El Amargo Secreto

El Fuego Que Nos Devora

El silencio en la mansión era insoportable.
Solo el viento se colaba por las rendijas, arrastrando consigo el olor del humo y la sangre.

Damián yacía inmóvil en el suelo, su cuerpo aún tibio. La carta que Álex sostenía en las manos parecía arder, como si las palabras escritas quisieran escapar del papel. Pero antes de que pudiera leerla, sintió que el aire a su alrededor cambiaba. Giró la cabeza. Orfeo ya no estaba. Su abrigo oscuro aún colgaba del respaldo del sillón, pero él había desaparecido, como si el fuego lo hubiese reclamado por segunda vez.

—Orfeo… —susurró Álex, con la voz quebrada.

El eco de su nombre rebotó entre las paredes chamuscadas..Nada respondió..Y entonces lo supo. Orfeo se había ido.

LA BÚSQUEDA

La noche era gélida. El viento soplaba con furia, arrancando las hojas secas de los árboles y levantando la ceniza que cubría el suelo. Álex corrió por el sendero embarrado, sin abrigo, con la carta arrugada entre los dedos. Su respiración era fuego en el aire helado. Cada paso era una súplica.

—¡Orfeo! —gritó, una y otra vez, hasta que su garganta se rompió.

El bosque no le respondió. Solo el sonido distante de un búho, el crujir de ramas y el rugido del río. Tropezó, cayó al suelo, se lastimó las rodillas, pero no se detuvo. El barro manchaba su camisa, la lluvia le pegaba en el rostro, y aún así siguió corriendo. No podía perderlo. No otra vez.

Porque sin Orfeo, no quedaba nada.

EL ECO DE SU AMOR

Horas después, llegó al taller viejo. El lugar donde Orfeo preparaba sus mezclas, donde las manos de ambos habían aprendido a crear belleza con el chocolate. El aire aún olía a cacao y nostalgia.

Encendió la lámpara de aceite. Todo estaba igual. Los frascos alineados, las recetas escritas con letra apurada, los moldes, el piano en la esquina. Y sobre la mesa, una caja de madera. La misma que Orfeo le había mostrado la noche en que todo comenzó.

La abrió con manos temblorosas.
Dentro, encontró una fotografía de ambos, sonriendo. Una sonrisa que ya parecía de otra vida. Y debajo, un trozo de papel arrugado con una sola frase escrita:

El amor no siempre basta.

Las lágrimas cayeron sin permiso. Álex apretó el papel contra su pecho.

—No me importa lo que diga esa maldita carta —murmuró— No me importa nada.

Caminó hasta el rincón donde Orfeo solía tocar el piano y se sentó..Presionó una tecla. El sonido fue hueco, apagado. Otra tecla. Otra nota muerta. El piano estaba roto. Como su alma.

EL PESO DE LA VERDAD

Cuando finalmente se obligó a abrir la carta de Damián, la tinta se había corrido por la humedad de la lluvia. Las palabras eran borrosas, pero podía leer lo suficiente.

Lucía nunca fue tu madre, Álex. Ella te robó del orfanato donde Orfeo fue criado. Los Archer necesitaban un heredero que no llevara su sangre. Y lo hicieron. Vos sos su redención y su pecado. Pero él… él lleva en la piel lo que ella creó. Orfeo no es completamente humano. Es la consecuencia de sus experimentos. Una criatura que ama… pero también destruye.

El papel cayó de sus manos. Las lágrimas empañaron su visión, pero su mente solo pensaba en una cosa: no le importaba. Nada de eso cambiaba lo que sentía. Si Orfeo era un experimento, si su vida entera era una mentira, nada podía borrar el hecho de que lo amaba. Hasta el fin del tiempo.

LA DESPEDIDA INVISIBLE

El amanecer lo encontró en el camino hacia el lago. El agua estaba tranquila, cubierta por una fina capa de neblina. Y allí, al otro lado, entre los árboles, lo vio.

Orfeo. De pie, con el abrigo oscuro empapado, el cabello pegado al rostro y los ojos perdidos en la distancia. Álex sintió que el corazón se le rompía otra vez. Cruzó el puente de piedra sin pensarlo, ignorando el dolor, el frío, la sangre seca en sus rodillas. Cuando estuvo frente a él, apenas pudo hablar.

—¿Por qué te fuiste? —susurró, con lágrimas deslizándose por sus mejillas.

Orfeo no lo miró. Sus ojos estaban fijos en el lago, como si buscara en el agua una respuesta que no existía.

—Porque ya no puedo mirarte sin sentir culpa.

—¿Culpa por qué? —preguntó Álex, dando un paso más cerca— ¿Por haberme amado? ¿Por haberme salvado?

—Por existir —respondió él, con voz quebrada—. Porque todo lo que soy es una mentira. Fui hecho para servir a la ambición de otros..Lucía me moldeó, Damián me corrompió y vos vos me diste algo que no merezco..

Álex lo tomó del rostro con ambas manos.

—¡Basta! —gritó entre sollozos—.No me importa lo que seas, ni de dónde vengas, ni qué te hicieron. Te amo. Y eso no lo cambia nada ni nadie.

Orfeo cerró los ojos. Una lágrima resbaló por su mejilla.

—No sabés lo que decís.

—Sí lo sé —respondió Álex con fuerza— Te amaría aunque el mundo ardiera otra vez.
Aunque me odiaras. Aunque dejaras de existir.

Orfeo dio un paso atrás, temblando.

—No digas eso.

—¿Por qué? —preguntó Álex, acercándose aún más— ¿Porque tenés miedo de que sea verdad?

El silencio se hizo eterno. El viento se llevó sus palabras, pero no su dolor. Orfeo finalmente lo miró. Y en sus ojos había tanto amor como desesperación.

—Si me quedo, te arruinaré..Y si me voy, te perderé. No hay salida, Álex.

—Entonces quedate y arruiname —susurró él— Pero quedate conmigo.

Orfeo lo abrazó con fuerza, enterrando el rostro en su cuello. Sus cuerpos temblaban bajo la lluvia. Era un abrazo desesperado, de esos que intentan detener al tiempo. Pero al separarse, Orfeo lo besó una última vez. Un beso tan profundo que dolía. Un beso que sabía a despedida.

—Te amo —murmuró— Y por eso tengo que desaparecer.

Álex lo sujetó del abrigo.

—¡No! ¡No me hagas esto otra vez! ¡No me dejes!

Pero Orfeo se soltó. Sus ojos, llenos de lágrimas, se clavaron en los suyos.




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