El amanecer se reflejaba sobre el lago con un brillo pálido, casi enfermo. Las montañas al fondo parecían velar el secreto de dos fugitivos que apenas sobrevivían al pasado.
Álex y Orfeo habían encontrado refugio en una pequeña cabaña de madera cerca de un pueblo olvidado. Lejos de la aristocracia, lejos de las cámaras, lejos de Damián. O al menos eso creían. Los días transcurrían lentos, como si el tiempo mismo temiera despertarlos de aquella tregua.
Orfeo trabajaba en el pequeño taller improvisado, reparando relojes viejos y máquinas que el pueblo le traía. Álex ayudaba en una panadería. Ambos sonreían por primera vez en meses. Pero en los ojos de los dos había un mismo reflejo: el miedo a cerrar los ojos y volver a abrirlos en medio del infierno.
EL AMOR ENTRE CENIZASEsa tarde, la lluvia volvió. Álex entró empapado, con la harina aún pegada a sus manos. Orfeo lo observó desde el sillón, sonriendo apenas, como quien mira un milagro.
—¿Cuánto hace que no te veía sonreír así? —preguntó.
Álex se acercó, riendo suavemente.
—Desde antes de perder la memoria… creo.
Orfeo se levantó y lo abrazó por detrás, con los labios rozando su cuello.
—No quiero que recuerdes el dolor. Solo lo que fuimos.
—Y lo que somos —añadió Álex, girándose para besarlo.
Fue un beso largo, profundo, como si cada caricia buscara borrar las cicatrices. El amor entre ellos no era perfecto, pero era real. Un amor nacido de la ruina, fortalecido por la pérdida, imposible de romper.
Orfeo lo alzó en brazos y lo llevó hasta el sofá junto al fuego. Se besaron con ternura primero, con desesperación después. Era el tipo de amor que dolía, que curaba y que ardía todo al mismo tiempo. Cuando el fuego se apagó, quedaron en silencio, envueltos en la manta y en la respiración del otro. El viento soplaba afuera, trayendo consigo un sonido lejano, casi imperceptible. Un motor. Un vehículo. Pero ellos no lo oyeron.
EL RENACER DEL MONSTRUOA cientos de kilómetros de allí, Damián Archer se miraba al espejo roto del antiguo sótano de su mansión. El rostro marcado por el fuego, la piel con cicatrices nuevas que el tiempo jamás borraría. Pero sus ojos sus ojos brillaban con la misma intensidad enfermiza de siempre. La muerte no lo había querido. Y él no perdonaba a la vida por eso.
En la mesa frente a él había documentos, fotografías y una carpeta vieja con el sello de los Archer. Dentro, cartas antiguas de Lucía y recortes de periódicos con titulares olvidados:
Fallece el senador Archer en misterioso accidente Escándalo en la alta sociedad. Lucía Leclair se refugia en el extranjero con su hijo menor.
Damián acarició una de las fotos con dedos temblorosos. Era de Álex cuando era niño.
—Querías protegerlo de mí, madre —susurró con voz rasposa— Pero no se puede proteger a nadie de su propio hermano.
Tomó un teléfono. Marcó un número.
—Activen el rastreador —ordenó— Quiero saber hasta su último movimiento. Y cuando los encuentre no los quiero muertos. Quiero que se arrodillen.
UN INSTANTE DE PAZEsa noche, Álex y Orfeo cenaron junto al fuego. El vino barato sabía mejor que cualquier banquete de la aristocracia. Las manos de Orfeo temblaban apenas al tocar las de Álex, como si el cuerpo aún no pudiera creer que estaba vivo.
—No puedo dejar de pensar en él —dijo Orfeo finalmente.
—No hables de Damián —pidió Álex, bajando la mirada.
—No es miedo —respondió Orfeo— Es instinto. Siento que no terminó.
Álex lo observó unos segundos, luego sonrió con dulzura cansada.
—Tal vez no terminó… pero mientras tanto, vivamos.
Le acarició la mejilla, y Orfeo se rindió ante ese toque. El beso que siguió fue lento, intenso, lleno de promesas. El tipo de beso que no se da para sanar sino para resistir. El fuego crepitó, arrojando chispas al aire. El reloj marcó las dos de la madrugada. Y afuera, el sonido de un auto se detuvo frente a la cabaña.
EL JUEGO VUELVE A COMENZARUn hombre bajó del vehículo, vestido de negro, con una cicatriz cruzándole la mejilla.
Sacó un sobre del bolsillo de su abrigo y lo dejó bajo la puerta antes de alejarse de nuevo hacia el bosque. Cuando el sol asomó, Álex fue el primero en notarlo. Tomó el sobre. El papel estaba húmedo, sin remitente.nSolo una palabra en tinta roja:
Despierten.
Adentro, una foto. Ellos dos, durmiendo abrazados en la cabaña.nTomada desde la ventana.bEl color abandonó el rostro de Álex.
—Orfeo…
Orfeo se acercó, y cuando vio la foto, el miedo se transformó en furia.
—Nos encontró.
Álex sintió el aire volverse pesado. El corazón se le detuvo un segundo antes de empezar a latir con más fuerza.
—¿Qué vamos a hacer?
—Esta vez —dijo Orfeo, apretando la mandíbula— No vamos a huir.
Esa noche, mientras Orfeo limpiaba el arma y Álex guardaba lo poco que tenían en una mochila, el viento sopló con fuerza. La puerta se abrió de golpe. Una sombra cruzó el umbral. La voz que emergió de la oscuridad era inconfundible.
—Los extraño.
El arma cayó de las manos de Orfeo. El corazón de Álex dio un vuelco. Allí estaba Damián, de pie bajo la lluvia, con una sonrisa tranquila y los ojos llenos de una locura helada.
—¿No me invitan a pasar? —preguntó, con esa cortesía venenosa que solo él sabía usar.
El silencio se rompió con un trueno. Orfeo dio un paso adelante, apuntándolo directamente al pecho.
—No vas a destruirnos otra vez.
Damián sonrió.
—Oh, Orfeo. Todavía no entendés. Yo no vine a destruirlos.
Sus ojos se deslizaron hasta Álex.
—Vine a recuperar lo que me pertenece.
El relámpago iluminó la escena. Y el capítulo terminó con el sonido del gatillo siendo presionado pero no se supo quién disparó.
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Editado: 28.10.2025