El Amargo Secreto

Bajo la Lluvia del Silencio

El invierno había vuelto. La ciudad, gris y silenciosa, parecía llorar junto con él. Las cenizas de la mansión Archer seguían esparcidas por el viento, y las ruinas olían a humo, a secretos, a amores que no lograron sobrevivir al fuego.

Habían pasado tres semanas desde la tragedia. Tres semanas desde que Álex despertó en el hospital con el cuerpo lleno de cicatrices y el corazón hecho trizas. Orfeo no estaba allí. Nadie pudo decirle si había sobrevivido o no. Solo los silencios incómodos y las miradas evasivas del personal médico le confirmaban lo que no se atrevía a escuchar en voz alta.

Se había ido. El amor de su vida, consumido por las llamas.

EL VACÍO

Álex vivía ahora en un pequeño departamento alquilado con lo poco que le había quedado. El taller de Orfeo se había reducido a una caja de objetos: un reloj roto, un libro de recetas, un frasco con chocolate derretido y una bufanda negra que aún conservaba su aroma.

Pasaba las noches sentado junto a la ventana, mirando la lluvia caer sobre las luces distantes de la ciudad. A veces hablaba con él, como si aún pudiera escucharlo.

—¿Por qué te fuiste, Orfeo? —susurraba, con la voz quebrada—Me prometiste que no me dejarías solo otra vez.

Las lágrimas se mezclaban con el reflejo de la ciudad, y la bufanda se volvía su único refugio. Por las calles, los periódicos seguían hablando de la tragedia:

Explosión en la Gala de los Archer: fin de una dinastía

Nadie mencionaba a los sobrevivientes.
Nadie hablaba del amor que había desafiado a toda una aristocracia.

El mundo simplemente siguió girando. Pero Álex no.

EL FANTASMA DEL AMOR

Una tarde, mientras caminaba por el mercado del puerto buscando trabajo, una ráfaga de viento le trajo un aroma familiar.
Chocolate. Dulce, intenso, imposible de confundir.

Se detuvo en seco. Su corazón latió con fuerza. Miró alrededor, girando en todas direcciones. No había nadie. Solo el viento. Pero en el suelo, entre las hojas mojadas, vio algo: una pequeña envoltura dorada, con el sello de la antigua chocolatería Archer.

La recogió con manos temblorosas. El sello estaba intacto. Dentro, una pieza de chocolate oscuro con forma de corazón. Y una nota doblada.

Donde el sabor no se ha apagado, ahí sigue latiendo lo que juramos eterno.

La caligrafía era inconfundible.
Orfeo. Álex sintió que el aire se le escapaba. El suelo pareció temblar bajo sus pies.

—No… no puede ser…

Miró a su alrededor, con el corazón desbocado, pero no había nadie. El puerto seguía igual, la gente caminaba sin saber que el mundo acababa de romperse y renacer a la vez en el pecho de un solo hombre.

LA CARTA

Esa noche, mientras la lluvia golpeaba los cristales, Álex abrió el buzón de su departamento. Dentro, un sobre sin sello. Sin remitente. Solo una palabra escrita con tinta azul:

Para ti.

Las manos le temblaban al abrirlo. Dentro, una hoja de papel cuidadosamente doblada.
La letra era la misma. Su respiración se volvió un hilo.

Si estás leyendo esto, significa que sobreviviste. Lo sabía. Siempre supe que tu alma era más fuerte que cualquier fuego.
No busques dónde estoy. No podrías encontrarme, y si lo hicieras, solo pondrías tu vida en peligro. Pero escucha bien, Álex: lo que pasó aquella noche no fue el final. Hay cosas que aún no entendés. Yo las descubrí demasiado tarde y ahora me persiguen.

Damián no murió. Y si lee esta carta antes que tú, sabrá cómo llegar a mí. No te acerques a la mansión vieja del lago.
No lo hagas, aunque escuches mi voz llamándote. Te amo. Y por eso debo desaparecer.

Álex dejó caer la carta..El corazón le latía tan fuerte que creía que iba a romperle el pecho.

—No… Orfeo, no.

Corrió hacia la ventana. Afuera, la lluvia se había vuelto tormenta. El relámpago iluminó la ciudad. Y en ese instante lo vio. Una figura de pie, bajo la farola de enfrente. Mojado, inmóvil, mirando hacia su ventana. El rostro cubierto por una bufanda negra. El alma de Álex se congeló. Su voz apenas salió en un susurro:

—Orfeo…

Pero al parpadear… la figura ya no estaba.

EL ENCUENTRO

Al día siguiente, el amanecer trajo un aire distinto. Álex no durmió. La carta seguía sobre la mesa, doblada con cuidado, junto a la envoltura dorada. No podía ignorarlo. No después de haber leído esas palabras.

Tomó su abrigo, su bufanda, y salió rumbo al lago. El mismo que Orfeo le había suplicado que evitara. El aire se volvió más frío a cada paso. El bosque lo rodeó con su silencio húmedo.

Cuando llegó, el sol apenas se filtraba entre las nubes. El agua del lago reflejaba un cielo gris plomo. Y allí, al otro lado de la orilla, la vio: la vieja mansión Archer, ennegrecida por el incendio pero aún en pie, como una bestia herida que se negaba a morir.

El corazón de Álex palpitaba con fuerza.
Una voz dentro de él le gritaba que se marchara. Pero otra, más profunda y más fuerte, le susurraba que siguiera. Cruzó el puente de piedra y empujó la puerta de hierro oxidado. El chirrido resonó en la niebla. Dentro, el aire olía a polvo, madera quemada y algo más a chocolate.

—Orfeo… —susurró.

Su voz rebotó en las paredes vacías..Y entonces, una melodía. Lejana, tenue, proveniente del viejo piano del salón. Una canción que reconocería incluso en el infierno. Era su canción.

Corrió hacia el sonido. Las notas eran imperfectas, torcidas, como tocadas por una mano temblorosa. Cuando llegó, el piano estaba encendido con velas alrededor. Y sobre el teclado, una nueva carta. La tomó con el alma temblando. Era la misma letra, pero más apurada, más desesperada.




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