El Amargo Secreto

El Recuerdo De Alaric

El viento soplaba con suavidad sobre los jardines del ático parisino. Las primeras hojas del otoño caían sobre el balcón, tiñendo el aire con ese aroma dulce y melancólico que anunciaba el cambio de estación. Álex permanecía sentado junto al ventanal, el reloj de plata entre las manos, girándolo lentamente como si en el movimiento de sus agujas pudiera descifrar una verdad oculta.

Orfeo, desde la cocina, preparaba té. Su voz se escuchaba a lo lejos, cálida y doméstica, pero la mente de Álex estaba anclada en otro tiempo. El archivo que había recibido la noche anterior confirmaba lo que temía: aquel reloj no era una amenaza. Era una reliquia. Un objeto creado por Alaric De Vries poco antes de morir. Y con esa revelación, los recuerdos empezaron a despertar, uno por uno, como páginas que el alma volvía a abrir.

El recuerdo del invierno

Fue un invierno blanco y silencioso, en una villa de Lucerna, cuando Alaric aún vivía. El fuego ardía en la chimenea, y la nieve se acumulaba en los ventanales como una cortina de cristal. Álex recordaba su sonrisa: tenue, cansada, pero llena de ternura. Alaric estaba enfermo, pero su mente seguía lúcida, brillante, apasionada por su trabajo y por él. Lo miraba como quien contempla un milagro, sin atreverse a tocarlo demasiado por miedo a romperlo.

—Prométeme que serás feliz —le dijo esa noche, mientras el fuego proyectaba sombras doradas sobre sus rostros.

Álex apartó la vista, incómodo. No sabía cómo responder a un amor que no podía devolver.

—Lo intentaré —susurró.

Alaric rió con suavidad, esa risa grave que sonaba a resignación.

—Eso no es una promesa, Álex.

Él lo miró, y sus ojos reflejaron la sinceridad de su alma.

—No puedo prometerte amor, no el tipo de amor que mereces. Pero te prometo que cuidaré todo lo que dejaste. Tus proyectos, tu imperio y tu memoria.

Alaric bajó la cabeza, con una sombra de tristeza en la sonrisa.

—Lo sé. Y eso basta.

Se acercó, tomó su mano y la llevó a su pecho.

—El amor no siempre se mide por correspondencia, Álex. A veces amar es saber cuándo dejar ir.

Esa fue la última vez que lo vio sonreír.

Entre dos mundos

De regreso al presente, Álex acarició el reloj, sintiendo el peso de aquellas palabras. No había sido un simple obsequio. Era un símbolo. Un legado de afecto que sobrevivía al tiempo y a la muerte. Orfeo entró en la habitación con dos tazas de té. Lo miró y comprendió sin preguntar. Había lágrimas contenidas en los ojos dorados de Álex, y un brillo nuevo: el de alguien que acababa de hacer las paces con su pasado.

—Era de él, ¿verdad? —preguntó con voz baja.

Álex asintió.

—Sí. Alaric lo mandó fabricar antes de morir. Dijo que el reloj debía encontrarme cuando mi corazón volviera a latir por alguien.

Orfeo lo miró sorprendido.

—¿Y crees que…?

Álex sonrió con dulzura.

—Creo que él sabía que, cuando eso pasara, esa persona serías tú.

El silencio se volvió tierno. Orfeo dejó la taza sobre la mesa y se acercó hasta abrazarlo.

—Él te amaba, ¿verdad?

—Con locura —respondió Álex, sin vergüenza — Pero yo no podía devolverle ese amor. Lo quise mucho, le tuve un cariño inmenso. Pero mi corazón siempre le perteneció a alguien más.

Orfeo levantó la vista, con los ojos humedecidos.

—¿A mí?

—A ti —dijo Álex, acariciando su rostro — Desde antes de saberlo. Desde antes de encontrarte.

El amor que trasciende

Ambos permanecieron así un largo rato, abrazados, compartiendo el calor que solo los corazones que se reconocen pueden generar. La lluvia comenzó a caer de nuevo, golpeando los cristales con ritmo constante. El reloj, sobre la mesa, marcaba las once en punto. Orfeo habló en voz baja:

—A veces pienso que Alaric sabía más de nosotros de lo que imaginamos.

—Puede ser —respondió Álex, sonriendo con cierta tristeza— Quizá siempre supo que este amor era inevitable.

Se quedaron en silencio. El fuego crepitó, llenando el aire con ese aroma a madera quemada que trae consigo la calma. Por primera vez, Álex no sintió culpa al recordar a Alaric. El amor que no pudo darle había madurado con los años en gratitud y respeto. Y el amor que sentía por Orfeo, en cambio, lo envolvía con fuerza, con verdad, con vida.

—Te amo —dijo, rompiendo el silencio.

Orfeo lo miró y, antes de responder, lo besó. Fue un beso suave, sincero, lleno de promesas mudas.

—Y yo a ti — susurró contra sus labios — Por encima de todo.

El mensaje final

Esa noche, cuando Orfeo se durmió abrazado a él, Álex dejó el reloj sobre la mesa y apagó la lámpara. La habitación quedó en penumbra. El tic-tac llenó el aire..De pronto, las agujas se detuvieron y un pequeño compartimento oculto en el interior del reloj se abrió solo. Dentro había un papel doblado, amarillento por los años.
Álex lo tomó con las manos temblorosas. Reconoció la letra de Alaric.

Para Álex. Si alguna vez encuentras este mensaje, significa que ya no temo morir. Porque sé que has encontrado aquello que yo nunca pude darte: un amor que te devuelva la mirada.

Una lágrima rodó por la mejilla de Álex. Miró hacia Orfeo, que dormía plácidamente, ajeno al milagro silencioso que acababa de ocurrir. Cerró el papel, lo guardó en el reloj y lo colocó junto a la cama. Por primera vez en mucho tiempo, sonrió sin culpa. Pero justo antes de dormirse, el teléfono vibró sobre la mesa de noche. Un mensaje nuevo, sin remitente:

Tu amor por él no te salvará, Álex. Esta vez, será su herencia la que lo condene.

Álex lo leyó, sintiendo cómo la paz recién hallada se desvanecía como el humo. Miró a Orfeo dormir, y un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza. La historia de Alaric había terminado, pero la de Orfeo acababa de empezar.




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