El Amargo Secreto

La Gala del Engaño

El salón Saint-Rémy resplandecía bajo el fulgor de los candelabros de cristal. El perfume de las flores recién cortadas se mezclaba con el murmullo de la aristocracia parisina, esa misma que sabía sonreír mientras afilaba los colmillos detrás de una copa de champán. Los De Vries y los Moreau eran el centro de todas las miradas aquella noche.

Álex, impecable en su esmoquin negro y corbata dorada, caminaba con elegancia al lado de Orfeo, cuyo porte y serenidad recuperada despertaban respeto y admiración.
Juntos eran una imagen imponente: poder y belleza, fortaleza y calma. Parecían invencibles. Pero bajo aquella apariencia de lujo, la tensión vibraba como una cuerda a punto de romperse.

El regreso a la escena

Las luces destellaban sobre los espejos, multiplicando las figuras de los invitados. Los murmullos crecían cada vez que Álex y Orfeo pasaban cerca. Ahí están, decían las voces disimuladas, los hombres que desafiaron a la aristocracia misma.

—Todos los miran —susurró Orfeo, con una sonrisa contenida.

—Que miren —respondió Álex, sin bajar la voz—. Es lo único que saben hacer los cobardes.

El maître se acercó con un aire servicial.

—Señores De Vries, su mesa está lista.

Mientras avanzaban, Álex percibió una sensación extraña.
Una mirada. Fría, punzante, casi física. Giró el rostro con disimulo y lo vio: un hombre de cabello oscuro, traje gris y sonrisa apenas dibujada. Los ojos del desconocido lo siguieron con precisión quirúrgica.

—¿Lo conoces? —murmuró Orfeo, notando el cambio en su respiración.

—No. Pero él sí me conoce.

La emboscada elegante

Durante la cena, la conversación giró en torno a inversiones, fundaciones benéficas y el futuro de Europa”.
Todo sonaba falso, vacío, como un escenario pulido para esconder la podredumbre que había debajo. Álex participaba con respuestas calculadas, mientras Orfeo mantenía su serenidad habitual, su elegancia natural que eclipsaba a todos. Sin embargo, el ambiente comenzó a cambiar cuando el maestro de ceremonias se acercó al estrado con una copa de vino en la mano.

—Damas y caballeros —anunció con voz imponente— esta noche celebramos la unión de dos imperios, pero también el valor de quienes se atreven a amar sin miedo.

El murmullo creció. Las miradas se dirigieron a ellos, a Álex y Orfeo. Álex frunció el ceño. No habían autorizado ningún discurso sobre su relación. Orfeo tomó su mano bajo la mesa, en un gesto sutil de apoyo. El maestro de ceremonias sonrió con una calma que no auguraba nada bueno.

—Permítanme presentar a nuestro invitado especial, un hombre de negocios, un mecenas de las artes, y… un antiguo conocido de la familia De Vries.

La música se detuvo. Y entre aplausos, apareció Esteban.

El rostro del enemigo

El aire se volvió espeso. Cada paso de Esteban resonaba con el eco de una amenaza contenida. Lucía impecable, con su traje azul medianoche, el cabello perfectamente peinado y una expresión que mezclaba arrogancia y serenidad. Se acercó a la mesa principal, sonriendo como si se tratara de una broma privada.

—Qué agradable sorpresa, Álex. Pensé que nunca más me invitarías a una de tus celebraciones.

—Tampoco lo hice — respondió Álex con frialdad — Y sin embargo, aquí estás.

—Digamos que la puerta estaba abierta. —Esteban se giró hacia Orfeo— Qué placer volver a verlo, señor Moreau.

Orfeo no respondió. Su mirada era un filo contenido. Sabía que cualquier palabra fuera de lugar podría arruinarlo todo.

—No entiendo cómo puedes seguir jugando a la familia feliz — continuó Esteban, inclinándose sobre la mesa — Si supieran todo lo que tu esposo te ha ocultado, Orfeo…

Álex se levantó de golpe, derramando parte del vino sobre el mantel.

—¡Basta!

Las conversaciones alrededor se apagaron de inmediato.
Cientos de ojos los observaban. La aristocracia olía el escándalo antes de que estallara.

—Qué pena —suspiró Esteban— Tan impulsivo como siempre.

Se giró hacia la multitud y levantó su copa.

—Brindemos, damas y caballeros, por el amor y por los secretos que lo mantienen vivo.

El salón estalló en un aplauso falso y nervioso. Esteban se retiró con una sonrisa venenosa, dejando tras de sí un silencio que lo decía todo.

La tormenta contenida

Orfeo salió tras él, pero Álex lo detuvo tomándolo del brazo.

—No. Eso es lo que quiere.

—¿Y tú vas a dejar que se burle así?

—No. Pero no pienso darle el espectáculo que busca.

Los dos intercambiaron una mirada cargada de tensión. El dolor, el orgullo y el amor chocaron como dos fuerzas opuestas que solo podían destruirse o fundirse. Orfeo respiró hondo.

—Entonces hagámoslo a nuestra manera.

Esa frase fue la chispa. Ambos salieron discretamente del salón, sin que nadie notara la dureza con que Álex apretaba el puño dentro del bolsillo. Detrás de ellos, los murmullos crecían como fuego entre las sombras.

El espejo roto

En el vestíbulo vacío, Orfeo y Álex se detuvieron frente a uno de los grandes espejos venecianos. Las luces de los candelabros los reflejaban como una sola figura: dos hombres distintos y, al mismo tiempo, idénticos en determinación. Álex levantó la vista. El reflejo de Esteban apareció detrás de ellos, cruzando el pasillo. Sonreía. Llevaba en la mano un sobre sellado con cera negra.

Orfeo lo vio también. Y antes de que pudiera reaccionar, el reflejo del espejo se agrietó de arriba abajo con un sonido seco y escalofriante, como si el cristal hubiese respondido a la tensión que llenaba el aire. Del sobre cayó una foto, que se deslizó por el suelo hasta sus pies. Era una imagen de ambos: Álex y Orfeo, durmiendo juntos, tomada desde dentro de su propia habitación. Orfeo se inclinó lentamente, temblando, y la levantó.




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