La noche resplandecía sobre la ciudad como una joya maldita. Las luces de la mansión Archer destellaban entre los jardines cubiertos de niebla, mientras los invitados más poderosos de la aristocracia bajaban de sus autos envueltos en perfumes caros, risas ensayadas y sonrisas de cristal.
Era la Gala de la Unidad, el evento más esperado del año, donde los Archer pretendían restaurar su imagen tras los escándalos. Pero nadie sabía que esa sería la noche donde todo se rompería. Detrás de los muros, entre las sombras de los rosales, dos figuras observaban en silencio. Orfeo y Álex. Ambos vestidos de negro, escondidos bajo abrigos largos y miradas decididas.
—¿Estás seguro? —susurró Álex, su voz apenas un hilo tembloroso.
—No hay vuelta atrás —respondió Orfeo sin apartar la vista de las ventanas iluminadas—Si Damián está aquí, esta noche termina todo.
Álex asintió. Su corazón latía desbocado, pero no por miedo. Por amor. Por la necesidad de terminar con la pesadilla.
LA GALALos salones de la mansión brillaban con un lujo obsceno. Los candelabros reflejaban el vino, las joyas y las mentiras. Música clásica, sonrisas hipócritas, promesas vacías. Y en el centro de todo, el retrato de Lucía Archer, observando desde la pared principal como un fantasma que jamás se había ido.
Damián caminaba entre los invitados como un depredador entre cisnes. Un traje negro impecable, un brillo helado en los ojos, una copa de vino en la mano. Nadie notó la pequeña herida que cruzaba su mejilla. O tal vez sí, pero nadie se atrevió a preguntar.
—Bienvenido de vuelta, señor Archer —dijo un senador estrechándole la mano —
Pensamos que…
—Que había muerto —completó Damián con una sonrisa— No sería la primera vez que subestiman mi capacidad de resurgir.
Su mirada recorrió el salón hasta detenerse en el gran reloj dorado. Medianoche. El momento perfecto.
LOS AMANTES EN LAS SOMBRASMientras tanto, Orfeo y Álex se infiltraban por el ala oeste, donde la seguridad era menor. El pasillo estaba cubierto por cuadros antiguos, flores frescas y el aroma familiar del chocolate. El mismo aroma que Orfeo usaba en su chocolatería.
—¿Te das cuenta? —murmuró Álex— Hasta el aire de este lugar huele a lo que fuiste.
—Y a lo que ya no quiero ser —respondió él.
Álex se detuvo un instante. Lo miró con ternura, la mirada llena de promesas rotas y heridas aún sangrantes.
—Sea como sea… no importa dónde termine esto. No te suelto.
Orfeo lo besó, sin pensar, sin miedo. Fue un beso de despedida disfrazado de esperanza. Un beso que sabía a chocolate y lágrimas.
—Te amo, Álex.
—Y yo a vos, más allá de todo lo que venga.
La voz metálica de un guardia los obligó a separarse. Se escondieron detrás de una cortina. Dos pasos más y estarían dentro del salón principal.
EL ENCUENTROLa música se detuvo cuando Damián subió al estrado.
—Distinguidos invitados —dijo con voz suave pero firme— Brindemos por el renacer de los Archer. Por las mentiras olvidadas y por la verdad que está a punto de revelarse.
Todos rieron, creyendo que se trataba de otra de sus frases teatrales. Pero Orfeo lo sabía. Damián nunca hablaba en vano. De repente, las luces parpadearon. Una proyección se encendió en la pared detrás de él. Imágenes. Fotos antiguas. Cartas..Y entre ellas… el rostro de Lucía Archer con un niño en brazos.
—Mi madre —susurró Álex desde el pasillo, helándose por dentro.
Damián extendió los brazos.
—¿Creen que los Archer son la imagen de la pureza? ¡Miren bien! ¡Su legado es una mentira! El hijo legítimo del patriarca Archer no es Orfeo… ¡es este muchacho! —señaló hacia la pantalla— ¡Álex Leclair, el bastardo oculto, criado fuera de nuestra gloria!
El murmullo de los invitados se volvió ensordecedor. Las cámaras capturaban cada palabra, cada mirada de horror. Orfeo avanzó, empujando las puertas.
—¡Basta, Damián!
Los presentes se giraron al escucharlo. El salón entero enmudeció. Orfeo, con el traje oscuro empapado de lluvia, caminaba directo hacia su hermano. Su mirada era fuego.
—No voy a permitir que arrastres a mi familia contigo.
—Tu familia —rió Damián— ¿Cuál? ¿La que te usó? ¿O la que amás y no podés proteger?
Álex apareció tras él, pálido, tembloroso.
El murmullo creció.
—¿Y él? —preguntó Damián, volviéndose hacia la multitud— ¿Sabían que el heredero de los Archer duerme con su propio hermano?
Un silencio mortal. Después, un estallido de gritos, de escándalo. Orfeo lo golpeó. El sonido seco del puño contra el rostro de Damián resonó en el salón.
—¡Callate! —gritó—. ¡Callate, maldito enfermo!
Damián cayó, pero sonrió desde el suelo, escupiendo sangre.
—Ahora sí… se acabó la máscara.
EL INFIERNO DESATA SU FUEGOLos guardias corrieron hacia el estrado.
Algunos invitados huían, otros grababan con sus teléfonos. Caos. Y en medio del caos, el fuego. Un olor a gasolina comenzó a inundar el aire. El reloj marcaba las doce. Orfeo se dio vuelta, horrorizado.
—No…
Damián se levantó con un encendedor en la mano.
—¿Querían espectáculo? —susurró— Pues aquí está el final del linaje Archer.
Encendió la llama. El suelo se tiñó de fuego.
Las cortinas ardieron. El techo comenzó a crujir. Los gritos llenaron el aire. El fuego devoraba las paredes como si el infierno mismo hubiera sido invitado. Orfeo corrió hacia Álex. Lo tomó de la mano.
—¡Por acá!
Ambos atravesaron el humo, esquivando los escombros. Pero Damián los siguió, tambaleándose, su sombra proyectándose contra las llamas.
—¡No escaparás de mí, Álex! — rugió — ¡Nunca!
Álex se giró, con lágrimas y rabia.
—¡Ya no me asustás, Damián! ¡Ya no podés romperme!
Damián se lanzó hacia él, pero Orfeo se interpuso. Ambos cayeron entre el fuego. El calor era insoportable, las chispas volaban como lluvia incandescente. Álex gritó, tratando de alcanzarlos, pero el humo lo cegó. Una explosión sacudió la mansión. Vidrios, fuego, escombros. El cielo se tiñó de rojo. Horas después, los bomberos luchaban por apagar el incendio. Entre los restos carbonizados, solo encontraron dos cuerpos. Uno irreconocible. El otro aún respirando.
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Editado: 28.10.2025