Al llegar a la habitación principal, lo vio sentado frente a la ventana, con la mirada perdida en el jardín. La lluvia, fina y persistente, golpeaba el vidrio como si quisiera entrar. Álex sostenía una taza de té entre sus manos, pero no la bebía. Sus ojos dorados parecían vacíos, como si miraran un pasado que solo él podía ver.
—Álex… —murmuró Orfeo con voz suave.
El rubio giró apenas el rostro. Intentó sonreír, pero fue un gesto frágil, tembloroso.
—¿Pudiste dormir algo? —preguntó, evitando su mirada.
—No. —Orfeo dejó el estuche sobre la mesa—. Tenemos que hablar.
El silencio cayó entre ellos como una pared invisible. Álex apretó la taza con fuerza.
—Encontraste algo, ¿verdad?
Orfeo asintió.
—Sí. En el sótano. Un video que Alaric había escondido.
El nombre del difunto esposo bastó para que Álex se tensara por completo. El color se le escapó del rostro.
—¿Un… video?
Orfeo dio un paso hacia él.
—No quiero lastimarte, Álex, pero lo vi. Lo vi todo.
El temblorÁlex dejó la taza sobre la mesa con manos temblorosas.
El leve tintineo de la porcelana se mezcló con el sonido lejano de los truenos.
—No… —susurró—. No debiste verlo.
—Tenía que hacerlo —respondió Orfeo con voz firme, pero dulce— Tenía que entender lo que realmente viviste.
El rubio se cubrió el rostro con las manos. Un sollozo escapó de sus labios antes de poder contenerlo.
—No sabes cuánto me duele recordarlo… — dijo entre lágrimas — Cada noche con él era una condena que fingía no sentir. Yo… no podía decir que no, Orfeo. Era mi deber. Y cada vez que cerraba los ojos, tu nombre se me escapaba.
Orfeo se arrodilló frente a él, tomándole las manos.
—Lo sé. Vi cómo temblabas. Vi tus lágrimas. Vi cómo pedías perdón incluso cuando no habías hecho nada malo.
Álex lo miró, avergonzado, con la voz quebrada.
—Me odiaba por no poder amarlo como a ti. Me odiaba por ser su esposo y a la vez seguir siendo tuyo en silencio, en mi mente, en mi corazón.
—No fuiste infiel. —Orfeo le acarició la mejilla— Fuiste valiente. Fuiste fiel a lo que sentías, incluso cuando la vida te obligaba a fingir otra cosa.
El rubio cerró los ojos. El simple contacto de Orfeo bastó para hacerlo temblar aún más.
—A veces pienso que él lo sabía… que por eso me perdonaba todo.
—Lo sabía — confirmó Orfeo — Y te amaba por eso mismo.
Las lágrimas corrieron por el rostro de Álex.
Cada palabra de Orfeo era un bálsamo, pero también una punzada en el alma.
—Cuando él murió —continuó Álex, con voz temblorosa—, sentí alivio… y culpa. Era como si me hubiesen arrancado una cadena, pero al mismo tiempo me hubiese quedado vacío. Yo no lo amaba, pero tampoco lo odiaba. Me había convertido en una sombra, Orfeo.
Orfeo lo abrazó con fuerza, sintiendo el leve temblor de su cuerpo.
—No tienes que justificarte más. Ya lo entendí. Ya lo vi.
Álex se aferró a él como si temiera desaparecer.
—¿Y no me odias por no haberte contado todo?
—No. Te amo más por eso — dijo Orfeo con un tono que temblaba de emoción— Porque a pesar del dolor, seguiste siendo tú. Porque aun en medio del deber, tu corazón seguía siendo mío.
El rubio apoyó la frente contra su pecho. Sus lágrimas mojaron la camisa de Orfeo, pero él no se movió. Solo lo sostuvo, dejando que el silencio dijera lo que las palabras no podían.
La reconciliaciónCuando finalmente se apartaron, Álex parecía un niño. El orgullo, la elegancia, la dureza que había aprendido a usar como escudo, se habían desvanecido. Solo quedaba el muchacho vulnerable, aquel que temblaba por miedo a perder el amor de su vida.
—No sé si podré dejar de sentir culpa —admitió.
Orfeo le acarició el cabello.
—No tienes que hacerlo. Solo prométeme que, a partir de hoy, no volverás a callar nada por miedo a herirme.
Álex asintió, con los ojos aún húmedos.
—Te lo prometo.
—Entonces escucha bien, Álex. — Orfeo tomó su rostro entre las manos — No quiero que vuelvas a temblar por mí. Quiero que vuelvas a ser el hombre que conocí, el que se enfrentó al mundo sin miedo. El que me enseñó que el amor puede salvarnos.
El rubio lo miró con una mezcla de ternura y dolor.
—Ese hombre desapareció hace mucho.
—No —susurró Orfeo, apoyando su frente contra la suya— Solo se escondió y yo pienso traerlo de vuelta.
El silencio se llenó con el sonido de la lluvia golpeando las ventanas. Orfeo lo besó con suavidad, un beso sin prisa, lleno de promesas nuevas. Era como si con ese gesto borrara, al menos por un instante, los fantasmas del pasado.
El renacer de OrfeoHoras después, cuando Álex se quedó dormido entre sus brazos, Orfeo permaneció despierto, observándolo en la penumbra. Su respiración era calma, pero su cuerpo aún se estremecía de vez en cuando, como si las sombras del pasado se negaran a soltarlo del todo. Orfeo acarició su rostro y susurró:
—Ya no estás solo. Ahora soy yo quien te protege.
Luego se levantó, fue hasta el escritorio y tomó el estuche donde guardaba el video. Lo observó por última vez antes de arrojarlo al fuego de la chimenea. Las llamas lo consumieron lentamente, hasta que no quedó más que ceniza. Pero justo antes de que el último fragmento desapareciera, un detalle fugaz lo hizo contener la respiración: una figura en el fondo del video, apenas visible, mirándolos desde la puerta entreabierta. No era Alaric. Ni un sirviente. Era alguien más. Orfeo se quedó quieto, helado, mientras el fuego se reflejaba en sus ojos.
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Editado: 28.10.2025