó con cuidado.
Si estás leyendo esto, es porque ya no estoy.
Damián no solo es culpable de mentiras. Es culpable de algo más, algo que oculté incluso de ti. Busca en el sótano de la mansión Leclair. La verdad está enterrada donde empezó el pecado.
El corazón de Álex dio un salto. El reloj cayó de sus manos.
—¿Qué… hiciste, mamá? —susurró.
En ese instante, Orfeo apareció detrás de él.
—¿Qué encontraste?
Álex dudó.bPero no podía mentirle.
—Una carta. Dice que la verdad está en la mansión.
Orfeo entrecerró los ojos.
—Entonces tenemos que ir.
—No, Orfeo. Es una trampa.
—Todas las verdades lo son —respondió él con firmeza— Si no enfrentamos esto ahora, él nos encontrará primero.
El regreso al infiernoLa noche volvió a caer, y con ella, la tormenta. Ambos se vistieron con ropas oscuras y emprendieron el viaje hacia la mansión.bEl auto se deslizaba por la carretera empapada, y la tensión entre ellos se podía cortar con un cuchillo.
Cuando llegaron, el lugar estaba vacío, silencioso, con las luces exteriores apagadas. Parecía dormida, como una bestia esperando su presa.
Entraron por la puerta lateral. El aire estaba helado, cargado de polvo y recuerdos. Cada paso resonaba como un eco del pasado.
El sótano estaba al final del pasillo, tras una puerta de hierro oxidada. Álex encendió una linterna, y juntos bajaron los escalones. El suelo de piedra estaba cubierto por telas viejas y restos de muebles. En el centro, una losa cuadrada con marcas antiguas.
—Ayúdame —pidió Álex.
Orfeo la levantó con esfuerzo, revelando una caja de madera sellada. Dentro, había documentos, fotos y una cinta de video. Álex la tomó con manos temblorosas.
—Esto… esto es de los noventa.
En ese instante, un ruido retumbó arriba. Pasos. Orfeo apagó la linterna. Ambos quedaron en penumbra. Las pisadas descendían lentamente la escalera.
—Nos encontró —susurró Orfeo.
La voz de Damián resonó desde la oscuridad.
—No tenían que venir aquí, pero qué romántico de su parte… volver al lugar donde todo comenzó.
Álex retrocedió un paso.
—¿Qué hiciste, Damián?
Damián encendió una lámpara..Su rostro se iluminó con una sonrisa de satisfacción.
—Solo te traje la verdad que pedías.
Arrojó algo al suelo: una foto. En ella, Lucía, Damián… y otro hombre, idéntico a Orfeo. El aire se volvió irrespirable. Orfeo sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.
—¿Qué significa esto? —preguntó con voz temblorosa.
Damián se inclinó hacia él.
—Significa que el hombre al que amás
no es quien creés.
El silencio cayó como una sentencia. Y la lluvia, afuera, rugió con más fuerza, como si el cielo mismo llorara por ellos.
La verdad acababa de despertar.
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Editado: 28.10.2025