Sobre la mesa de la cocina, la carta de Esteban Márquez seguía abierta. Su firma era pulcra, elegante, y en esa limpieza había algo obsceno.
Te lo quito todo por amor al futuro.
Álex la había leído decenas de veces desde la noche anterior. No entendía cómo un extraño podía escribirle con tanta frialdad, con esa familiaridad venenosa de quien ya había estado espiando su vida. La radio del comedor se encendió sola, un zumbido breve, y una voz femenina anunció:
—Últimas noticias: el periodista que reveló los archivos de Lucía Archer se retracta públicamente, alegando manipulación de pruebas.
El vaso cayó de sus manos.
El principio de la caídaTodo comenzó con pequeños temblores: cuentas bloqueadas, mensajes que no llegaban, un silencio sospechoso de parte de los amigos. La entrevista que debía salir esa semana fue suspendida por revisión de fuentes. La foto de Álex en el puerto, con el rostro cansado, apareció en portales de noticias con un titular que helaba:
El falso heredero: Álex Leclair bajo investigación por fraude y manipulación mediática.
La nota estaba firmada por una agencia que pertenecía, sin duda, al nuevo titiritero. Orfeo rompió el periódico con las manos temblorosas.
—Esto no es coincidencia. —Su voz se quebró— Nos están cerrando el círculo.
—¿Quién puede hacerlo con tanta precisión? —preguntó Álex, aunque ya sabía la respuesta.
El nombre se coló entre ambos como un veneno: Esteban Márquez.
El hombre no había necesitado amenazas ni violencia. Su ataque era quirúrgico, una guerra invisible donde cada clic de computadora valía más que un disparo.
Cuentas borradasTres días después, el caos era total. Las redes sociales de Álex desaparecieron de un día para el otro. Su novela, sus entrevistas, sus artículos: todo eliminado, como si jamás hubiera existido. La editorial rescindió su contrato. La cuenta bancaria fue congelada por revisión judicial. La policía llamó para una declaración por presunto uso indebido de fondos de la Fundación Lucía Archer, aunque Álex jamás había tocado un centavo.
Cada palabra pronunciada en televisión era una sombra retorcida de la verdad. Decían que él había inventado su historia para lucrar con la tragedia familiar, que Orfeo era su cómplice sentimental en una farsa mediática. Incluso insinuaron que había manipulado la evidencia sobre la muerte de Damián. Orfeo lo miró con los ojos llenos de impotencia.
—Van a arruinarte, Álex.
—Ya lo están haciendo.
La rabia le subía como fuego a la garganta. Era un fuego frío, sin gritos ni lágrimas, solo ese impulso de sobrevivir cuando el mundo decide borrarte.
Las sombras del poderEsa tarde, un auto negro se detuvo frente al edificio. Dos hombres bajaron. No llevaban uniforme ni identificación, solo trajes oscuros y la indiferencia de quienes obedecen órdenes sin hacer preguntas.
Golpearon la puerta. Orfeo se interpuso.
—¿Qué quieren?
—Una declaración. El señor Leclair debe acompañarnos.
Álex se puso de pie.
—No iré a ningún lado sin una orden.
El hombre sacó un sobre y lo lanzó sobre la mesa. Era una citación judicial firmada por un juez que nunca existió. La letra impresa era la misma que la firma del recorte: elegante, pulcra, cruel.
—Es una invitación —dijo uno de ellos— Si no acepta hoy, mañana será obligatorio.
Orfeo los echó con el mismo temple con el que se enfrenta a una tormenta: sin gritar, sin ceder. Pero en sus ojos había miedo. Un miedo distinto. El miedo de perder otra vez.
La traición silenciosaLa noche siguiente, la televisión proyectó un nuevo informe. Una mujer presentadora de voz templada relató que el caso Archer-Leclair se reabría. El video mostraba una grabación alterada: fragmentos de las confesiones de Lucía editadas para hacer parecer que Álex había manipulado la evidencia. Howard apareció en pantalla, con los ojos bajos.
—No tuve opción —murmuró, en la entrevista— Me obligaron a entregar las copias.
Lara, en cambio, estaba desaparecida. Nadie sabía dónde. Orfeo golpeó la mesa con los puños.
—Nos están cazando.
Álex lo observó con calma:
—Ya no es caza, Orfeo. Es ejecución pública.
5. El descensoPasaron los días y Álex dejó de recibir llamadas. Los vecinos ya no los saludaban.
Una noche, cuando regresaron del mercado, encontraron la puerta forzada, los libros tirados, la computadora destruida. En la pared, pintado con aerosol, alguien había escrito una sola palabra:
MENTIROSO.
Orfeo quiso sacarlo de la ciudad. Pero todos los caminos estaban cerrados. Sus nombres estaban en las listas de sospechosos de manipulación biológica. Los trenes no los aceptaban. Los taxis los reconocían. Álex, al límite, comenzó a escribir. Quería dejar constancia de la verdad, aunque nadie la leyera..Cada palabra era un intento desesperado de no desaparecer.
—Si nos borran, que al menos quede esto —le dijo a Orfeo mientras llenaba páginas.
Orfeo lo abrazó desde atrás.
—Si el mundo decide borrarte, yo escribiré tu nombre en cada piedra del camino.
Pero la noche no les concedió tregua.
La nieblaEl ataque llegó un amanecer..Una humareda negra emergió del edificio frente al suyo. Al principio parecía un incendio ajeno, pero pronto el olor a gasolina subió por la ventana. Alguien había lanzado cócteles Molotov. No era fuego para matarlos, sino para asustarlos. Una advertencia.
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Editado: 28.10.2025