El eco metálico de una alarma interrumpió el silencio. Los sensores de movimiento se habían activado en el ala norte. Orfeo, que revisaba unos informes en su despacho, se levantó de inmediato.
—¡Cámaras, ahora! —ordenó con voz cortante.
En la pantalla apareció una figura femenina vestida de negro intentando forzar la entrada principal. Un segundo después, los guardias ya la habían rodeado. No hubo resistencia, solo una sonrisa altiva en el rostro de la mujer antes de ser arrastrada hasta el interior.
La capturaCeleste Durand fue llevada a la rastra por dos guardias armados hasta el gran salón de mármol. La lluvia resbalaba por su cabello oscuro, y su mirada, fría y calculadora, se clavó primero en Orfeo y luego en Álex, que aguardaban de pie frente al ventanal.
—Así que… el nuevo amo y señor de la mansión De Vries —dijo con un tono burlón— Y el muchachito dorado que heredó un imperio que jamás le perteneció. Qué ironía.
Orfeo se adelantó de inmediato, los ojos encendidos de furia.
—Cierra la boca —gruñó— Estás en propiedad privada. No tenés idea de lo que hiciste al volver aquí.
Celeste sonrió.
—Al contrario, Orfeo sé exactamente a dónde vine. Esta era mi casa antes que la tuya.
Álex frunció el ceño, dando un paso al frente.
—¿Qué estás diciendo?
—Que Alaric y yo compartimos esta mansión mucho antes de que tú existieras en su vida —respondió ella con una calma provocadora— El personal de servicio me conocía, me respetaba… y cuando regresé, simplemente me dejaron pasar. No hubo traición, solo fidelidad. Ellos me consideraban parte de esta casa, aunque ustedes me creyeran un fantasma.
Un silencio gélido se apoderó del lugar. Las palabras de Celeste eran cuchillos..Orfeo se acercó con paso firme y la tomó del brazo con violencia.
—¿Fidelidad? ¡Tú profanaste el recuerdo de un muerto y te atreves a irrumpir en la casa de su esposo! —gritó— No merecés respirar el mismo aire que él.
Celeste lo miró con desprecio.
—¿Y tú quién eres para decidirlo? Un hombre que vive a la sombra de otro. El difunto Alaric aún domina tu vida, aunque no quieras admitirlo.
Fue entonces cuando la rabia lo cegó..El sonido de la cachetada resonó con brutalidad en la sala. Celeste cayó de rodillas, su mejilla marcada por el golpe.
—¡Orfeo! —gritó Álex, corriendo hacia ella—. ¡Basta!
—¡No! —replicó él, con el pecho agitado—. No permitiré que siga envenenándote con mentiras. ¡Esa mujer no merece compasión!
—¡Y yo necesito saber la verdad! —gritó Álex, con lágrimas contenidas en los ojos — ¿No lo entiendes? No puedo seguir huyendo del pasado, ni del mío ni del de Alaric. Él me salvó cuando todos me abandonaron. ¡Le debo saber quién era realmente!
Celeste soltó una carcajada amarga.
—Qué conmovedor… dos hombres peleando por un muerto.
Orfeo la fulminó con la mirada.
—Llévensela —ordenó a los guardias—. A la celda del ala este. Mañana mismo será entregada a las autoridades. Que la justicia se encargue de ella.
Los guardias asintieron y arrastraron a Celeste fuera de la sala. La mujer no opuso resistencia; solo miró por última vez a Álex, susurrando:
—El amor y la ignorancia nunca fueron buenos aliados, querido. Cuando lo sepas todo, tal vez me comprendas… o tal vez me odies.
Las grietas del amorLa puerta se cerró de golpe. El silencio volvió, pero era un silencio lleno de furia contenida. Orfeo caminaba de un lado a otro, respirando agitado.
—No quiero volver a oír su voz. No quiero verla aquí. No voy a permitir que te rompa, Álex.
—¡Pero ya estoy roto! —respondió él con voz temblorosa— Y no por ella, sino por ti. Porque cada vez que intentas protegerme, siento que no confías en mi fuerza.
Orfeo se detuvo en seco. Sus ojos, llenos de culpa, buscaron los de Álex.
—No se trata de fuerza, amor. Se trata de miedo. Miedo a perderte otra vez.
Álex se acercó, con lágrimas silenciosas cayendo por sus mejillas.
—Si querés protegerme, entonces no me encierres en un mundo sin respuestas. Déjame conocerlo todo… incluso si me destruye.
Orfeo bajó la mirada. Sabía que nada que dijera podía detenerlo. Su amor, tan fuerte como el suyo, lo empujaba hacia una verdad que él mismo temía descubrir.
La decisión de ÁlexEsa noche, mientras Orfeo dormía en el sillón del estudio, exhausto por la tensión, Álex se encerró en su habitación..Sobre el escritorio, la lámpara iluminaba el diario de Alaric y una hoja en blanco..Tomó la pluma y comenzó a escribir:
Orfeo, amor mío: no me pidas que siga huyendo. Necesito saber quién fue realmente Alaric, qué secretos guardaba, y qué papel jugó Celeste en todo esto. Si alguna vez sentiste miedo, sabés bien que yo lo conozco también. Pero ya no quiero ser prisionero del pasado ni de tu protección. Si debo enfrentar la oscuridad, lo haré yo solo. No me busques. Volveré cuando tenga las respuestas que ambos necesitamos.
Dobló la carta con cuidado, la dejó sobre el escritorio y la selló con el anillo familiar de Alaric. Luego, se puso un abrigo oscuro, tomó el diario, algunos documentos y salió en silencio por la puerta trasera, donde un guardia dormía sin sospechar nada.
Al cruzar el portón, una figura lo esperaba entre las sombras: Celeste. Liberada, quizá por alguien dentro, o quizá por su propia astucia. Sus ojos se cruzaron, sin palabras.
Él asintió, y ella lo guió hacia el auto que aguardaba oculto entre los árboles.
—¿Estás listo para conocer la verdad? —preguntó ella con una sonrisa que no era del todo cruel, pero tampoco amable.
Álex respiró hondo.
—Sí. Pero si intentás manipularme… te juro que no tendré piedad.
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Editado: 30.10.2025