El Amargo Secreto

Ecos de un Disparo

El eco del disparo se expandió por la cabaña como un grito del infierno. Durante un segundo apenas un segundo, el tiempo pareció detenerse. El humo del arma flotó en el aire, espeso, olor a metal y a muerte. El cuerpo de uno de los tres se tambaleó. La lluvia golpeaba el techo con furia, ocultando cualquier otro sonido. Álex se lanzó hacia adelante.

—¡No! ¡No, por favor!

Orfeo cayó de rodillas, una línea de sangre resbalándole por el hombro. El proyectil apenas lo había rozado, pero el miedo lo paralizó. Damián seguía de pie, con el arma humeante entre los dedos y una sonrisa torcida en el rostro.

—Tranquilos —dijo, como si no hubiera sucedido nada — No vine a matarlos… aún.

Álex lo miró con una mezcla de odio y horror.
El amor por Orfeo lo empujaba a gritar, pero el miedo lo hacía temblar.

—¿Qué querés, Damián? —preguntó, con la voz quebrada.

Damián caminó lentamente hacia ellos, dejando huellas de barro sobre el suelo de madera.

—Quiero lo que me robaron —susurró— Quiero mi lugar. Mi familia. Mi nombre.

Orfeo se incorporó con esfuerzo.

—No tenés derecho a hablar de familia. Lo único que sabés hacer es destruirla.

El rostro de Damián cambió. La sonrisa se quebró, dejando ver el dolor que siempre escondía bajo su arrogancia.

—Vos no entendés nada, Orfeo.
Vos nunca supiste lo que era perderlo todo.

EL PASADO QUE QUEMA

El trueno iluminó sus rostros. Álex observaba el intercambio con el corazón en un puño. Algo en los ojos de Damián lo estremecía. No era solo odio. Era desesperación. Una necesidad enferma de ser amado.

—¿Sabés qué me dijiste la última vez que me viste, Álex? —dijo Damián, sin apartar la mirada— Me dijiste que jamás me perdonarías.

—Y sigo sin hacerlo —respondió Álex con firmeza.

Damián soltó una risa rota.

—Entonces somos iguales. Porque yo tampoco me perdono.

Avanzó otro paso. El arma aún colgaba de su mano, pero ya no parecía interesarle.

—Ustedes creen que soy un monstruo. Y tal vez lo sea. Pero no nací siendo uno. Lucía lo hizo. Ella nos dividió, nos convirtió en enemigos… y vos, Álex, fuiste su favorito.

Álex apretó los puños.

—¡Mentira!

—¿Mentira? —repitió Damián con una sonrisa amarga— Yo tenía ocho años cuando empezó a esconderte. Cuando te llevó lejos para que no te contagiara mi oscuridad. ¿Y sabés qué es crecer escuchando que tu madre ama a otro más que a vos? Es crecer creyendo que el amor se gana. Y que quien no te lo da merece sufrir.

El silencio que siguió fue insoportable. Solo el crepitar del fuego llenaba la habitación. Orfeo respiró hondo.

—Damián, nada de eso te da derecho a arruinarnos la vida. Podés culpar al pasado, pero no justificar el daño.

Damián lo observó con una calma perturbadora.

—Vos fuiste mi revancha. El hombre que todos admiraban, el heredero perfecto el que no me miraba ni una vez. Hasta que te hice mío por la fuerza.

Orfeo dio un paso adelante, furioso.

—¡Basta!

Pero Álex lo detuvo. Sus dedos se aferraron a la manga de Orfeo, temblando.

—No le des lo que quiere. —susurró—. No te rebajes a su nivel.

LA RUEDA DEL DOLOR

La tensión era tan densa que el aire se volvió irrespirable. Damián los miraba, su sonrisa desapareciendo lentamente.

—Mírenlos —dijo, casi con ternura— Los dos tan enamorados… tan dispuestos a morir el uno por el otro.

Se acercó a Orfeo, sin miedo.

—¿Qué tiene él que no tenga yo?

Orfeo lo enfrentó.

—Él no intenta poseerme. Solo me ama.

Damián apartó la mirada un segundo, y el brillo en sus ojos cambió. Por primera vez, hubo tristeza. Una tristeza real, profunda.

—Entonces fue mi error —susurró— Creer que podía ser amado como soy.

Y, sin previo aviso, levantó el arma otra vez. Álex se interpuso. El disparo resonó. Por un instante, todo se volvió blanco. El cuerpo de Álex cayó hacia atrás, y el grito de Orfeo partió la noche.

—¡No! ¡ÁLEX!

Damián dejó caer el arma, paralizado. El humo aún salía del cañón, pero él parecía no comprender lo que había hecho.

—Yo… yo no quería… —balbuceó.

Orfeo se arrodilló junto al cuerpo de Álex. La sangre empapaba su camisa, caliente, densa. Sus manos temblaban mientras intentaba detener la hemorragia.

—¡Álex, mírame! ¡Abrí los ojos, por favor!

Álex lo miró con la mirada vidriosa, la respiración entrecortada.

—Orfeo…

—No hables, no hables —suplicó él—. Vamos a salir de esta, te lo prometo.

Damián retrocedió un paso, su mente quebrándose por completo.

—No… no… yo no quería…

El rugido del viento apagó sus palabras. Y antes de que Orfeo pudiera reaccionar, Damián huyó hacia el bosque.

ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE

Orfeo sostuvo a Álex entre sus brazos mientras la lluvia comenzaba a filtrarse por el techo.bLa sangre manchaba el suelo de madera, el fuego crepitaba moribundo.

—Aguantá, amor, aguantá —murmuró desesperado—bTe necesito, ¿me escuchás?

Los párpados de Álex temblaban.

—No… no me dejes… solo…

Orfeo lo besó en la frente.

—Nunca. Nunca más.

Lo levantó con esfuerzo y salió bajo la lluvia.
El frío era insoportable, pero el miedo lo impulsaba. Corrió por el camino de tierra, gritando auxilio.bFinalmente, una luz. Una casa al borde del bosque. Golpeó la puerta con los nudillos ensangrentados.bUna anciana abrió, sobresaltada.

—¡Por favor! —rogó Orfeo— ¡Está herido!

La mujer los dejó pasar.bEntre lágrimas, Orfeo colocó a Álex sobre el sofá. El corazón del muchacho latía débil, pero seguía ahí, resistiendo.

EL INFIERNO DE DAMIÁN

Lejos de allí, Damián corría sin rumbo.
El barro le cubría los zapatos, el viento le cortaba la piel. Se detuvo en medio del bosque, jadeando, gritando al vacío.

—¡¿Por qué todo sale mal?! —gritó, golpeando un árbol con los puños hasta sangrar.




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