El Amargo Secreto

La Grieta Invisible

El amanecer trajo una calma engañosa. El cielo sobre París era gris perla, y las primeras luces del día se filtraban tímidas por los ventanales del ático. Todo parecía tranquilo. Demasiado tranquilo.

Álex estaba sentado frente a la ventana, con los ojos fijos en la ciudad que despertaba lentamente..A su lado, Orfeo dormía enredado entre las sábanas, el pecho desnudo ascendiendo y descendiendo en un ritmo sereno que contrastaba con el huracán que ardía dentro de Álex. Había pasado toda la noche sin dormir. Desde aquel mensaje, desde aquella figura que los observaba desde el edificio de enfrente, no había podido apartar la sensación de que algo invisible se había roto entre ellos.

El amor bajo sospecha

Cuando Orfeo despertó, lo primero que vio fue a Álex encendiendo un cigarrillo. Llevaba meses sin fumar. Aquello ya era una señal.

—No sabía que habías vuelto a eso —dijo Orfeo, incorporándose lentamente. Álex no lo miró.

—Necesito mantenerme despierto.

El tono seco le dolió más que las palabras.

—No dormiste nada, ¿verdad? —insistió Orfeo.

—No puedo dormir mientras no sepa quién nos observa.

Orfeo se acercó y le quitó el cigarrillo de los labios.

—¿Y crees que eso te ayudará? Vas a enfermar.

—Prefiero enfermar que volver a sentirme débil. —Sus palabras fueron un látigo.

El silencio cayó como una losa..Orfeo retrocedió un paso.
El hombre que tenía frente a él no era el mismo que lo había amado entre lágrimas, sino alguien dominado por la desconfianza.

—¿Me estás ocultando algo, Orfeo? —preguntó Álex de pronto, sin mirarlo.

El corazón de Orfeo dio un salto.

—¿Qué? No…

—¿Estás seguro? —Alzó la vista, y su mirada fue tan dura que Orfeo sintió que le faltaba el aire— Porque cada vez que intento dormir, escucho esa voz en mi cabeza diciéndome que alguien me está mintiendo. Y esa voz suena como la tuya.

Orfeo lo miró sin entender.

—¿Desconfías de mí?

Álex no respondió. El silencio fue peor que una afirmación.

La herida del miedo

El desayuno transcurrió entre palabras cortadas y gestos tensos. Orfeo intentaba mantener la calma, pero la mirada vigilante de Álex lo desarmaba. El amor que antes lo envolvía ahora se había convertido en una sombra que lo seguía a cada paso.

—¿Dónde estuviste anoche cuando bajé a la sala? —preguntó Álex, rompiendo el silencio.

—En la cocina, haciendo té. Te lo dije.

—¿Y por qué el sistema de cámaras marcó que la puerta trasera se abrió a las tres de la mañana?

Orfeo se quedó inmóvil.

—¿Qué estás insinuando?

—Nada —respondió Álex con frialdad—. Pero alguien dejó una huella en la cerradura. Una mano pequeña. Del tamaño de la tuya.

Las lágrimas se asomaron en los ojos de Orfeo.

—¿Crees que te traicionaría?

Álex lo observó con un gesto tenso, el cigarrillo aún entre los dedos.

—No quiero creerlo, pero ya no sé en quién confiar.

El golpe emocional fue brutal. Orfeo se levantó, con los ojos enrojecidos.

—¡Entonces quédate solo, Álex! Porque tu poder te ha dejado eso: solo.

Corrió hacia la habitación y cerró la puerta con fuerza. Álex permaneció quieto, con la respiración contenida. El humo del cigarrillo se elevó lento, formando un halo gris que se disolvió en el aire. Y por primera vez en mucho tiempo, el silencio le dolió más que el miedo.

La grieta que sangra

La lluvia comenzó a caer al mediodía. Orfeo no había salido del dormitorio, y Álex no había tocado su comida.
Ambos se refugiaban en un mutismo obstinado que solo servía para agrandar la distancia. A media tarde, Orfeo abrió la puerta lentamente..Tenía los ojos cansados, el cabello despeinado. Se acercó a Álex, que seguía frente al ventanal, como un prisionero del amanecer eterno.

—No puedo vivir así — susurró — No puedo amarte si me ves como a un enemigo.
Álex no se movió.

—Yo tampoco sé cómo detener esto.

Orfeo lo miró con ternura, pero también con tristeza.

—El poder no te está protegiendo, Álex. Te está matando por dentro.

Finalmente, Álex giró hacia él. Su expresión era la de un hombre que había perdido todas las batallas, incluso la interior.

—No sé cómo volver a ser quien era.

Orfeo se acercó, lo tomó de las manos.

—Entonces deja que te recuerde.

Lo abrazó. Al principio, Álex se mantuvo rígido, pero lentamente, el muro cayó. Apoyó la cabeza en el hombro de Orfeo, y un sollozo silencioso escapó de su garganta.
Era un llanto contenido durante demasiado tiempo.

—Lo arruiné todo —susurró.

—Aún no. Pero si sigues desconfiando de mí, sí lo harás.

El aire se llenó de esa tensión emocional que solo puede existir entre dos almas heridas que todavía se aman. Álex lo besó con fuerza, con la desesperación de quien teme perderlo todo, y Orfeo respondió con el alma. En ese instante, entre la lluvia y el temblor, recordaron lo que los unía antes de que el miedo los separara.

La voz tras la pared

Esa noche, cuando finalmente se durmieron juntos, la cámara de seguridad del pasillo volvió a encenderse sola.
Una figura apareció frente a la lente, cubierta con un abrigo oscuro..Dejó un sobre en el suelo y lo empujó por debajo de la puerta del ático. En el interior, una sola nota escrita con tinta negra:

Orfeo no es quien dice ser.

La cámara registró el momento exacto en que la figura se marchó, pero el rostro quedó oculto. Solo una mano quedó a la vista: Una mano con un anillo dorado. El mismo anillo que Álex había visto una vez en la fotografía del difunto Alaric De Vries.

El amanecer siguiente los despertó con el timbre del sobre cayendo del escritorio. Álex lo abrió. Sus ojos se abrieron con horror. Orfeo se incorporó, confundido.

—¿Qué ocurre?

Álex lo miró sin responder. En su mano, el papel temblaba.
Y en su mirada, el miedo había regresado con más fuerza que nunca




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