El Amargo Secreto

Bajo la Misma Herencia del Amor

El amanecer volvió a llegar con la promesa de un día cualquiera, pero nada era común desde la aparición de aquel reloj. La ciudad parecía respirar con la misma tensión que Álex sentía en el pecho: una mezcla de temor y esperanza. El reloj descansaba sobre la mesa del comedor, mudo, brillante, como si vigilara cada palabra que se dijera entre ellos.

Álex lo miraba mientras sostenía la taza de café. Orfeo, frente a él, fingía leer el periódico, aunque sus ojos estaban vacíos, ausentes. El silencio entre ambos no era distancia: era contención. Ambos sabían que algo había cambiado, pero también sabían que el amor que los unía era más fuerte que cualquier sombra del pasado.

La decisión de no mentirse más

—Orfeo —rompió Álex con voz baja—, hay algo que debo contarte.

El joven alzó la vista, con ese gesto que siempre mezclaba curiosidad y miedo.

—¿Qué ocurre?

Álex dejó la taza a un lado, respiró hondo y colocó sobre la mesa la vieja carpeta marcada con el nombre A. V. Moreau.

—Ayer encontré esto entre los registros antiguos del consorcio. —Sus dedos se detuvieron sobre el papel amarillento— Tenía tu nombre escrito.

Orfeo frunció el ceño, desconcertado.

—¿Mi nombre?

—Sí. —Abrió la carpeta y le mostró la fotografía.

Los dos hombres de pie junto a un laboratorio. Uno de ellos era Alaric, el difunto esposo de Álex. Y el otro tenía la misma sonrisa y los mismos ojos celestes que Orfeo.

Orfeo se quedó helado.

—Esto no puede ser.

Álex lo observó en silencio, dejando que el peso del descubrimiento cayera entre ambos. Luego se levantó y rodeó la mesa para ponerse a su lado.

—No sé qué significa —dijo con suavidad— pero no pienso investigar solo. Si hay algo en tu pasado que desconoces, lo averiguaremos juntos.

Orfeo apretó los labios, conteniendo una mezcla de vértigo y alivio.

—¿Y si no te gusta lo que encontremos? —preguntó, en un hilo de voz.

Álex sonrió con dulzura, acariciándole la mejilla.

—Te amé cuando no sabía quién eras, y te amaré aunque el mundo me diga lo contrario. No hay pasado que pueda cambiar eso.

Orfeo no pudo contener las lágrimas.
Se aferró a él, hundiendo el rostro en su pecho. El abrazo fue largo, tierno, un refugio silencioso contra todo lo incierto.

Ecos del pasado

Esa tarde, decidieron visitar el archivo histórico del consorcio. Era un edificio antiguo, con pasillos fríos y el eco de pasos que parecían arrastrar siglos. Mientras Álex revisaba las cajas etiquetadas como Moreau, Orfeo caminaba entre estanterías de madera, tocando los lomos de los viejos libros con la yema de los dedos.

De pronto, un olor familiar lo envolvió: cuero, polvo y un leve aroma metálico. Se detuvo frente a una vitrina. Dentro, un cuaderno cerrado con una cinta de terciopelo azul. El cartel indicaba:

Laboratorio Moreau, París, 1897.

Orfeo alzó la mano temblorosa y la apoyó sobre el cristal. Una punzada en el pecho lo obligó a retroceder. Imágenes difusas comenzaron a cruzarle la mente: luces blancas, voces distantes, un hombre sonriendo y entregándole un reloj idéntico al suyo. Su respiración se aceleró.

—¡Orfeo! —La voz de Álex lo devolvió al presente. El rubio corrió hacia él, preocupado. —¿Qué pasa?

Orfeo lo miró con los ojos vidriosos.

—Lo recordé, Álex… ese reloj. —Se llevó una mano al corazón— Me lo dieron aquí. En este lugar.

—¿Quién te lo dio?

—No lo sé. No puedo ver su rostro, solo su voz y decía mi nombre, una y otra vez.

Orfeo, recuerda quién eres.

Álex lo sostuvo por los hombros.

—Tranquilo. No estás solo. No importa quién lo hizo, ni por qué. Lo enfrentaremos juntos.

El temblor de Orfeo se detuvo lentamente, como si la sola presencia de Álex lograra calmar los demonios que despertaban en su memoria.

Amor como ancla

De regreso en casa, el ambiente volvió a llenarse de calma..La chimenea crepitaba, la luz cálida bañaba la habitación, y el reloj descansaba sobre la repisa. Álex y Orfeo se sentaron frente al fuego, uno junto al otro. El silencio era diferente ahora: más íntimo, más humano. No había miedo, sino una complicidad profunda, la de dos hombres que habían sobrevivido a demasiadas tormentas.

—¿Sabes? —susurró Orfeo— Durante mucho tiempo tuve miedo de no ser suficiente para ti.

—¿Por qué dices eso?

—Porque tú tienes un mundo entero en tus manos, y yo solo tengo un corazón que late por ti.

Álex rió suavemente, sin ironía, con ternura pura.

—Entonces lo tienes todo, porque mi mundo también late contigo.

Orfeo se inclinó y lo besó. El beso fue lento, profundo, sin urgencia. Una promesa más fuerte que cualquier juramento.nCuando se separaron, Álex le acarició el rostro.

—Sea lo que sea lo que ese reloj signifique, no me importa. Solo me importa esto. Tú y yo. Nuestra vida. Nuestro amor.

Orfeo asintió con una sonrisa emocionada.
Por primera vez, no sintió miedo del pasado.

El latido oculto

Ya entrada la noche, mientras Orfeo dormía abrazado a él, Álex se levantó para apagar el fuego. El reloj, sobre la repisa, emitió un leve clic. La tapa se abrió sola, dejando ver las agujas moviéndose hacia atrás. Por unos segundos, el tic-tac resonó más fuerte que nunca. Y luego, una inscripción invisible apareció en el interior del metal, grabándose lentamente, como escrita por una mano invisible:

La herencia no está en lo que se posee, sino en lo que se ama.

Álex lo leyó con el corazón en un puño.
Miró hacia Orfeo, que dormía tranquilo entre las sábanas, y entendió. Aquello no era una advertencia. Era un mensaje.

Una prueba de que el pasado los había marcado, sí, pero también de que el verdadero legado de Alaric no era su fortuna ni sus empresas, sino haber puesto en el camino de Álex al único amor de su vida.




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