Orfeo lo notaba en los detalles..En las miradas distraídas de Álex durante el desayuno. En las excusas que se repetían con un tono amable, pero distante:
Tengo una reunión con Lucian. Es solo un evento social, volveré pronto. No tardaré, amor.
Al principio, Orfeo quiso creerle..Pero el perfume del peligro se reconoce incluso entre los aromas más dulces. Kai, el pequeño sol de ambos, también lo percibía.
—Papá, ¿por qué papi Álex ya no cena con nosotros? —preguntó una noche, con la voz quebrada.
Orfeo, sin saber qué responder, solo lo abrazó fuerte.
—Porque está trabajando, Kai. Pero pronto todo volverá a ser como antes.
El niño levantó la vista, con lágrimas en los ojos dorados tan parecidos a los de Álex.
—¿Y si ya no quiere volver?
Esa frase lo atravesó como una daga.
La seducción invisibleLucian Delacroix. Ese nombre comenzó a resonar en la mente de Álex con una insistencia que lo perturbaba. El dueño del Club Nyx lo invitaba a eventos privados, reuniones “culturales”, cenas discretas. Nada indebido, y sin embargo, todo resultaba… inquietantemente íntimo.
Lucian no lo tocaba, pero cada vez que hablaba, su voz se deslizaba dentro de Álex como una corriente cálida que le recorría la piel..Había algo en su tono una cadencia antigua, elegante, casi hipnótica que parecía adueñarse de su mente. Una noche, mientras conversaban bajo las luces rojas del club, Lucian lo miró directamente a los ojos.
—Tu alma es luminosa, Álex. Demasiado para este mundo.
—Su sonrisa fue suave, pero había en ella algo que quemaba.
—No sé de qué hablás —susurró Álex, intentando mantener la compostura.
Lucian se acercó, su aliento rozó su oído.
—Sí lo sabés. Solo olvidaste recordarlo.
Álex sintió un mareo repentino. El suelo pareció moverse..La música se diluyó. Por un instante, todo fue blanco. Cuando volvió en sí, estaba en el jardín del club, con las manos manchadas de vino y una copa rota a su lado.
No recordaba haber salido del salón.
Con el paso de los días, los episodios se repitieron.
Despertares en lugares extraños..Conversaciones que no recordaba haber tenido. Y la presencia constante de Lucian, siempre cerca, siempre sonriente.
Una tarde, al mirar su reflejo en el espejo, notó marcas en su muñeca..Como si alguien hubiera sujetado su brazo con fuerza.. El terror lo invadió.
—¿Qué me está pasando? —susurró, con voz quebrada.
Intentó hablar con Orfeo esa noche. Pero lo que encontró fue un muro.
—¿Ahora venís a hablar? —dijo Orfeo sin mirarlo— ¿Después de pasar tres noches en ese maldito club?
—No es lo que pensás. Yo… yo creo que hay algo raro. No recuerdo cosas, Orfeo. A veces despierto en lugares que no sé cómo llegué…
Orfeo se giró, con los ojos encendidos por los celos y la furia.
—¿Y esperás que te crea? ¿Después de todo lo que hicimos para escapar de la oscuridad? ¿Después de prometerme que nunca más habría secretos?
—No son secretos, te juro que no. ¡Necesito que me creas! —la voz de Álex temblaba entre miedo y desesperación.
Pero Orfeo se apartó.
—Ya no sé en quién creer.
El silencio que siguió fue insoportable.. Kai, que observaba desde la escalera, bajó corriendo y abrazó a su padre.
—No peleen, por favor…
Álex cayó de rodillas, sosteniendo a su hijo.
—Tranquilo, amor… todo va a estar bien. —Pero en su interior sabía que no era verdad.
La caídaEsa noche, Álex volvió al club. No recordaba haber decidido ir. Sus pies lo llevaron por sí solos. Las luces parpadeaban, el aire estaba cargado de incienso y deseo. Lucian lo esperaba en su despacho privado, rodeado de espejos y sombras. Su mirada era la de un depredador que acababa de ganar. Se acabó pues otra la mano húmeda
—Sabía que volverías —dijo suavemente.
Álex intentó retroceder.
—No… no quería venir aquí.
Lucian se levantó, su silueta recortada contra la luz roja.
—No podés resistirte, Álex. No porque no quieras… sino porque ya sos mío.
Sus palabras fueron un golpe invisible. Álex sintió que algo se cerraba dentro de él. Una parte de su mente se apagó como una vela. Su cuerpo se movió sin su permiso. Sonrió, habló, incluso levantó una copa.nPero no era él.
—Perfecto —susurró Lucian, rozando su mejilla con los dedos—. Pronto, ni siquiera recordarás quién eras antes de mí.
El abismo de los celosEn la mansión, Orfeo caminaba de un lado a otro, con el corazón ardiendo. Su mente no encontraba paz.
Celos, miedo, orgullo todo se mezclaba en una tormenta que lo estaba destruyendo. Kai se acercó, abrazando sus piernas.
—Papá, no estés enojado con papi Álex. Está enfermo.
—¿Qué dijiste? —preguntó Orfeo, agachándose.
—Lo escuché hablar solo. Lloraba. Decía que no podía controlar su cuerpo, que tenía miedo.
El alma de Orfeo se contrajo. Por primera vez, el enojo se disipó, reemplazado por un terror helado. ¿Qué si Álex decía la verdad? ¿Qué si algo más estaba actuando detrás de todo?
Sin dudarlo, tomó su abrigo y salió a la noche. El viento helado le golpeó el rostro, pero su objetivo era claro: el Club Nyx. Al llegar, las puertas estaban abiertas. El lugar vacío. La música se oía distante, como si viniera de un sueño. Subió las escaleras hasta el despacho principal. La puerta entreabierta dejaba ver dos figuras. Una, inmóvil como una estatua: Álex. La otra, de pie frente a él, con una copa en la mano y una sonrisa de triunfo: Lucian Delacroix.
—No lo toques —rugió Orfeo, entrando.
Lucian lo miró con calma. Sus ojos plateados brillaron como mercurio líquido.
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Editado: 30.10.2025