Álex se despertó primero, con el cuerpo entrelazado al de Orfeo..Se quedó mirándolo por un largo momento, con esa paz que solo se alcanza cuando la tormenta ha pasado por completo. Sus dedos recorrieron su rostro, delineando la mandíbula que tantas veces había visto endurecida por el orgullo, ahora relajada en el sueño.
En el pasillo, una risita infantil rompió el silencio. Unos pequeños pasos descalzos corrieron por el piso de madera, seguidos por un “¡Papá, papá! ¡Despertate!” lleno de energía. Orfeo abrió un ojo, sonriendo apenas antes de que un niño rubio, de ojos dorados como el sol, se lanzara sobre la cama.
—¡Ya te dije que no se salta arriba! —dijo fingiendo seriedad, mientras el pequeño reía a carcajadas.
—¡Pero quiero que juguemos! —replicó el niño con voz cantarina.
Álex lo atrapó entre los brazos y lo besó en la mejilla.
—Kai, tu papá tiene razón. Es domingo, pero eso no significa que destruyas la cama.
El niño frunció el ceño, cruzando los brazos con indignación fingida.
—¡Pero ustedes siempre se abrazan! ¡Y yo me aburro!
Orfeo soltó una carcajada, levantando al niño por los aires.
—¿Así que celoso, eh? Mirá que tu papá y yo te dimos permiso de dormir en medio anoche, y terminaste dándonos patadas.
—¡No fui yo! Fue el monstruo del armario —respondió el pequeño con una sonrisa traviesa.
—Ah, claro —dijo Álex riendo—. Entonces el monstruo también se comió tus galletas anoche.
—¡Sí! —gritó Kai riendo—. ¡Y también tomó jugo!
Orfeo lo apretó contra su pecho, besándolo en la frente.
—Sos igualito a tu papá —murmuró con ternura—. La misma cara de inocente cuando miente.
—¡No miento! —respondió Kai con seriedad—. Solo juego.
—Claro… —susurró Álex, abrazándolos a ambos —.Como todo lo que amamos.
Días de sol y risaLa vida en el campo les había devuelto algo que la aristocracia les había robado: la simplicidad..Orfeo había aprendido a cultivar las vides, y Álex, a hornear pan con las manos, aunque muchas veces terminaba lleno de harina hasta las orejas y riendo como un niño.
Kai crecía entre ambos como una flor al sol..Era curioso, imaginativo, inquieto..Tenía la sonrisa luminosa de Álex y la mirada profunda de Orfeo. Y cuando se reía, la casa entera parecía llenarse de luz.
Cada mañana salía al jardín con su sombrerito de paja, armado con una red para “cazar mariposas” que nunca atrapaba..Orfeo lo observaba desde el porche, mientras Álex regaba los rosales.
—¿No te da miedo que un día atrape una de verdad? —preguntó Orfeo.
Álex sonrió.
—No. Las mariposas saben cuándo dejarnos alcanzarlas… y cuándo seguir volando libres.
—Como vos —murmuró Orfeo, abrazándolo por detrás.
—Como nosotros —corrigió Álex, girando para besarlo.
Kai, que los miraba desde el jardín, puso las manos en la cintura y gritó:
—¡Otra vez! ¡Siempre se besan cuando no miro!
Ambos estallaron en risa..Era la clase de felicidad que no necesitaba lujos ni aplausos, solo tiempo.
Pequeños desastresUna tarde, Orfeo se encontró con una escena que casi le provocó un infarto..La cocina parecía un campo de batalla cubierto de harina, azúcar y… ¿chocolate?
—¡¿Qué pasó acá?! —gritó, entrando.
Kai, con el rostro cubierto de polvo blanco, lo miró con los ojos redondos.
—Papá me dijo que el secreto de la felicidad es el chocolate —dijo con total inocencia—. Así que hice pastel.
Álex, desde la mesa, no podía dejar de reír.
—Bueno, técnicamente no mintió. Solo que olvidó mencionar que se necesita un adulto presente.
—¡Pero soy grande! —protestó Kai.
—Grande no, mi amor —dijo Orfeo suspirando y tomando un trapo—. Sos un caos hermoso.
—¿Eso es un cumplido? —preguntó el niño, ladeando la cabeza.
—Depende —respondió Álex sonriendo—. ¿Qué sabor tiene ese pastel?
Kai le ofreció una cucharada..Álex la probó y abrió los ojos de sorpresa.
—¡Está delicioso!
—¿En serio? —preguntó Orfeo.
Álex asintió.
—Tiene talento. Solo necesitaba destruir la cocina para probarlo.
Los tres terminaron riendo mientras limpiaban juntos, cubriéndose de espuma de jabón y harina..Esa noche, cenaron el pastel improvisado bajo las luces del jardín..Fue el mejor que habían comido en años.
El sueño cumplidoSeis años habían pasado desde que habían abandonado el mundo aristocrático..Seis años de risas, cosechas, amor y travesuras..Kai ahora tenía cinco años y una curiosidad insaciable..Cada noche pedía que Álex le contara “la historia del príncipe y el músico”, sin saber que hablaba de ellos mismos.
—¿Y el príncipe se casó con el músico, papá? —preguntaba siempre, con los ojos llenos de sueño.
Álex sonreía.
—Sí, mi amor. Se casaron y se fueron a vivir lejos de los reyes malos.
—¿Y tuvieron un hijo?
—Sí —respondía Orfeo desde la puerta— Un niño travieso que hacía pasteles de chocolate y decía que las mariposas hablaban.
Kai reía y se quedaba dormido entre ellos. Y el silencio que seguía era el más perfecto de todos.
El regresoUna mañana, Álex y Orfeo se miraron con la misma idea reflejada en los ojos.
—Es hora de volver —dijo Álex.
Orfeo asintió..Habían vivido en paz, pero el mundo aristocrático el de los apellidos, los pactos y las herencias seguía siendo parte de ellos, para bien o para mal. Kai debía conocer sus raíces, no sus sombras.
El viaje de regreso fue silencioso y nostálgico..El tren los llevó de las colinas verdes al brillo metálico de la ciudad.
Kai observaba todo con asombro, presionando su nariz contra la ventanilla.
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Editado: 30.10.2025