El Amargo Secreto

El Latido del Tiempo

El reloj de bolsillo permanecía sobre la mesa, mudo. La aguja seguía detenida en las tres y veinte, la hora exacta en que Álex lo había encontrado. La inscripción grabada aún ardía en su mente:

A mi querido Orfeo. Para que nunca olvides quién eres.

El mensaje lo había perturbado más de lo que quiso admitir, pero no permitió que el miedo lo dominara. Esta vez, no habría secretos entre ellos.

La revelación

Orfeo despertó con el murmullo de la lluvia en los ventanales. El aire del amanecer tenía un aroma distinto, una tensión nueva, como si algo invisible aguardara en el silencio. Al girarse, vio a Álex sentado junto al escritorio, observando el reloj.

—No estás trabajando —murmuró Orfeo, con voz adormecida.

—No podía. —Álex levantó la vista. Su mirada, serena pero tensa, lo atrapó de inmediato— Anoche encontré esto.

Le tendió el reloj. Orfeo lo tomó entre las manos, desconcertado.

—¿De dónde salió?

—Estaba en nuestra habitación. Sobre la mesa de noche. No lo traje yo, y sé que tú tampoco lo hiciste.

Orfeo lo giró, observando la inscripción con un leve temblor en los dedos. Al leer su propio nombre grabado, se quedó sin aliento.

—¿Para que nunca olvides quién eres?

Álex asintió.

—Y justo después… se detuvo.

—¿Crees que sea otra amenaza? —preguntó Orfeo con un hilo de voz.

—No lo sé. Pero no quiero esconderte nada.
Álex se acercó y lo tomó de las manos— No voy a dejar que esto nos divida, Orfeo. No voy a caer en su juego.

El tono era calmo, pero firme. La determinación en su voz tenía la fuerza de un juramento.

—Ya no me importa quién lo envió ni qué buscan —continuó— Solo me importa proteger lo que amo. Mi fortuna, mi poder, mi imperio, todo eso es solo un escudo. Lo único que realmente me pertenece eres tú.

Orfeo sintió cómo se le quebraba el alma en el pecho. Las lágrimas se acumularon en sus ojos sin permiso.

—Álex… yo…

Él no lo dejó habla r.Lo abrazó, fuerte, hundiendo el rostro en su cuello.

—No quiero verte temblar nunca más —susurró— Ya sobrevivimos a demasiadas sombras. Esta no será diferente.

El peso del pasado

Durante horas, revisaron cada rincón del ático.
Nada fuera de lugar. El reloj parecía un objeto inofensivo, una pieza antigua sin valor más allá del grabado. Pero a medida que la tarde caía, Orfeo se sentía cada vez más inquieto.

—Hay algo en este reloj… algo que me resulta familiar —dijo, mirando el objeto con el ceño fruncido.

Álex, que estaba sirviendo café, lo observó en silencio.
—¿Lo habías visto antes?

Orfeo tardó en responder.

—No lo sé. Es extraño… hay fragmentos en mi mente, imágenes sueltas. Una habitación antigua… un hombre de espaldas… y ese sonido… el tictac.

—¿Crees que tenga que ver con tu pasado? —preguntó Álex, con voz baja.

Orfeo se encogió de hombros.

—Tal vez. Pero si lo tuviera, ¿por qué ahora? ¿Por qué después de todo lo que pasamos?

Álex se acercó, dejando la taza a un lado.

—Porque quien está detrás de esto sabe perfectamente que no puede tocar mi dinero, ni mis empresas, ni mi poder. Así que intenta tocarte a ti.

Orfeo lo miró a los ojos. La seguridad de Álex lo conmovía. En su tono no había rabia ni miedo, solo amor.

La promesa

—No voy a dejar que te usen —dijo Álex, rozando su mejilla con la mano.

—Y yo no voy a dejar que te destruyan por protegerme —replicó Orfeo, con los ojos humedecidos— Ya no soy el chico asustado que conociste.

Álex sonrió apenas.

—Lo sé. Pero eso no cambia el hecho de que eres lo más importante que tengo.

El beso que siguió fue lento, sincero. No hubo pasión desbordada ni urgencia, solo una profunda calma, la certeza de que su amor era un refugio en medio del caos..Cuando se separaron, Orfeo apoyó la frente contra la suya.

—¿Qué haremos con el reloj?

—Nada —respondió Álex—. No vamos a destruirlo, ni ocultarlo. Vamos a guardarlo aquí, en nuestro hogar, y cada vez que lo miremos recordaremos que nadie más controla nuestro tiempo.

Las palabras de Álex resonaron como un juramento eterno.

El eco del reloj

Esa noche, el reloj descansaba sobre la repisa, junto a una fotografía de ambos en la playa. La casa estaba en silencio. Solo el viento golpeando las ventanas. Hasta que, de pronto, el reloj comenzó a latir. No como un mecanismo antiguo, sino como un corazón.

Tic… tac…
Tic… tac…

El sonido llenó la habitación con una cadencia extraña, viva, como si respondiera a los latidos de Orfeo mientras dormía. Álex, medio despierto, abrió los ojos. El reloj brillaba tenuemente, un reflejo dorado en la oscuridad. Se levantó con cuidado, lo tomó y lo sostuvo frente a la luz. El segundero se movía… pero no marcaba horas. Marcaba nombres. Y el único visible en ese instante era uno solo:

Orfeo Archer.

El brillo se apagó..El reloj volvió a detenerse.
Álex permaneció quieto, el corazón en un puño. Sabía que el reloj no buscaba su fortuna, ni su poder. Buscaba el alma de Orfeo. Y ese, era el único tesoro que jamás permitiría que nadie tocara.




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