El Amargo Secreto

La Grieta del Amor

El rugido de los motores se escuchó apenas el auto de Celeste cruzó el portón principal.
Luces rojas y azules se reflejaron sobre la lluvia que caía con fuerza. Antes de que Álex entendiera qué sucedía, varias patrullas policiales bloquearon el camino.

—¡Alto! ¡Bajen del vehículo! —gritó un agente, apuntándoles con una linterna.

Celeste intentó retroceder, pero un oficial abrió la puerta del conductor con violencia. En cuestión de segundos, fue esposada y arrastrada bajo el aguacero.

—¿Qué están haciendo? ¡Yo no…! —comenzó a protestar Álex, confundido.

De entre las sombras, una silueta emergió bajo un paraguas negro.nOrfeo. Su rostro estaba cubierto por una expresión implacable, helada..El hombre que Álex amaba parecía haberse transformado en un extraño.

—Llévensela —ordenó sin titubear— Tiene cargos por fraude, robo y acceso ilegal a propiedades privadas. Que pague por todo lo que ha hecho.

—¡Orfeo! —gritó Álex, intentando avanzar, pero dos guardias lo detuvieron suavemente— ¡No podés hacer esto! ¡Ella… ella sabe cosas sobre Alaric!

Orfeo se acercó, su voz grave, apenas audible bajo la lluvia.

—Y tú sabrás todo lo que necesites… pero no de su boca.

—¿Qué hiciste?

—Lo que debía hacer para protegerte.

El regreso forzado

El trayecto de vuelta a la mansión fue un silencio desgarrador..Orfeo conducía con una rigidez que dolía mirarlo; sus nudillos estaban blancos sobre el volante..Álex, en el asiento del acompañante, observaba por la ventana el reflejo de las luces lejanas, con el corazón latiendo con furia.

La lluvia se mezclaba con sus pensamientos. Sentía que todo lo que había ganado su libertad, su fuerza, su nueva vidavolvía a desvanecerse ante la sombra del control.

Cuando el auto se detuvo frente a la mansión, Orfeo bajó primero y le abrió la puerta, sin mirarlo.

—Estamos en casa.

—No —dijo Álex, con un temblor en la voz— Esto ya no se siente como un hogar.

Orfeo cerró la puerta con fuerza.

—¿Y qué querés que haga, Álex? ¿Dejarte ir otra vez? ¿Ver cómo una mujer con un pasado criminal te arrastra hacia la muerte?

—¡Quiero que confíes en mí! —le gritó, las lágrimas comenzando a caer— No necesito una jaula de oro, necesito tu apoyo. Tu amor no puede ser una prisión.

El eco de esas palabras atravesó el alma de Orfeo como un disparo. Sus labios se movieron, pero no salió ningún sonido.

La caída de Celeste

Mientras tanto, en la comisaría central, Celeste Durand fue arrojada a una celda fría y húmeda. Su rostro seguía marcado por la bofetada de Orfeo, pero su mirada mantenía un brillo extraño: ni derrota ni miedo… sino conocimiento.

Los oficiales la interrogaron durante horas, registrando cada una de sus declaraciones.
Los expedientes antiguos que la involucraban con Alaric fueron desempolvados. Había sido su socia, su amante fugaz y su rival científica. También estaba implicada en desapariciones de testigos, manipulación de datos y uso de fondos para experimentos no autorizados. El fiscal no tardó en presentar cargos graves. La sentencia llegó con la velocidad de un rayo.

Condena a muerte. Ejecución programada en 72 horas.

Cuando Orfeo recibió la confirmación, exhaló con un alivio sombrío.

—Al fin… se acabó.

Pero Álex, al enterarse, se sintió desgarrado.
Había querido justicia, no venganza..Y por primera vez, no reconoció al hombre frente a él.

—¿Cómo pudiste hacerlo? —susurró, con los ojos vidriosos— ¿Decidir sobre la vida de alguien así?

—Ella era un peligro. No lo entenderías.

—¿No lo entendería? —replicó, la voz quebrada— Lo que no entiendo es cómo el hombre que amo puede celebrar una muerte.

Orfeo apartó la mirada.

—La justicia no es un brindis, Álex. Es una necesidad.

El peso de la verdad

Días después, Álex comenzó a investigar por su cuenta..Pasaba horas en la biblioteca, revisando los viejos archivos de Alaric, los contratos, las cartas y los informes médicos que habían sobrevivido al paso del tiempo.

Cada línea que leía lo hacía sentir más cerca de un hombre al que nunca amó plenamente, pero al que debía comprender para poder seguir viviendo. Orfeo lo observaba desde la puerta, impotente. Sabía que Álex se estaba alejando, no en distancia, sino en alma. El abismo entre ellos crecía con cada noche en silencio, con cada mirada que no se cruzaba.

—No tenés por qué hacer eso —le dijo una tarde, rompiendo el mutismo— No le debés nada a ese hombre.

Álex levantó la vista del escritorio. Sus ojos eran fríos, pero tristes.

—Le debo mi vida. Y si quiero vivirla contigo, necesito conocer cada sombra que me trajo hasta aquí.

—Yo soy tu presente, Álex —dijo Orfeo, avanzando hacia él—. No ese fantasma.

—Entonces, ayúdame a cerrar el pasado —respondió con voz temblorosa— No me lo arrebates.

El silencio volvió a instalarse..Solo el reloj marcaba el tiempo que se escapaba entre ambos.

La grieta

Esa noche, Orfeo entró al dormitorio donde Álex solía dormir..Lo encontró despierto, leyendo una carta de Alaric que había hallado entre los documentos. La luz de la lámpara bañaba su rostro con una melancolía casi irreal.

—¿No pensás descansar nunca? —preguntó Orfeo con cansancio.

—No hasta entenderlo todo —respondió Álex sin levantar la mirada.

Orfeo se acercó y le quitó suavemente la carta de las manos.

—Dejá de buscarlo entre las sombras, Álex. Yo estoy aquí.

Álex lo miró, y en sus ojos había amor, pero también distancia.

—Desearía que me acompañaras en esto, Orfeo. Que me entendieras…

Orfeo le acarició la mejilla.

—Y yo desearía que dejaras de buscar respuestas en los muertos.

Las lágrimas se acumularon en los ojos de Álex, pero no dijo nada..Solo lo observó alejarse hacia la puerta, con la certeza de que aquella conversación había dejado una herida invisible.

La carta sin sello




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