El Amargo Secreto

El Contraataque de los Leones

La prensa, las redes y los círculos sociales se habían saturado con titulares sobre la Gala del Escándalo”. Las fotos de Esteban, sonriendo junto a Álex y Orfeo, recorrían los portales financieros y los programas de televisión con el mismo veneno elegante que usaban los aristócratas para destruir reputaciones.

Pero aquella mañana, en la mansión De Vries-Moreau, el aire no olía a derrota.
Olía a fuego. Álex y Orfeo se encontraban frente al ventanal del estudio, la luz del amanecer tiñendo sus rostros de oro y sombra. La cólera y el amor coexistían en el mismo espacio. Esa mezcla, peligrosa y poderosa, los hacía invencibles.

La reunión secreta

—Los medios se alimentan de lo que Esteban les da —dijo Álex con voz firme, observando el periódico—.No lo detendremos callando. Lo detendremos exponiéndolo.

Orfeo lo miró, apoyado contra el escritorio.
Su semblante era sereno, pero sus ojos celestes ardían de determinación.

—¿Y cómo planeas hacerlo sin manchar tu nombre ni el mío? Él ya sabe mover las piezas.

—Entonces lo haremos a su manera —respondió Álex con una sonrisa helada—Pero esta vez las piezas le pertenecerán a otro jugador.

Tomó un dossier cerrado con sello rojo y lo colocó sobre el escritorio.

—Estos son los registros de sus cuentas. Desvíos, sobornos, vínculos con el tráfico de arte. Todo lo que hizo mientras se escondía detrás de su fachada de mecenas.

Orfeo entreabrió el sobre y su expresión se endureció.

—¿De dónde sacaste esto?

—De alguien que le debía a mi difunto esposo más de lo que cree.

Orfeo lo observó un instante.

—A veces me asusta lo que eres capaz de hacer por protegernos.

Álex sonrió, y por un segundo su dureza se quebró en ternura.

—Yo también me asusto. Pero si algo he aprendido, es que el amor no siempre se gana con flores. A veces se gana con pólvora.

La trampa

Esa tarde, mientras París se preparaba para una nueva jornada social, Álex convocó a tres de los periodistas más influyentes de Europa. La reunión fue en un salón privado del Hotel Vendôme. Nadie supo exactamente quién los había invitado, pero la curiosidad pesó más que la prudencia.

Cuando entraron, Álex los esperaba de pie, con el porte de un político y la elegancia de un príncipe. Orfeo estaba a su lado, con la mirada serena pero vigilante.

—Caballeros —dijo Álex, sirviéndoles vino—, lo que escucharán hoy no es una historia de amor ni de escándalo. Es la verdad sobre un hombre que usa el poder para destruir todo lo que toca.

Abrió el dossier y dejó caer sobre la mesa los documentos. Transferencias, fotos, mensajes interceptados. Una red de corrupción que vinculaba directamente a Esteban con empresas fantasma y donaciones ilícitas. Uno de los periodistas lo miró con recelo.

—¿Y por qué ahora, señor De Vries?

—Porque durante años me negué a jugar su juego. Pero ya no —respondió Álex, su voz firme y cortante— No temo a perder reputación. Solo temo perder lo que amo.

Orfeo lo miró entonces con una mezcla de orgullo y emoción contenida. En ese instante comprendió que Álex había dejado de ser el joven herido de antes. Era un líder. Un estratega. Un hombre que no pedía permiso para amar.

La caída del halcón

Dos días después, los periódicos amanecieron con un titular que sacudió a toda la aristocracia:

Esteban Archer: Filántropo o Criminal de Guante Blanco

Las fotos de las pruebas se filtraron. Los analistas comenzaron a hablar. Y mientras los abogados de Esteban intentaban contener el desastre, el hombre en cuestión se recluyó en su mansión, furioso, rompiendo cuanto objeto encontraba a su paso.

—¡De Vries! —rugió, arrojando una copa contra la pared— ¡No sabes con quién te metes!

Su asistente se mantenía en silencio, temblando, mientras los noticieros repetían una y otra vez las palabras del comunicado oficial de Álex:

No existe mayor poder que la verdad, ni mayor crimen que esconderla tras un apellido.

El baile de la victoria

Esa noche, Álex y Orfeo celebraron con una discreta cena en su mansión. No había risas, ni brindis eufóricos. Solo una paz contenida, esa que llega después de sobrevivir al huracán. Orfeo lo miró a la luz de las velas.

—Lo lograste.

—Lo logramos —corrigió Álex, acariciándole la mano— Ya no somos las víctimas de nadie.

El silencio que siguió fue dulce y poderoso.
Ambos sabían que la batalla no había terminado, pero esa noche, al menos, habían ganado una guerra.

—¿Y si él intenta volver? —preguntó Orfeo.

—Entonces sabrá lo que somos capaces de hacer juntos —respondió Álex, su voz convertida en promesa y advertencia.

El amanecer del peligro

La mañana siguiente, un sobre sin remitente llegó a la puerta de la mansión. El mayordomo lo entregó personalmente a Álex, quien lo abrió con calma. Dentro había una sola hoja: una fotografía tomada desde la colina frente a la casa. En ella se los veía a ambos cenando la noche anterior, iluminados por la luz cálida del comedor. Debajo, una frase escrita a mano en tinta carmesí:

La verdad puede destruir, pero el amor también puede ser usado como arma.

Álex alzó la mirada hacia el horizonte, donde el sol apenas despuntaba..Y aunque su rostro seguía sereno, sus ojos ardían con un fuego nuevo.

—Así que aún queda alguien más —dijo con voz baja.

Orfeo apareció tras él, tomándolo del brazo.

—¿Quién?

Álex no respondió..Solo apretó el papel entre sus dedos y murmuró:

—El verdadero enemigo nunca muestra su rostro al principio.

Y en algún lugar, entre las sombras de París, una mujer observaba aquella misma fotografía con una sonrisa de triunfo.




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