El Amargo Secreto

El Pacto del Amor y del Fuego

La primavera comenzaba a teñir de verde los jardines de la mansión De Vries. La luz del amanecer se filtraba entre las cortinas de lino, acariciando el rostro sereno de Álex, quien se encontraba frente al gran ventanal del despacho principal. Vestía un traje oscuro, elegante, y en su mirada dorada había algo que imponía respeto: firmeza, autoridad y una calma peligrosa.

Nadie podría imaginar que aquel joven que hablaba con políticos y empresarios con una sonrisa impecable era el mismo que, unas noches atrás, había llorado en silencio en los brazos del hombre que amaba. Ante el mundo, Álex era el heredero intocable del imperio De Vries, el hombre que había sobrevivido al escándalo, a la pérdida y al desprecio de la alta sociedad. Pero solo Orfeo sabía que tras esa fachada se ocultaba un corazón que ardía por protegerlo, por mantenerlo a salvo de todos, incluso de sí mismo.

Las máscaras del día

—Los medios insisten en obtener declaraciones —informó el mayordomo, entrando con una bandeja de correspondencia — Quieren saber si habrá una fusión con los Archer.

Álex arqueó una ceja.

—No habrá ninguna fusión. No negocio con traidores.

El mayordomo asintió con respeto. Sabía perfectamente a quién se refería: a Esteban, el enemigo que seguía moviéndose en las sombras. Álex se giró hacia la ventana, contemplando la ciudad que despertaba a lo lejos.

—Que publiquen lo que quieran —añadió con un tono cortante — Cuanto más crean que estoy tranquilo, más fácil será atraparlo.

Su voz era tan fría como el mármol, pero en sus ojos brillaba algo cálido: determinación. Por dentro, su amor por Orfeo lo mantenía en pie, era su fuerza silenciosa, su razón para continuar jugando aquel juego peligroso de poder y engaño.

El resurgir de Orfeo

Mientras tanto, en el salón principal, Orfeo ensayaba un discurso para una reunión benéfica. Su porte aristocrático había regresado: la voz segura, la espalda erguida, la mirada firme. El hombre que alguna vez fue quebrado por las humillaciones de Damián había desaparecido. Ahora era alguien nuevo, fuerte, libre y decidido. Álex entró sin anunciarse. Lo observó unos segundos desde el umbral. La manera en que Orfeo pronunciaba cada palabra lo llenaba de orgullo. Aquel era el hombre que había amado desde el primer instante, el que jamás se rendía.

—Estás perfecto —dijo, sonriendo con suavidad.

Orfeo se giró, sorprendido.

—¿Desde cuándo estás ahí?

—Desde el momento en que dijiste “dignidad y honor”. Me gusta cómo suena en tu voz.

Orfeo dejó los papeles sobre la mesa y se acercó lentamente.

—No necesito discursos para que confíen en mí. Solo necesito que tú lo hagas.

Álex lo tomó del rostro, con ternura.

—Te confío mi vida. No lo olvides.

El silencio se volvió cómplice. Orfeo apoyó la frente contra la de Álex. En ese instante, no eran el heredero poderoso ni el aristócrata admirado: eran solo dos almas unidas por un amor que había resistido todo.

El acuerdo de los corazones

Esa noche, ambos se reunieron en la terraza, bajo un cielo despejado que prometía un nuevo comienzo. El aire era fresco y olía a tierra mojada. La ciudad, a lo lejos, brillaba con su habitual indiferencia.

—He tomado una decisión — dijo Álex, sirviendo vino en dos copas de cristal— No huiremos más. No viviré con miedo de Esteban ni de nadie.

Orfeo lo miró en silencio. Su expresión era serena, pero había un brillo intenso en sus ojos celestes.

—Y yo he tomado la mía: no volveré a esconderme detrás de tu nombre. Si va a venir por nosotros, que nos encuentre juntos.

Álex alzó su copa y la rozó contra la de él.

—Entonces estamos de acuerdo.

—En todo —afirmó Orfeo, sonriendo con esa elegancia innata que solo él tenía.

El brindis selló algo más que una promesa: un pacto. Un juramento silencioso de amor y de guerra. Nada ni nadie los separaría otra vez.

El eco de las sombras

Pasaron los días. Los periódicos hablaban de negocios, de alianzas, de eventos de caridad. Nadie imaginaba que detrás de aquella aparente calma, dos hombres planeaban cómo resistir un ataque que podía venir de cualquier dirección.

Una tarde, Orfeo recibió un sobre negro. Su corazón se detuvo por un instante, pero al abrirlo no encontró amenazas, sino una invitación:

Cena de gala en honor a los De Vries y Moreau. Hotel Saint-Rémy. Exclusiva.

El remitente era anónimo. Orfeo subió corriendo al despacho.

—Álex, tienes que ver esto.

El rubio leyó la invitación con atención.

—Es una trampa.

—Lo sé —respondió Orfeo con calma—. Pero si no vamos, demostraríamos miedo.

Álex lo observó en silencio. Aquella respuesta era la prueba de cuánto había cambiado: Orfeo ya no temía enfrentarse al mundo. Lo amaba aún más por eso.

—Entonces iremos —dijo finalmente—. Pero a nuestra manera.

El juramento

Horas más tarde, mientras Álex ajustaba su corbata frente al espejo, Orfeo se acercó por detrás y apoyó las manos en su cintura.

—¿Y si esto termina mal? —susurró.

Álex lo miró en el reflejo.

—Entonces que el mundo sea testigo de lo que significa amar sin miedo.

Se giró y lo besó con intensidad, con una pasión que hablaba de destino y de fuego.

—Si alguien intenta separarnos, caerá —dijo con firmeza— Ya no soy el mismo de antes, Orfeo. Y tú tampoco.

Orfeo sonrió apenas..

—Lo sé. Por eso somos imparables.

El sonido del reloj marcó la medianoche. Afuera, una limusina negra esperaba en silencio frente al portón. Y desde el otro lado de la calle, un par de ojos vigilantes los observaban. El nuevo enemigo acababa de hacer su primer movimiento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.