Por eso, cuando la mujer de ojos verdes intentó acercarse una vez más con insinuaciones sobre la familia Durand, Orfeo no dudó. Sin mediar palabra, dio la orden..A la mañana siguiente, Clara Durand había desaparecido del mapa social. Nadie volvió a verla. Ni un rumor, ni un eco. Nada. Álex, al enterarse, no dijo una sola palabra. Pero en su interior, una grieta se abrió silenciosa.
La sombra del controlLa vida en la mansión volvió a la normalidad en apariencia. Kai seguía corriendo por los jardines, el sol doraba su cabello y la risa llenaba los pasillos.
Pero entre Álex y Orfeo, el aire se había vuelto denso.
—Lo hiciste otra vez —susurró Álex una noche, mientras apagaba las luces del salón.
—¿Qué cosa? —preguntó Orfeo sin girar.
—Tomar decisiones sin mí. Decidir quién vive y quién desaparece, sin consultarme.
Orfeo cerró los ojos. Su tono fue bajo, casi paternal.
—No era una decisión que pudieras soportar.
—No me subestimes —replicó Álex, con una calma que dolía— No soy el muchacho asustado que conociste.
Orfeo se volvió hacia él, acercándose hasta que sus frentes se rozaron.
—Precisamente por eso lo hago. Porque ya no te protegeré con mentiras, Álex. El pasado se acabó. Si alguien intenta revivirlo… lo borraré.
La intensidad en su mirada heló el aire. Por primera vez en mucho tiempo, Álex sintió que estaba frente al Orfeo que había temido amar: fuerte, dominante, implacable. Y sin embargo ese mismo hombre era su refugio. Álex bajó la mirada.
—A veces siento que no necesito protección, sino comprensión —dijo apenas audible.
Orfeo lo abrazó, casi desesperado, con esa fuerza que parecía decir:
te amo tanto que me da miedo perderte.
Y aunque Álex correspondió al abrazo, su mente se quedó lejos, en el abismo de lo no dicho.
La invitaciónDías después, una invitación llegó en un sobre negro lacrado con un sello dorado. El emblema: una rosa entrelazada con una serpiente. El remitente: Club Nyx, el sitio más exclusivo y misterioso de la ciudad. Nadie sabía quién era su dueño. Algunos decían que era un noble caído. Otros, que un millonario extranjero con gustos decadentes. Solo se sabía una cosa: todos los que entraban cambiaban.
—¿Quién envió esto? —preguntó Orfeo, observando la caligrafía perfecta.
—No lo sé —respondió Álex—, pero la carta está dirigida solo a mí.
La voz de Orfeo se endureció.
—Entonces no irás.
—¿Y si es una oportunidad? —replicó Álex, con una chispa de curiosidad en los ojos.
—¿Una oportunidad o una trampa? —disparó Orfeo.
Álex lo miró fijamente.
—Dejame decidirlo esta vez.
El silencio que siguió fue tan largo que se escuchó el tic-tac del reloj antiguo. Finalmente, Orfeo asintió, pero con una advertencia:
—Si algo te pasa, el Club Nyx desaparecerá del mapa.
La primera nocheEl Club Nyx era un palacio de sombras y luces..Las paredes de terciopelo negro, los candelabros de cristal rojo, la música envolvente y sensual. Todo olía a misterio y a poder.
Álex avanzó por el pasillo principal..Su figura esbelta y elegante atraía todas las miradas. Los ojos de quienes lo observaban reflejaban deseo, admiración o envidia.
Un hombre lo esperaba en lo alto de la escalera..Vestía un traje negro con camisa de seda blanca, el cabello oscuro peinado hacia atrás y una sonrisa que parecía tallada en mármol..Era hermoso. De una belleza peligrosa, tan perfecta que dolía mirarlo.
—Señor De Vries —dijo el hombre con voz profunda, musical—. Qué placer tenerlo finalmente aquí.
Álex alzó la vista, intrigado.
—¿Nos conocemos?
El hombre bajó los escalones con una elegancia casi felina.
—No aún —respondió—. Pero me he pasado demasiado tiempo observando cómo brilla desde la distancia.
Le tomó la mano y la besó con lentitud.
—Mi nombre es Lucian Delacroix. Soy el dueño de este club… y, desde esta noche, su más devoto admirador.
Álex retiró la mano con cautela, perturbado por la intensidad de esa mirada gris plateada que parecía desnudarlo por dentro.
—No sabía que tenía admiradores tan… persistentes.
Lucian sonrió con una calma inquietante.
—Todos los hombres poderosos lo son, Álex. Solo que algunos aprendemos a no disimularlo.
Hubo algo en su tono que lo hizo estremecerse. Una mezcla de amenaza y fascinación. Lucian no era un simple anfitrión..Era alguien acostumbrado a poseer lo que deseaba. Y en ese momento, deseaba a Álex.
El regreso al peligroHoras después, cuando Álex regresó a casa, Orfeo lo esperaba despierto en la sala. Sus ojos estaban fijos en la puerta, su cuerpo tenso como una cuerda a punto de romperse.
—¿Dónde estabas?
—En el club. —La respuesta fue firme, aunque su voz tembló un poco— Conocí al dueño. Se llama Lucian Delacroix.
El rostro de Orfeo se endureció.
—¿Y qué quería?
—No lo sé. Pero… algo me dice que no es como los demás.
Orfeo se levantó, acercándose lentamente.
—Nadie se acerca a vos sin motivo, Álex. Nadie.
—No podés controlarlo todo —dijo él, mirándolo con ternura y desafío— A veces hay que dejar que las sombras muestren lo que esconden.
Orfeo lo sostuvo por la cintura, con la respiración entrecortada.
—Las sombras nunca muestran. Solo devoran.
Esa misma noche, mientras ambos dormían, una figura entró en el Club Nyx. Lucian estaba de pie en su despacho, mirando una pared cubierta de fotografías.bEntre todas, una resaltaba bajo la luz: Álex De Vries con su hijo en brazos, riendo. Lucian pasó los dedos sobre la imagen con una sonrisa lenta, peligrosa.
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Editado: 30.10.2025