—¿Repite eso, por favor? —pidió, con voz apenas audible.
—El nombre que figura en los archivos de investigación de Alaric es el de Álex De Vries —respondió el fiscal—.No podemos confirmar si se trata del mismo hombre, pero Celeste Durand afirma tener pruebas que lo vinculan con los experimentos ilegales del difunto.
Orfeo cerró los ojos. El sonido de la lluvia repiqueteando contra los ventanales lo envolvía como un eco de traición.
—¿Qué clase de pruebas?
—Documentos firmados, transacciones, correspondencia… todo bajo su nombre.
La línea se cortó. El silencio que siguió fue tan absoluto que parecía devorarlo todo.
La grieta se abreÁlex entró al despacho sin saber aún lo que lo esperaba.
Traía en sus manos una carpeta con informes sobre la herencia de Alaric, convencido de que aquel sería un día productivo.
—Buenos días, amor —dijo con una sonrisa tenue—. Tengo algo que podríamos revisar jun…
No alcanzó a terminar. Orfeo se giró. Sus ojos ya no eran los del hombre que lo amaba, sino los de alguien que había perdido la fe.
—¿Cuánto tiempo pensabas seguir engañándome? —preguntó con una voz tan baja que dolía escucharla.
—¿Qué…? —balbuceó Álex, confundido.
—¡No finjas! —gritó Orfeo, golpeando el escritorio con el puño— El fiscal me llamó. Dicen que Celeste presentó pruebas. Firmas tuyas, cartas, registros bancarios. Todo vinculado con los crímenes de Alaric.
El rostro de Álex palideció.
—Eso es imposible… Yo jamás…
—¿Jamás? —interrumpió Orfeo con una carcajada amarga— ¿Y por qué todo lo que toco de tu pasado está lleno de sombras? Siempre hay algo que no me dices, Álex. Siempre hay secretos entre tus palabras dulces.
—¡Yo no tengo secretos contigo! —replicó, con lágrimas en los ojos—. ¡Celeste miente! Lo hace para separarnos.
—¿Separarnos? —susurró Orfeo, avanzando lentamente hacia él— ¿O solo está revelando lo que siempre fuiste? Un actor brillante. El amante perfecto. El heredero redimido. Todo era una obra, ¿no?
Álex retrocedió, temblando. Nunca lo había visto así..Era como si el amor de Orfeo se hubiese transformado en un veneno.
—Orfeo… por favor, mírame. No soy culpable.
—No quiero escucharte —dijo con voz rota— Ya no sé quién eres.
El abandonoHoras más tarde, los sirvientes escucharon el estruendo de puertas cerrándose, de maletas arrastradas, de pasos apresurados por los pasillos. Orfeo había tomado una decisión. En el vestíbulo, mientras el mayordomo intentaba detenerlo, Álex bajó las escaleras con desesperación.
—¡Orfeo, no! ¡No podés irte así!
Orfeo se giró apenas, su expresión era de un dolor frío y contenido.
—Veo que al final solo te importaba Alaric y su oscuro pasado. Jamás yo.
—Eso no es cierto. ¡Te amo!
—¿Amor? —repitió, con amargura—.Amor sería confiar, no ocultar. Y ahora querés “investigar” si existe algo que pueda incriminarte. ¿No te das cuenta de lo que eso significa? Si fueras inocente, ni siquiera lo dudarías.
Las lágrimas comenzaron a rodar por el rostro de Álex.
—Solo quiero entender, no justificarme.
Orfeo negó con la cabeza.
—Y pensar que por un momento me creí tu actuación…
Esas palabras lo atravesaron como un cuchillo. Álex se tambaleó, apoyándose en la baranda de la escalera, mientras Orfeo cruzaba la puerta con la maleta en la mano. El eco de sus pasos resonó en los pasillos hasta perderse en la lluvia. Cuando el portón se cerró, la mansión pareció morir un poco más.
Las últimas mentiras de CelesteMientras tanto, en la prisión, Celeste sonreía ante la llegada de un funcionario del ministerio.
—Su ejecución ha sido suspendida temporalmente —le informó él.
Ella alzó una ceja.
—Sabía que funcionaría.
—¿A qué se refiere?
Celeste soltó una risita fría.
—A que la verdad nunca fue necesaria… solo la sospecha. Y Orfeo ya está destruido.
El funcionario la observó con desconcierto, pero ella se recostó en la pared, satisfecha. Había ganado. Aunque muriera al día siguiente, el daño estaba hecho.
El derrumbeLos días siguientes fueron un infierno para Álex.nLa mansión estaba vacía, el eco de los recuerdos golpeaba las paredes como un lamento. No podía dormir, no podía comer. Todo le recordaba a Orfeo: el aroma del café por las mañanas, los libros abiertos en el escritorio, el sonido del piano que solía llenar las noches. Cada palabra de despedida volvía a su mente como un tormento.
Y pensar que por un momento me creí tu actuación…
Intentó escribirle, pero cada carta terminaba hecha pedazos en el fuego. Intentó llamarlo, pero Orfeo no respondía. Finalmente, decidió hacer lo único que podía: demostrar la verdad. Volvió a los documentos de Alaric, revisando cada firma, cada cifra, cada registro. Y allí, en un contrato fechado un año antes de su muerte, encontró lo que buscaba.
Una firma falsificada. No era suya. Era la de Celeste Durand. El corazón de Álex latió con fuerza. Aquello no solo lo exculpaba: demostraba que Celeste había manipulado la herencia y las cuentas de Alaric para incriminarlo. Pero ya era tarde. Orfeo estaba lejos. Y no sabía si alguna vez volvería a creerle.
El monólogo de la tormentaEsa noche, Álex subió al balcón principal bajo la tormenta.
El viento lo golpeaba, pero no se movía. Gritó al cielo, con la voz quebrada:
—¡Orfeo! ¡No me abandones por las mentiras de una muerta! ¡Te amo, maldita sea!
Su voz se perdió entre los truenos.nDe pronto, un rayo iluminó el jardín… y en medio de la lluvia, creyó ver una sombra. Una figura, inmóvil, observándolo desde el camino. Por un instante, su corazón se detuvo.
#3335 en Novela romántica
#1047 en Chick lit
#romanceprohibido #dramaromántico, #memoriaperdida #amoroscuro, #elamargosecreto
Editado: 30.10.2025