A mi querido Orfeo. Para que nunca olvides quién eres.
El metal frío reflejaba la luz débil del sol naciente..Era hermoso, antiguo… pero fuera de lugar..Una pieza de otra época, ajena a su mundo, a su vida, a su mansión..Y, sin embargo, estaba ahí.
Orfeo dormía aún, con el rostro tranquilo, ajeno a la inquietud que lo rodeaba..Álex, sentado junto a la cama, lo observaba con ternura y una punzada de temor..Nada en el mundo podría convencerlo de que ese reloj había aparecido por casualidad.
El peso del silencioA media mañana, Orfeo despertó..El aroma a café llenaba la habitación, y sobre la bandeja del desayuno descansaba el reloj..Al verlo, frunció el ceño.
—¿Qué es eso? —preguntó, con voz somnolienta.
Álex lo miró directo a los ojos.
—Eso quería preguntarte yo.
Orfeo se incorporó lentamente, tomando el reloj entre los dedos. Apenas lo tocó, un temblor leve recorrió su mano..El color desapareció de su rostro.
—¿Qué pasa? —insistió Álex, acercándose— ¿Lo reconoces?
Orfeo tragó saliva, intentando ordenar los recuerdos que se agolpaban como fragmentos dispersos.
—Creo que sí… o tal vez no. —Cerró los ojos—. Siento que lo he visto antes, pero no sé dónde.
Álex notó cómo su voz se quebraba..Le tomó la mano con suavidad.
—No te esfuerces. Si es algo del pasado, saldrá solo.
Orfeo asintió, respirando hondo, intentando calmar el nudo en su pecho..El reloj permanecía entre ambos, como un testigo silencioso.
Huellas del pasadoDurante el desayuno, Álex habló con franqueza..Le contó todo: la grabación, la figura encapuchada, la palabra herencia, el correo sin remitente. Cada detalle, sin omitir nada..Orfeo escuchaba en silencio, los ojos fijos en la taza de café..Cuando Álex terminó, lo miró con una mezcla de miedo y ternura.
—Gracias por decírmelo. —Su voz era apenas un susurro— Pero no quiero que vuelvas a perder el sueño por esto.
Álex soltó una breve risa sin humor.
—Eso es imposible. Si hay algo que aprendí, es que los enemigos nunca atacan donde uno espera.
—¿Crees que me quieren usar contra ti?
—No lo creo, Orfeo. Lo sé. —Sus ojos dorados se encendieron con la determinación de un hombre que ya no se permitía la duda— Por eso necesito que confíes en mí.
—Siempre confío en ti —respondió él, sin vacilar.
Álex se inclinó, le acarició la mejilla y le besó los labios con una ternura que contrastaba con la tensión que los rodeaba.
—Entonces enfrentaremos esto juntos.
La búsquedaEsa tarde, Álex llamó a su asistente personal, Cécile, desde su despacho.
—Necesito un informe completo sobre el reloj de plata que envié por correo esta mañana —ordenó—. Fecha de fabricación, procedencia, cualquier rastro de propiedad o registro de venta.
—¿Es un regalo, señor De Vries? —preguntó ella al otro lado de la línea.
—No —respondió con frialdad— Es una advertencia.
Colgó sin agregar más.
Cuando regresó a la sala, Orfeo lo esperaba junto al ventanal, con el reloj en la mano.
—Fui al balcón —dijo, sin girarse— Tenía la sensación de que alguien me observaba desde abajo.
Álex se acercó, colocando su mano sobre su hombro.
—¿Viste a alguien?
—No. Solo sombras.
—Entonces déjalas ahí. No las traigas contigo.
Orfeo se giró para enfrentarlo.
—¿Y si las sombras vienen por mí?
Álex sonrió apenas, esa sonrisa segura que mezclaba ternura y fuego.
—Entonces que intenten. Pero tendrán que pasar por mí primero.
Entre la calma y la tormentaEsa noche, París dormía bajo un cielo despejado.
La ciudad parecía en paz, pero el interior del ático era una prisión de pensamientos. Álex no dejaba de revisar los correos, buscando alguna pista. Nada. Hasta que su teléfono vibró. Era un mensaje de Cécile.
Reloj fabricado en 1897 por un orfebre suizo. Encargo privado. Último propietario registrado: A. V. Moreau.
Álex frunció el ceño. Ese apellido… Moreau. No le sonaba del todo ajeno.
Al buscar entre los registros antiguos del consorcio De Vries, lo encontró. Una vieja carpeta marcada con ese nombre, fechada décadas atrás. El documento estaba incompleto, pero una línea resaltaba en tinta desvaída:
Proyecto Orfeo — Confidencial.
El aire pareció congelarse.
El latido del misterioA medianoche, Álex cerró la carpeta con un golpe seco.
Orfeo, medio dormido, se sobresaltó.
—¿Qué pasa? —preguntó con la voz ronca.
Álex lo observó unos segundos, intentando decidir si debía contarle. Pero el miedo a inquietarlo pudo más.
—Nada, amor. Solo trabajo —mintió, acariciándole el cabello.
Orfeo sonrió débilmente, cerrando los ojos.
—Prometiste no perder el sueño…
—Lo sé. —Le besó la frente—. Duerme.
Orfeo se durmió enseguida, confiado, aferrado a su brazo. Álex esperó a que su respiración se volviera lenta. Entonces, con la otra mano, volvió a abrir la carpeta. Sacó una vieja fotografía en blanco y negro: un grupo de hombres frente a un laboratorio..Entre ellos, un rostro más joven, de ojos celestes y sonrisa familiar. En el reverso, una inscripción temblorosa:
A. V. Moreau — París, 1897. Proyecto: Reencuentro.
Y debajo, garabateado con otra letra, casi borrada:
Orfeo.
El corazón de Álex se detuvo un segundo. No entendía. No quería entender. Pero algo, en el fondo de su alma, le decía que ese reloj no era un mensaje cualquiera. Era un recuerdo que alguien había querido devolver. Y que el verdadero misterio no estaba en su herencia sino en Orfeo.
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Editado: 28.10.2025