El Amargo Secreto

El Diario de las Noches Silenciosas

El sótano de la mansión De Vries-Moreau tenía ese olor inconfundible a tiempo detenido: madera húmeda, tinta antigua y un leve rastro del perfume que alguna vez había usado Alaric. Orfeo bajó las escaleras con una linterna, buscando entre viejas cajas algunos documentos para la próxima donación que Álex planeaba. Pero lo que encontró no estaba en ninguna lista. Era una caja pequeña, forrada en terciopelo azul, con un cierre dorado oxidado por los años.

Dentro, envuelto en un pañuelo de lino, descansaba un cuaderno de tapas de cuero gastadas. En la portada, escrito con la elegante caligrafía de Álex, se leía:

Aquel que amo… perdóname.

Orfeo sintió un nudo en la garganta antes de siquiera abrirlo. El diario olía a tinta y lágrimas.

Las páginas del tormento

15 de enero de 2022
Esta noche volvió a tocarme. Dijo que era su derecho. Y yo no lloré… no porque no quisiera, sino porque ya no tengo lágrimas. Me quedé quieto, mirando el techo, intentando pensar en ti, Orfeo. En tus manos, en tu voz. Pero cada vez que lo hago, me siento más culpable, como si te traicionara pensando en ti mientras él me posee. Perdóname, amor mío. No puedo escapar de esta jaula, y temo que el silencio termine matándome antes que el deber.

Orfeo cerró los ojos un instante, respirando con dificultad. Sus dedos temblaban al pasar la página.

2 de febrero de 2022
Hoy fingí estar enfermo. Dije que me dolía la cabeza, que necesitaba descanso. Alaric me miró con tristeza, y creo que entendió. No me obligó. Pero su mirada… era de alguien que también sufría. Lo odio por eso, por hacerme sentir compasión mientras mi corazón suplica por otro nombre. El tuyo.

Las lágrimas comenzaron a empañar la vista de Orfeo. Cada palabra parecía una daga. Era el dolor de Álex hecho carne, grabado con la tinta de su desesperación.

7 de marzo de 2022
Me miro al espejo y no me reconozco. He aprendido a sonreír con la boca mientras mis ojos gritan. Si la vida me hubiera permitido amarte sin miedo, habría sido feliz. Pero cada noche me recuerda que no soy libre. Y cada amanecer, que sigo vivo solo por la esperanza de volver a verte. Orfeo… si alguna vez lees esto, sabrás que jamás te olvidé. Y que todo lo que soporté fue por no romper la promesa que te hice cuando me besaste por última vez: “No te rindas.

Orfeo presionó el cuaderno contra su pecho, incapaz de seguir leyendo por unos minutos.
El aire se volvió pesado, cargado de impotencia. Ahora comprendía la magnitud del infierno silencioso que Álex había soportado. No había sido infidelidad, ni debilidad, sino una forma de sobrevivir.

La última página

5 de diciembre de 2022
Esta noche lo soñé. Estaba de pie frente a mí, con esa mirada tuya que derriba mis muros. Te pedía perdón. Pero tú solo me abrazabas. No dijiste nada. Y entendí que ese silencio tuyo era amor. No sé cuánto más resistiré. A veces pienso que mi cuerpo sigue aquí solo por costumbre, pero mi alma ya está contigo. Si algún día me encuentras, Orfeo… no me juzgues por lo que hice para sobrevivir. Solo recuérdame como aquel que te amó incluso cuando el amor era pecado.

Las lágrimas de Orfeo cayeron sobre la página, borrando parte de la tinta. Cerró el diario lentamente, respirando entrecortado. Lo sostuvo entre sus manos como si fuera algo sagrado.

—Dios mío, Álex… —susurró con voz quebrada— Todo este tiempo… y nunca dijiste nada.

El eco de sus palabras se perdió entre los muros del sótano. En ese momento, Orfeo sintió que algo dentro de él se rompía y se reconstruía a la vez. El respeto, la compasión y el amor que sentía por Álex alcanzaron un nivel que ya no conocía límites.

El rey del corazón

A la mañana siguiente, el cambio fue sutil pero profundo..Orfeo preparó personalmente el desayuno, ordenó al personal que se retirara y subió con una bandeja al dormitorio. Álex, aún medio dormido, se incorporó sorprendido.

—¿Tú? —preguntó con una sonrisa perezosa— Pensé que habías dejado las sorpresas para mí.

—Hoy quería hacerlo yo —respondió Orfeo, dejándole el café y una flor blanca sobre la bandeja.

Álex lo miró con ternura, aunque confundido.

—¿A qué debo tanto lujo?

Orfeo sonrió, ocultando el temblor de su voz.

—A que te lo mereces. A que ya no quiero que nadie te haga sentir menos que un rey.

Álex rió suavemente, creyendo que era una de sus muestras de cariño habituales. No sospechaba nada. Solo notaba una dulzura nueva en sus gestos: cómo Orfeo lo cubría con la manta, cómo lo miraba al hablar, cómo lo seguía con la mirada cuando creía que no lo veía.

Los días siguientes, Orfeo no dejó que Álex hiciera esfuerzo alguno. Le llevaba flores, lo acompañaba en silencio, lo escuchaba más que nunca. Si discutían, era Orfeo quien cedía primero, temeroso de causarle el más mínimo dolor. Álex, al principio, lo tomaba como simple amor maduro. Pero con el tiempo, comenzó a notarlo.

—Me tratas como si fuera de cristal —dijo una tarde, al salir al jardín— ¿A qué se debe tanta devoción?

Orfeo lo abrazó por detrás, apoyando su mentón en su hombro.

—Porque ahora entiendo todo —susurró con voz temblorosa— Y porque no pienso dejar que vuelvas a sufrir jamás.

Álex lo miró por encima del hombro, intrigado.

—¿Qué entiendes, amor?

Orfeo sonrió con tristeza.

—Nada que necesites revivir. Solo… que todo lo que hiciste, lo hiciste por amor.

Álex no respondió. Solo cerró los ojos, sintiendo las lágrimas quemarle por dentro sin saber por qué.

Y mientras el viento movía las hojas de los rosales, Orfeo juró en silencio que jamás le revelaría el origen de su descubrimiento. El diario seguiría oculto, tal como Álex había ocultado su propio dolor durante años.

La promesa silenciosa




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