El Amargo Secreto

Donde la Verdad Sangra

La lluvia golpeaba el techo de la mansión como si el cielo quisiera hundirla. El relámpago iluminó el sótano durante un segundo, y en ese breve destello todo se reveló: la foto. Lucía. Damián. Y un hombre con el mismo rostro que Orfeo. El silencio que siguió fue tan profundo que dolía. Álex sintió que el mundo se derrumbaba dentro de él. Su respiración se volvió irregular, el corazón le martillaba el pecho.

—No… —murmuró, sin poder apartar la mirada de aquella imagen— Eso no puede ser…

Orfeo dio un paso atrás. Su rostro estaba helado, la mirada perdida. Aquella fotografía le devolvía un reflejo que no entendía. Damián los observaba con deleite.

—Qué dulce es ver cómo el amor se retuerce frente a la verdad —susurró, disfrutando cada palabra— ¿No te resulta curioso, Orfeo, que ese hombre tenga tus mismos ojos? Tu misma sonrisa… incluso la misma cicatriz en la ceja.

—¡Basta! —gritó Álex, rompiendo el silencio con una furia que quemaba— ¡Basta de mentiras, Damián!

El aristócrata sonrió apenas, con esa calma enfermiza que solo tienen los que saben que están ganando.

—Oh, pero no es una mentira, querido. Esa foto es del año en que naciste. Y el hombre que ves ahí… no es Orfeo Archer. Es su padre. El verdadero.

Orfeo se quedó sin aliento. Sus piernas cedieron por un instante.

—Mi… padre…

Damián asintió.

—Sí.

Un Archer también. Un político brillante, un hombre que lo tuvo todo… hasta que Lucía lo destruyó. Y cuando su muerte quedó registrada como un accidente, yo comprendí que ese apellido era una condena. Sus ojos se clavaron en Orfeo, oscuros, inhumanos.

—Vos sos el recuerdo viviente de lo que me arrebataron. Por eso te quise cerca, por eso te quise mío. Porque si no podía ser Archer
al menos podía poseer a uno.

Álex se interpuso, temblando de ira.

—No te atrevas a tocarlo. No te atrevas a volver a pronunciar su nombre con esa boca enferma.

Damián lo observó con una mezcla de desprecio y fascinación.

—Tu madre lo amó antes que a mí, ¿sabías eso? Él fue su primero. Y vos, Álex, fuiste su error final.

Las palabras fueron cuchillos. Pero Álex no retrocedió. Sus ojos dorados, empañados por lágrimas, se alzaron desafiantes.

—Tal vez nací del error, Damián…..pero al menos aprendí a amar sin destruir.

Por primera vez, Damián perdió la sonrisa. El fuego del candelabro tembló entre ellos como un pulso contenido.

La huida

Orfeo reaccionó. Tomó a Álex de la mano.

—Vámonos. Ahora.

Damián se adelantó, bloqueando la escalera.

—¿Creés que podés escapar de mí?
Nada de lo que toco sobrevive sin quedar marcado.

Álex levantó la linterna, y con un golpe seco la arrojó contra los cables del techo. Una chispa. Un rugido eléctrico. El fuego comenzó a expandirse por los muros húmedos. El humo cubrió el ambiente en segundos. Tosieron, ciegos, tropezando entre los escombros. Damián los buscaba entre la oscuridad, gritando.

—¡No pueden huir de lo que son! ¡No pueden huir de mí!

Pero ellos ya estaban corriendo hacia la salida, empapados por la lluvia y la desesperación. Atravesaron el jardín en ruinas, la tierra convertida en barro. El aire era un látigo. El fuego, un eco detrás de ellos.

El refugio

Horas después, ya lejos de la ciudad, se refugiaron en una vieja cabaña al borde del bosque. El viento ululaba entre los árboles, trayendo consigo el olor del humo y del pasado. Orfeo se sentó frente al fuego improvisado, sin hablar. La foto descansaba sobre la mesa, arrugada, manchada de agua y sangre. Álex lo observaba, con el alma rota.

—No creas ni una palabra de lo que dijo —murmuró.

—No puedo dejar de pensar en esa imagen —respondió Orfeo— Si ese hombre era mi padre, y Lucía…

—No —lo interrumpió Álex, tomándole la mano— No te atrevas a dudar de lo que somos. No importa de dónde venimos.
Importa a quién elegimos amar.

Sus ojos se encontraron, y el silencio entre ellos fue más elocuente que cualquier juramento. Un silencio lleno de dolor, ternura y fuego. Orfeo lo abrazó con fuerza.

—No quiero perderte, Álex.

—Entonces no me sueltes —susurró él—
Aunque todo el mundo se caiga a pedazos.

El fuego crepitó, iluminando sus rostros. Por un instante, la tormenta pareció detenerse. Pero el destino no da treguas.bDesde la colina, un automóvil negro observaba la cabaña. El parabrisas reflejaba las luces del fuego interior. Dentro, un hombre hablaba por teléfono.

—Sí, los encontré. Están juntos.

Del otro lado, la voz de Damián sonó fría como un cuchillo.

—Perfecto. Esta vez… no quiero errores.

El hombre colgó y bajó del vehículo. El arma que llevaba colgada del hombro brilló bajo la lluvia. Mientras tanto, dentro de la cabaña, Álex levantaba la mirada. Un presentimiento helado le atravesó el pecho. Se puso de pie, sin saber por qué, y miró hacia la ventana. El bosque estaba en silencio. Demasiado silencio.

—Orfeo… —susurró— ¿Sentís eso?

Orfeo asintió.

—Sí…..Alguien nos está mirando.

Y antes de que pudieran reaccionar, el vidrio estalló con un disparo. El eco retumbó entre los árboles..La guerra acababa de empezar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.