Había sobrevivido a su propia muerte, y no sabía si eso era una bendición o una maldición. El río lo había arrastrado kilómetros lejos del puente donde su auto cayó. Despertó cubierto de barro, tiritando, con la garganta seca y un único pensamiento clavado en la mente: seguir respirando era la única forma de seguir amándolo. Pero Álex ya no estaba. Y mencionarlo era un pecado que dolía más que cualquier herida.
Un hombre sin nombreOrfeo Valmont, el aristócrata, el empresario, el hombre que alguna vez había sido portada de revistas, ya no existía. Ahora era solo un cuerpo cansado con el alma llena de grietas. Sus manos temblaban cuando intentaba escribir, su voz se apagaba cada vez que pronunciaba una mentira para sobrevivir:
—No, no tengo familia. No, no busco a nadie.
Había vendido la mansión, cerrado sus cuentas, y dejado que el mundo lo creyera muerto. Así, libre del ruido, solo quedaba él y su culpa.
A veces se preguntaba si la vida tenía sentido sin esa risa que lo hacía sentir vivo.
Pero enseguida apartaba el pensamiento.
No debía pensar. No debía recordar. Salía a caminar todas las noches bajo la lluvia, con un abrigo raído y una bufanda que no recordaba haber comprado..La gente lo miraba como a un fantasma, y en cierto modo lo era. Un fantasma que aún respiraba por inercia.
Sabía que Esteban Márquez no se había detenido. Lo había aprendido con los años: ese hombre no perdonaba, no olvidaba, no descansaba. El nombre de Orfeo seguía apareciendo en los noticieros, acompañado de titulares escandalosos:
El empresario prófugo acusado de fraude financiero. Nuevas pruebas lo vinculan a la desaparición de un escritor.
Cada mentira era un golpe seco al pecho.
Cada vez que veía su rostro en una pantalla, el corazón se le encogía con una mezcla de rabia y vergüenza.
Esteban lo había convertido en su marioneta invisible. Y él, incapaz de demostrar lo contrario, se escondía entre ruinas. Una noche, mientras hojeaba un periódico viejo, encontró un artículo firmado por uno de los periódicos de Esteban. Decía:
El amor, cuando se pudre, deja cadáveres invisibles.
Orfeo arrugó la hoja con violencia.
—Basta —susurró con la voz rota— No me tendrás más.
Pero sabía que Esteban lo estaba empujando hacia la desesperación. Quería verlo caer sin siquiera tocarlo. Y lo peor era que estaba logrando hacerlo.
El detective del inviernoUna tarde gris, un golpe en la puerta lo hizo sobresaltarse. Al abrir, se encontró con un hombre de unos cincuenta años, vestido con un abrigo largo y un sombrero empapado. Su rostro era severo, pero sus ojos revelaban algo más profundo: comprensión.
—Valmont —dijo el desconocido en voz baja— No se moleste en negarlo. Sé quién es usted.
Orfeo no respondió. El hombre se quitó el sombrero, revelando un cabello gris y una cicatriz cerca de la sien.
—Mi nombre es Elías Ríos. Fui inspector en la Interpol. Esteban Márquez tiene gente siguiéndolo, incluso aquí.
Orfeo se tensó.
—¿Qué quiere de mí?
—Ayudarlo —dijo Elías, sin rodeos— Sé lo que Esteban hizo. Sé lo que perdió.
Orfeo apretó los puños.
—No tiene idea de lo que perdí.
—Tal vez no —replicó el hombre con calma—. Pero sé lo que viene. Márquez no se detendrá. Ha comprado medios, fiscales, políticos… Su caída es cuestión de tiempo, pero antes intentará destruirlo en cuerpo y alma.
Elías le dejó un sobre sobre la mesa.
—Esto puede ayudarlo. Pero no lo abra hasta mañana. Esta noche, apague las luces. No conteste el teléfono.
Orfeo quiso preguntar más, pero el hombre ya se había marchado. Al cerrar la puerta, el viento azotó los ventanales. Afuera, la tormenta rugía con una fuerza que parecía personal.
La decisiónEsa noche, Orfeo no durmió. Se sentó frente al fuego, observando el sobre sobre la mesa. Sabía que debía abrirlo al amanecer, pero la ansiedad le carcomía el alma.
Cuando finalmente lo hizo, encontró dentro una serie de documentos: registros bancarios, correos electrónicos, fotografías.
Todos apuntaban a Esteban Márquez. A su red de corrupción. A su imperio construido sobre mentiras. Y al final, un solo papel, con una frase escrita a mano:
Los monstruos solo temen a quienes ya no tienen nada que perder.
Orfeo sonrió, pero era una sonrisa triste.
—Entonces que tema.
Por primera vez en meses, sintió una chispa de algo parecido a propósito. Ya no sería la víctima. No más huir. No más esconderse. Tenía un nombre que limpiar, y una deuda de amor que pagar.
El contraataqueDurante las siguientes semanas, Orfeo viajó por la costa, reuniéndose con antiguos contactos de su empresa y algunos aliados del viejo mundo aristocrático. Nadie lo reconocía al principio: su cabello crecido, la barba, la mirada perdida. Pero cuando hablaba, el fuego volvía a su voz.
—No quiero poder —les decía— Solo verdad.
Un periodista independiente aceptó escuchar su historia. Un hacker le ayudó a rastrear los movimientos ilegales de Esteban. Poco a poco, la red comenzó a tejerse en silencio.
Y en el centro de esa red, Orfeo volvió a convertirse en el hombre que alguna vez fue: inteligente, metódico, peligroso cuando se lo proponía. El dolor seguía ahí, intacto, pero ahora lo usaba como motor. La culpa se había transformado en un arma.
La promesa del fuegoUn mes después, en una sala de prensa en Nueva York, una serie de documentos filtrados llegaron a manos del periodismo internacional. El titular era demoledor:
#5637 en Novela romántica
#1562 en Chick lit
#romanceprohibido #dramaromántico, #memoriaperdida #amoroscuro, #elamargosecreto
Editado: 28.10.2025