Álex se encontraba en el despacho, observando los ventanales empañados por la lluvia. En sus manos, una carpeta con informes y recortes de periódicos. Desde el momento en que vio aquella sombra femenina en el jardín, algo dentro de él no había vuelto a descansar.
No era solo miedo. Era intuición.
La purga silenciosa—No quiero a ninguno de ellos aquí cuando vuelva el sol —dijo Orfeo con voz firme, al borde del control—. Ni al mayordomo, ni a los cocineros, ni a los jardineros. Todos se van.
El jefe de personal, un hombre mayor con años de servicio, lo miró horrorizado.
—Pero, señor… algunos llevan décadas con ustedes.
—Precisamente por eso —replicó Orfeo, mirando el ventanal agrietado—. Nadie externo podría haber dejado esos sobres sin ser visto. Alguien dentro permitió que entraran.
—¿Y si se trató de un descuido? —intentó defender el hombre.
—Un descuido no deja sellos en cera roja y fotografías tomadas desde dentro de la propiedad —respondió Orfeo, cortante—. Se van todos. Hoy mismo.
Álex, desde el umbral de la puerta, lo observaba en silencio. Había aprendido a no interrumpirlo cuando su tono adquiría ese temple.bSabía que no hablaba desde la ira, sino desde la estrategia. Horas después, los pasillos se llenaron de ecos de pasos, de maletas arrastradas, de llantos contenidos. Cuando la última puerta se cerró, la mansión se quedó vacía.bUn silencio absoluto, pesado como una losa, cubrió los corredores. Orfeo respiró con dificultad.
—Ahora sí, no quedará una sola voz que no sea leal a nosotros.
—¿Y si el traidor no era del personal? —preguntó Álex.
Orfeo giró la cabeza.
—¿A qué te refieres?
—A que la mujer que vimos podría ser algo más que una simple intrusa —dijo Álex, pensativo—. Alguien con conexiones. Alguien que conoce mi pasado… y el de Alaric.
La investigación de ÁlexDurante días, Álex se encerró en su estudio con los documentos de su difunto esposo. Papeles financieros, registros de donaciones, archivos de correspondencia. A simple vista, todo era irrelevante, pero Álex sabía leer entre líneas. Era el arte que había aprendido de Alaric: el lenguaje de los silencios. En una carpeta amarillenta encontró una carta nunca enviada, dirigida a alguien llamada Celeste Durand. El nombre le resultó vagamente familiar. Su tono era personal, casi íntimo:
Querida Celeste: si mis sospechas son correctas, pronto no tendré mucho tiempo. Mi enfermedad avanza. Confío en ti para custodiar los documentos hasta que llegue el momento adecuado. Prométeme que, si algo me sucede, no los entregarás hasta que Álex haya encontrado la verdad sobre lo ocurrido en el laboratorio.
Álex sintió un estremecimiento recorrerle la piel. El laboratorio. Aquel nombre volvía a aparecer, como un eco que se negaba a morir. Buscó en la base de datos familiar y en registros públicos. Celeste Durand era una bióloga, compañera de Alaric en un antiguo proyecto de investigación sobre genética humana y longevidad. Pero lo más alarmante era que figuraba como desaparecida hacía tres años hasta que una imagen capturada por las cámaras de seguridad del jardín reveló su rostro bajo la lluvia. La mujer que había estado vigilándolos era Celeste Durand.
El regreso de la lealtadMientras Álex intentaba comprender el vínculo de esa mujer con el pasado de su esposo, Orfeo reorganizaba el corazón mismo de la mansión..El nuevo personal llegó dos días después: hombres y mujeres formados en seguridad privada, antiguos agentes con lealtad comprobada. Cada uno fue investigado a fondo, y todos sabían que no trabajaban para un aristócrata cualquiera, sino para un hombre que había sobrevivido al fuego y al escándalo.
—Nadie entra ni sale sin mi autorización —ordenó Orfeo— La propiedad ahora está bajo un perímetro digital. Cámaras ocultas, sensores de movimiento, y guardias en los accesos secundarios.
Álex lo observaba mientras hablaba con los nuevos jefes de seguridad..Aquella nueva versión de Orfeo más fría, calculadora, protectora hasta la obsesión le resultaba tan fascinante como inquietante.
—¿Crees que es necesario tanto despliegue? —preguntó él con una sonrisa leve.
Orfeo se giró, sus ojos brillando con intensidad.
—Después de lo que encontré en el sótano, sí. No pienso arriesgar lo que amo.
Álex guardó silencio. No sabía qué había en esas palabras que lo hacía estremecer, una mezcla de consuelo y presagio.
Descifrando a CelesteEsa noche, Álex reunió todo el material sobre Celeste Durand. Imprimió artículos antiguos, registros médicos, entrevistas olvidadas. Cada línea la retrataba como una mujer brillante, idealista… pero también obsesionada con la idea de que la muerte podía ser engañada.
Entre los archivos encontró algo aún más perturbador:
un retrato fotográfico, enmarcado con delicadeza, donde Celeste posaba junto a Alaric. El detalle que paralizó a Álex fue el fondo de la imagen. Detrás de ellos, el mismo ventanal que hoy daba al jardín de su mansión.
—Ella estuvo aquí —murmuró con horror—. Antes que yo.
Orfeo entró en ese momento, sosteniendo dos copas de vino.
—¿Qué dijiste?
Álex le mostró la fotografía..Orfeo la tomó, examinándola a contraluz.
—Entonces no solo conocía a Alaric… vivió en esta casa.
—Y ahora volvió —dijo Álex, en voz baja, con un brillo gélido en los ojos— Pero no para buscar venganza… sino algo más.
—¿Qué cosa?
—Lo que Alaric ocultó antes de morir. Algo que ni siquiera yo logré encontrar.
La huella de la intrusa
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Editado: 28.10.2025