El fuego no había destruido la mansión Archer. Solo la había despertado. Cada pared, cada escalera, cada espejo parecía respirar la memoria de lo que allí se había vivido: el amor, la traición, la locura. Y ahora, nuevamente, esos tres sentimientos caminaban por sus pasillos.
Álex, con el corazón latiendo tan fuerte que podía oírlo en los oídos, no sabía si correr hacia Orfeo o hacia la salida. Las sombras danzaban en los muros iluminados por relámpagos lejanos. El aire era denso, casi irrespirable, con olor a ceniza vieja y perfume de vainilla.
—¿Qué hiciste? —preguntó Álex, sin apartar los ojos de Damián.
Damián sonrió, avanzando despacio, con las manos a los costados, como un depredador que disfruta del miedo de su presa.
—Nada que no debí hacer —respondió con suavidad— Solo terminé lo que el fuego no logró.
Orfeo lo enfrentó, aunque el temblor de sus manos lo traicionaba.
—¿Por qué estás vivo? Te vi caer, Damián.
El hombre rió, una risa hueca, amarga, casi infantil.
—Morir es un lujo que no me corresponde. No mientras ustedes sigan respirando mi aire.
LOS REHENES DEL AMORDamián se acercó lentamente, su sombra cubriendo a los dos. El trueno estalló afuera, iluminando su rostro: las cicatrices cruzaban su mejilla como heridas mal cerradas. Pero lo más perturbador eran sus ojos. Había en ellos algo que no era simplemente odio. Era un amor enfermo, una necesidad que lo devoraba por dentro.
—¿Por qué no lo entendés, Orfeo? —murmuró, con una ternura que helaba la sangre— Todo lo que hice fue por vos.
Orfeo lo miró con asco y compasión al mismo tiempo.
—Lo que hiciste fue destruir todo lo que tocaste.
Damián ladeó la cabeza, sonriendo como un niño ante un reproche.
—¿Y vos? ¿Acaso no lo hiciste también?
Usaste a Álex como usaste a todos. Le prometiste amor mientras pensabas en redimirte de tu culpa conmigo.
—¡Callate! —rugió Orfeo, avanzando con los puños cerrados—.¡No te atrevas a hablar de lo que no entendés!
Damián no se movió. Solo lo observó..Y en un gesto repentino, le extendió una mano.
—Venite conmigo, Orfeo. Esta vez no te haré daño. Podemos empezar de nuevo.
Álex sintió que el alma se le rompía.
—No —susurró— No le creas.
Damián lo miró de reojo. Sus labios se curvaron apenas.
—Ah, claro. El pequeño ladrón del corazón perfecto. ¿Creés que podés competir conmigo, Álex? Yo lo formé. Lo hice el hombre que amás. Sin mí, él no sería nada.
—Sin vos —respondió Álex, firme, sin temblar— él sería libre.
El silencio que siguió fue un filo invisible. Los tres se miraron, atrapados entre el fuego del pasado y la tormenta del presente.
LA VERDAD ENTRE LAS LLAMASOrfeo rompió el silencio.
—Damián… lo que hiciste aquella noche…
—¿Querés decir salvarte? —interrumpió él con ironía.
—No —dijo Orfeo con voz quebrada—.
Hablo del laboratorio bajo la mansión.
De lo que encontré antes del incendio.
Los ojos de Damián se oscurecieron.
—Eso no te incumbe.
Álex lo miró confundido.
—¿Qué laboratorio?
Orfeo respiró hondo, sin apartar la mirada de su hermano.
—Lucía experimentaba con algo, con nosotros. Buscaba perfeccionar la herencia Archer. Jugaba con la genética, con la mente, con la voluntad..Y Damián…
Damián rió, nervioso.
—¡No digas una palabra más!
Orfeo siguió, temblando.
—Damián fue su primer experimento. El más dañado.
Álex lo miró horrorizado.
—¿Qué estás diciendo?
—Que lo que él siente no es solo obsesión —susurró Orfeo— Es una malformación creada por nuestra madre. Un amor impuesto. Un error genético.
Damián lo atacó. En un segundo, la distancia entre ellos desapareció. Ambos cayeron al suelo, golpeándose, gritando, rompiendo los pocos muebles que quedaban enteros.
—¡Vos no sabés nada! — rugía Damián — ¡Nada!
Álex intentó separarlos, pero Damián lo empujó con tal fuerza que cayó contra el piano, golpeándose la cabeza. El sonido del impacto resonó como una nota rota.nOrfeo, al ver la sangre en la sien de Álex, enloqueció.
—¡Basta! —gritó con furia, golpeando a Damián hasta hacerlo caer..Lo sujetó del cuello, con los ojos llenos de lágrimas y rabia— ¡Te maldigo, Damián! ¡Nos arruinaste a todos!
Pero Damián no se defendió. Sonrió..Una sonrisa triste, extrañamente humana.
—Y sin embargo.todavía me amás un poco.
Orfeo lo soltó, retrocediendo con el alma desgarrada.
—No —susurró, con lágrimas cayendo por su rostro— Ya no amo a nadie más que a él.
ENTRE EL AMOR Y EL ABISMOÁlex abrió los ojos lentamente. La sangre resbalaba por su sien, pero su mirada buscó a Orfeo.
—Estoy bien… —murmuró, apenas consciente
Orfeo se arrodilló a su lado.
—No te muevas, amor, no te muevas.
Damián los miró en silencio. Por un instante, su rostro cambió. Ya no parecía un monstruo, sino un hombre perdido, roto.
—Siempre supe que lo elegirías a él —dijo con voz quebrada.
—Porque él me salvó —respondió Orfeo, sin apartar la vista de Álex— Y vos solo supiste arrastrarme al infierno.
Damián bajó la mirada. Su respiración se volvió irregular. Del bolsillo de su abrigo sacó una pistola.
—Entonces terminemos con esto —susurró.
Orfeo se interpuso de inmediato.
—No vas a tocarlo.
Damián apuntó hacia él. El arma temblaba.
Una lágrima rodó por su mejilla.
—No sé si quiero matarte o abrazarte —murmuró— Siempre fuiste la herida que no cicatriza.
El viento sopló con fuerza. El reloj antiguo de la mansión marcó las doce en punto. Un trueno iluminó el salón. Y el disparo rompió el silencio.
El sonido fue seco, brutal. El cuerpo que cayó no fue el que Álex esperaba. Damián se desplomó, la pistola resbalando de sus dedos. Orfeo, temblando, lo observó en shock.
—¿Qué… qué hiciste?
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Editado: 28.10.2025